Hace unas semanas el economista francés Thomas Piketty autor de “El Capital en el siglo XXI” visitó nuestro país. Nos vino a decir lo que es evidente: Colombia es uno de los países con mayor concentración de la riqueza del hemisferio (si no el más desigual del mundo) y su sistema tributario es regresivo[1] e inequitativo. Al respecto, afirma: “El país necesita más transparencia. Eso quiere decir acceso a los datos para que la gente los conozca. El sistema tributario de Colombia no es muy progresivo según los estándares internacionales”
Independientemente del lugar que ocupemos en el ranking de países más desiguales del mundo y de la dimensión del problema, el asunto es que el escenario antes descrito no es ajeno a Colombia sino que es una manifestación de la mecánica estructural de una economía de mercado globalizada que se presenta en mayor o menor medida en todos los países del mundo.
Es precisamente esa mecánica estructural detrás del mismo funcionamiento del capitalismo la que se aventura Piketty a explicar en su ópera prima. Su argumento en términos estrictamente económicos y el que constituye su gran aporte al debate teórico es: la tasa de rendimiento del capital (r) es mayor que la tasa de crecimiento económico (g) en el largo plazo.
El rendimiento del capital son los intereses y los dividendos que derivan su valor a partir de la dinámica especulativa inherente a los mercados financieros, por el contrario el crecimiento económico es el valor de mercado de los bienes y servicios en el sector real de la economía.
En ese sentido, el rendimiento financiero de los grandes capitales (muchos de ellos “improductivos” como las grandes herencias) estaría creciendo a una mayor velocidad de lo que actualmente se fabrica (literalmente) o en su defecto se presta como un servicio por parte de un ser humano (dejando de lado el debate sobre la inteligencia artificial.)
Nadie puede negar la existencia de un bien tangible de un servicio prestado. Ya el valor monetario propiamente, lo “pone” el mercado con su mano invisible. Contrario a un valor que es “virtual” y se construye en un sistema financiero que se sostiene de nuestra fe ciega en el dinero.
“En el largo plazo, todos estaremos muertos” dijo el mítico economista Keynes (o al menos así dice la leyenda). Plantear que este fenómeno se da en el “largo plazo” implicaría afirmar que se constituye en un atributo inherente al funcionamiento del capitalismo y la economía de mercado, como si fuera parte del diseño mismo del sistema.
El problema es que como resultado del hecho que una tasa crezca más rápido que la otra, en términos prácticos quiere decir que la riqueza se está concentrando progresiva e inevitablemente en cada vez menos manos agravando la ya profunda crisis económica, social y ambiental a la que nos enfrentamos.
Piketty plantea que esta dinámica de concentración de la riqueza se acentúa con la aplicación de esquemas impositivos de naturaleza regresiva por parte del Estado facilitando los procesos de acumulación de los más acaudalados mediante reducciones de impuestos y diversas gabelas tributarias.
Precisamente, lo que hizo Piketty con su obra fue descifrar la mecánica (al menos la económica) detrás de su argumento. Haciendo gala de una rigurosidad analítica impecable y un uso magistral de la economía matemática describe el funcionamiento basado en complejos tratamientos de datos históricos que se convierten en el arsenal de evidencia para a la postre, concluir con una verdad de Perogrullo: la distribución de la riqueza en el mundo es inequitativa y a no ser que se reforme el capitalismo, las bases mismas de la democracia se verán amenazadas.
Más allá de la elocuencia o no que pueda tener mí interpretación del argumento de Piketty, lo interesante fue la naturaleza de las reacciones tanto a favor como en contra de lo que plantea en su libro, pues en ambos casos se centran sobre la forma.
En el primer caso, este autor ya tiene un nivel de “rockstar”. Desde la academia se han dedicado a analizar, interpretar, reconceptualizar, emular y adular su trabajo. Ríos de tinta han corrido abordando las cuestiones de su libro, descifrando e interpretando la lógica argumentativa así como el enfoque metodológico utilizado por el autor para llegar a sus conclusiones. Asimismo, se han celebrado innumerables homenajes, se han entregado premios y llevado a cabo celebraciones para exaltar los “hallazgos” de Piketty.
En el segundo caso, sus detractores generalmente enfocan sus esfuerzos para desestimar sus conclusiones partiendo de argumentos como que los datos no son fiables, que su tratamiento no fue el adecuado. Es decir que se centran sobre el cómo y no tanto sobre el qué en términos de la inminencia de la inequidad como atributo de nuestro sistema económico.
Independientemente de la validez de los argumentos tanto a favor como en contra, sus admiradores persisten en la reinterpretación del trabajo de Piketty, sumando al conocimiento sobre las teorías plasmadas en su obra. Sus detractores si bien se centran en lo procedimental y su proceso epistemológico para esgrimir sus críticas, es claro que nunca se atreverían a negar la concentración de la riqueza.
En ese sentido, considero que el valor de su obra no solo reside en la maestría con la que “descifra” la mecánica de la concentración de la riqueza sino el haber trasladado el debate sobre la inequidad, desde las conferencias de Naciones Unidas, las percepciones de los ciudadanos de a pie, los reclamos de los economistas “heterodoxos”, las campañas de sensibilización de las ONG´s así como de las guaridas de los mamertos antiglobalistas y teóricos de la conspiración, a las mesas del mismo establishment académico y político neoliberal en los países desarrollados.
Esto fue posible en la medida que Piketty logra construir una propuesta teórica para demostrar “científicamente” la existencia de la inequidad y la mecánica detrás de su funcionamiento interno. ¿Será que hasta que no se demuestre lo más “científicamente” posible la existencia de una cuestión tan evidente y vergonzosa como la inequidad no vamos a hacer nada al respecto? Y eso que obviando los miles de trabajos académicos que se han publicado sobre el tema.
Para ilustrar este punto es útil mencionar lo que ocurre con el cambio climático. Están los que afirman su existencia amparados en vastos arsenales de investigaciones y están los que lo niegan acogiéndose a las conclusiones de diversos estudios igualmente válidos.
Lo interesante es que aún persiste el debate sobre estas cuestiones, cuando (independientemente de cómo se quiera denominar el fenómeno) el clima global muestra contundentes señales de su afectación por el obrar del hombre. Cuando se siguen dando estos debates bizantinos y casi que tautológicos, si se quiere salir del impasse, necesariamente se debe apelar a una ambigua y mancillada formula que no obstante, sigue siendo la clave de todo avance trascendental que haya podido tener nuestra humanidad agobiada y doliente: la Voluntad Política (no científica).
Pareciese como si el problema fuese que aun los “policymakers” y las élites, a pesar de la abrumadora presencia de la concentración de la riqueza, tienen la esperanza que aparezca un mesías economista que produzca el mecanismo revolucionario, la tasa mágica, la ecuación milagrosa, el modelo institucional redentor, de manera que podamos seguir manejando la economía de la misma forma y poder barrer bajo la alfombra algunos pequeños detalles como la pobreza, el hambre, la enfermedad, la violencia, la destrucción ambiental que son en realidad los que no dejan que el capitalismo cumpla con su promesa de bienestar para todos. Es decir, seguir haciendo exactamente lo mismo, pero sin los incomodos efectos secundarios.
De resultar aquel genio que proponga la fórmula mágica (usualmente a esos les dan el Nobel de Economía) que permita evadir la responsabilidad de cambiar y ocultar el evidente colapso social, vamos a estar más cerca de la distopía que nosotros mismos hemos creado con la intención y el pensamiento. En todo caso, la evasión como la negación están al orden del día en nuestra sociedad y parece que al hecho de poder ejercerlas le damos un valor casi sagrado. Esta titánica tarea (la de ocultar el sol con un dedo), me hace recordar la misión que aún tiene el mitológico personaje Sísifo[2].
Lo anterior implicaría entonces que esta inequidad característica de nuestro sistema económico y social no es “accidental”, no es una “falla” natural del sistema, de alguna u otra manera existe una intención ejercida por ciertos actores de la sociedad para mantener el statu quo.
Tal como lo afirma Piketty en la entrevista ofrecida al diario Portafolio “si hay un grupo en la cima de la pirámide que está escapándose de la regla común, entonces creo que nuestro sistema político y nuestro contrato social están en riesgo.” e insinúa frente a la adopción de sistemas tributarios más progresivos “que las élites no quieren que esto pase y algunas veces tratan de vender la idea de que eso sería malo para los pobres, pero la propuesta se debe poner a escrutinio público al menos.”
Pensaría entonces que el “debate” debe también abordar las cuestiones de fondo y que de alguna forma el trabajo de Piketty más que una contribución a la teoría económica es un llamado a la acción.
Me permito hacer está afirmación basado en esta declaración del autor frente a lo que el opina podría hacerse para reducir la inequidad: “la manera más importante para reducir la inequidad no es un sistema tributario sino la educación”…“Esto es lo que hago en el libro: proveer información histórica para que la gente sepa de estos asuntos que nos han acompañado de muchos años atrás.”
¿Acaso necesitamos más “evidencia” (producto del método experimental positivista) y rigor científico para reconocer y actuar sobre la existencia de la concentración de la riqueza y la inequidad? A mí al menos, me basta con salir a la calle y mirar alrededor….
[1] Esto implica en el primer caso que una mayor proporción de la riqueza está en manos de unos pocos y en el segundo, que a medida que se van teniendo mayores ingresos se van captando menos impuestos, (por ejemplo un aumento del IVA es un claro ejemplo de esta lógica regresiva pues afecta a las personas de menores ingresos), contrario a lo que se denomina un sistema tributario progresivo en donde las tasas impositivas aumentan en la medida que aumenta el ingreso. (Pensaría que esta última modalidad tiene más sentido en estos tiempos.)
[2]Sísifo es uno de los personajes más interesantes de la mitología griega. Vencedor de la Muerte, amante incondicional de la vida, Sísifo engañó a los dioses para escapar de los Infiernos y por ello fue condenado por Zeus a un castigo cruel por toda la eternidad: debía subir a fuerza de brazos una gran piedra hasta una cumbre del inframundo. Pero cada vez que el desdichado llegaba a la cima, la roca se le escapaba de las manos y rodaba por la ladera hasta abajo. No le quedaba otro remedio que descender y recomenzar su esfuerzo, sabiendo que nunca sería coronado por el éxito. http://www.fluvium.org/textos/etica/eti777.htm