A propósito del Día del Hombre: ¡los pegotes!
Opinión

A propósito del Día del Hombre: ¡los pegotes!

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marzo 19, 2014
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Para quienes no sepan, el próximo lunes festivo debemos celebrar su día a nuestros hombres. Ellos son maravillosos, hay que reconocerlo. Sin embargo, quiero contarles hoy sobre “los pegotes”, esos que no eran del gusto de las mamás, y con los que nos tropezamos en algún momento de la vida.

El primer pegote que tuve —que no el primer novio— era caballeroso, amable, atento… todo lo que una mujer sueña, aunque me llevaba 12 años. Un día me dijo que quería darme una sorpresa. Me llevó a conocer la casa que había comprado dizque para los dos. Quedé súpita; si algo tenía claro era que muy joven no me iba a casar y menos si no se había hablado del tema. Muy querido, dirán ustedes, pero haciendo el recorrido me contó cómo tenía destinado y para qué cada lugar. Déjenme decirles que, según él, había una habitación para montar mi oficina en casa y así poder al mismo tiempo hacer oficio y cuidar los niños. ¡Háganme el favor! Aclaro que eventualmente tengo que hacer oficio y por supuesto que he cuidado de mis hijos, ¿pero en ese contexto machista? ¡No gracias! Guardé silencio por varios días y comencé mi cuidadoso retiro. En ese entonces estudiaba yo Diseño Publicitario. Un día le dije que también quería estudiar Comunicación Social – Periodismo, y sin ningún problema me dijo que esa era carrera de vagabundas… Emprendí la inmediata retirada de mi pegote machista.

Otro pegote fue un santandereano de esos rancios que bolean la mano, que se creen los más verracos y se las saben todas. Tenía negocios de ganadería con un primo. Confieso que me gustaba, pero no me tenía matada; era muy habla carreta. Un día, me invitó a salir y después escurrió el bulto. ¿Saben qué excusa me dio? Que habían descubierto con su primo que cuando ordeñaban de noche, las vacas estaban dando menos leche y que iban a llegar de sorpresa para descubrir a los ladrones. ¡Háganme el bendito favor! Yo le dije: Claro, pero no olvides pasar por los galpones. De pronto tienes mucho que dejar allá… ¡Y nunca más con el pegote mentiroso!

Y llegó a mi vida el “pegote enaguado”. Ese que delante de la mamá ogro se vuelve un osito y le dice a la señora “sí madrecita” a todo y lo esconde a uno porque regularmente para su niño no hay mujer que lo merezca. El día que supe que me escondía de “su madrecita” y, acto seguido, la señora me empujó en un funeral para hacerse al lado de su hijito, emprendí la huida, no sin antes decirle que quería un hombre con pantalones y no con pantaletas, como se les dice a los cucos de las mujeres en la tierra de este pegote, en Santander.

También me tocó el pegote caradura, ese que baila divino, que parece un lord inglés con sus modales, pero que a la hora de pagar la cuenta descubre que “¡Ay!, se me quedó la billetera” y resulta uno gastando lo que no había planeado. Los autorizo a decirme machista, si les parece; pero si es invitación, es invitación; de lo contrario, uno se prepara para pagar lo que toca, así de simple. Después de ese día, mi pegote caradura no volvió a saber de mí. ¿Y qué tal el pegote coquetón? ¿Ese que dizque lo está conquistando a uno y no puede evitar mirar para el lado? Tuve uno que vivía ofreciéndoles a todas las niñas bonitas que se le cruzaban campañas publicitarias para modelar jeans. La verdad, no me cabe la menor duda de que las miraba bastante más abajo de los ojos. Ese voló a la semana.

Pero hay que decir que gracias a los pegotes aprendemos a ver qué es exactamente lo que no queremos de nuestro hombre. En mi caso, Dios quiso que estuviera rodeada de ellos; vivo con tres. Todas las noches duermo con ellos y todas las madrugadas los despacho felices a su trabajo, universidad y colegio. Tengo un esposo paciente como el que más, un universitario churro y consagrado, y un estudiante de primaria brillante, travieso y amoroso. Es el justo reconocimiento que debo hacer a los hombres de mi vida, sin dejar de lado al hermano más maravilloso del planeta y a un papá de 85 años ejemplo de trabajo y perseverancia.

Y usted, ¿quiere reírse un poco? ¡Acuérdese de sus pegotes!

¡Feliz resto de semana!

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