Antes de la llegada de los peninsulares ibéricos al territorio que hoy conocemos como América no existían allí ni “indios” ni “indígenas”, ni siquiera “aborígenes”. Estos cobraron existencia solo ante la mirada del conquistador extranjero. Desde el Polo Norte hasta la Patagonia existían pueblos con modos de soñar, decir, sentir, pensar y actuar tan variados como los inuit, yumas, siux, taínos, miskitos, zapotecas, caribes, chibchas, nukak, emberas, guaraníes, onas, tehuelches, mapuches, entre otros. Todos ellos hacían parte de esa gran migración de Homo sapiens que salió de África hace 65.000 años, se dispersó por Asia, Europa y Oceanía, llegó a América hace 20.000 y culminó en Tierra de Fuego hace 10.000.
Los conquistadores llamaron “indios” a estos pueblos, agrupándolos genéricamente en una categoría que, a la vez que invisibilizaba sus particularidades, los focalizaba como el objeto de despojo y sometimiento. 528 años más tarde, aún nos cuesta librarnos como sociedad de esta manera de percibir, tanto a los sobrevivientes de la invasión que aún persisten en reivindicar su derecho a la existencia autónoma y con dignidad en las tierras de sus mayores, como a nosotros mismos, los pueblos que surgimos como consecuencia de ese despojo y sometimiento.
No importa que el error geográfico de Colón se haya corregido y que ahora les digamos “indígenas”, en lugar de “indios”, o que ya no nos gobiernen los peninsulares. Aún seguimos invisibilizándolos y despojándolos, de lo que han logrado preservar y cultivar a pesar de 300 años de colonización europea y 200 años de vida republicana nacional, por eso para muchos mayores indígenas, desde Colón a Duque, no ha habido ningún cambio para ellos. Al mismo tiempo, los demás pueblos que surgimos de la conquista, seguimos invisibilizándonos y despojándonos de nuestros atributos culturales, para ser sin estar, en un mundo cada vez más ancho y ajeno.
Reconocernos y respetarnos en nuestra diversidad y asumirnos humanos, dignos y valiosos con las alteridades que encarnamos es una de las grandes tareas que tenemos como país para construir juntos una sociedad en la que quepamos todos, una que esté a la altura de nuestros sueños, pero también, de las muchas formas de soñar, sentipensar y vivir, que hemos construido aquí, desde hace al menos 10.000 años