Nuevamente, sometido al azar que todo lo pone en un orden siempre inesperado, me encuentro, después de muchos años, con este libro del poeta barranquillero Elías Antonio Muvdi, de quien no he vuelto a leer ni una letra y a quien no he vuelto a ver en más de dos décadas. Alguna voz me ha dicho que se retiró del mundo y se hizo monje de una alejada comunidad en no sé dónde. No sé si es cierto.
En todo caso lo recuerdo como un hombre muy inteligente, muy sensible y prudente, gran lector, abogado experto en Derecho Canónico y al que alguna vez me acercó la poesía que leí y presenté en dos ocasiones, y mi admiración por su padre, el maestro Elías Muvdi, gran filólogo autor de varios libros sobre esta materia.
En todo caso por azar cae en mis manos de nuevo 50 Inscripciones, su tercer libro de varios más que alcanzó a publicar, y me vienen a la memoria otras recuerdos.
Sería tal vez a comienzos de los años ochenta cuando tuve la oportunidad de asistir al lanzamiento de lo que sería su primer poemario titulado Canto de iniciación, una modestísima edición de portada blanca y letras negras que fue presentada en el viejo salón Gastón Abello de la Càmara de Comercio de Barranquilla, con presentación de Jaime Abello Banfi. Ese día conocí a este poeta cuyos versos juzgué un poco extraños al canto general en el que muchos de los que ya escribíamos estábamos inscritos. Es decir, la tradición de la poesía contemporánea hispanoamericana que por estos lares tomaba, como era de esperarse, sus propios aires y matices. Años más tarde reeditó este primer libro en España en donde editó también todos sus otros libros.
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Eran evidente la sensibilidad y la cultura que asistían al poeta en su ejercicio, pero el tono y la atmósfera cultural de los poemas eran los de la poesía de otro tiempo
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Pero aquella poesía era distinta. Eran evidente la sensibilidad y la cultura que asistían al poeta en su ejercicio, pero el tono y la atmósfera cultural de los poemas eran los de la poesía de otro tiempo, así como sus preocupaciones formales y temáticas reflejaban un espíritu cercano a un casi misticismo, que se expresaba si bien en las cercanías de la tradición latina e hispánica, también era cierto que se inscribía en los malestares espirituales fundamentales de la poesía oriental. De todas formas aquellas y esta comparten lazos profundos. Lo cierto entonces era que para muchos esta poesía por ser distinta siempre se le miró con cierta distancia, con reserva e inquietud, con el extrañamiento de un libro escapado de otras letras. Lo que en el fondo nos permite demostrar cuán fuerte, honda y diversa, es la poesía que se escribe en el caribe colombiano en el que coexisten el vitalismo visceral de Rojas Herazo y la mística de Gustavo Ibarra Merlano; la idealización estética de Meira Delmar y el desgarramiento profundamente humano de Gómez Jattin; la simulación de un reino lingüístico e histórico en Alvaro Miranda y la exquisita inteligencia de Giovanni Quesseps; la desconfianza intelectual de Tallulah Flores y los psalmos insólitos de Luis Mizar, la poesía periodística de García Usta y la indagación religiosa de Rómulo Bustos, las estampas perversas de Efraim Medina o la serenísima reactualización del espíritu oriental de Elías Antonio Muvdi, para solo mencionar unos cuantos casos que nos sirven para demostrar los alcances estéticos tan diversos de nuestra poesía.
En 1998 tuve la oportunidad de invitarlo a leer sus poemas en un recital en la Biblioteca Piloto del Caribe; más tarde me correspondió presentar allí mismo su segundo libro Madrigales y Elegías, un libro en el que reafirma ese mundo íntimo, intelectual y cultural al que ya nos hemos referido, pero en el que es ostensible el proceso de ajuste y síntesis de su discurso en el que ya se anunciaba lo que andaba en formación y se ampliaría en estas 50 Inscripciones que hoy pretexto. Porque precisamente los dos últimos textos de ese segundo libro son en efecto dos inscripciones que ahora en este tercero se vuelven 50 y en el que Elías Antonio Muvdi logra a mi parecer la notoria afinación de su instrumento al servicio de 50 cuartetos en los que luce una esforzada economía de formas que exige ese estilo de canto y la medida justa de conocimiento y experiencia que permiten solventar los peligros de una poesía que reclama ante todo discreción y sabiduría.
Qué raro este reencuentro con un autor que me invita de nuevo a leer este libro luego de tanto tiempo, y la experiencia resulta tan interesante que me hace regresar a sus libros anteriores para confirmar el hallazgo de un poeta que había logrado el cierre de un círculo sobre el que estuvo girando por años en la persecución de las palabras justas, las que necesitaba él y necesitábamos nosotros para acceder a un universo lleno de indecibles misterios. Los de la poesía. Saludos al poeta, donde quiera que esté.