Educación Superior: ¿cuál es su futuro en Colombia?

A plena mitad del mandato Petro, ¿cuál es el futuro de la Educación Superior en Colombia?

Preocupa lo que revela el último informe del sistema universitario en el país. Lo que arrojan los datos controvierte las promesas del Gobierno sobre educación

A plena mitad del mandato Petro, ¿cuál es el futuro de la Educación Superior en Colombia?

El último informe del Sistema Nacional de Información de la Educación Superior (SNIES), revela una tendencia preocupante en cobertura, pues registra un leve incremento de 9.605 estudiantes en el total nacional incluyendo instituciones públicas y privadas.

La propuesta del Presidente Petro de construir 100 sedes universitarias para recibir a 500.000 nuevos estudiantes, según el Plan Nacional de Espacios Educativos (Universidad en tu territorio) y el programa de educación gratuita, fue presentado como un gran avance tras dos años de mandato. La idea que sedujo a sus votantes, hoy revela el fracaso del discurso populista que adolecía de una comprensión integral de los factores que inciden en la cobertura, calidad y pertinencia de la educación, que exige un conocimiento de la realidad nacional.

Las cifras indican que, en 2023, el total de matrícula en educación superior fue de 2.475.833 estudiantes, con un leve incremento respecto al 2022 (9.605). Sin embargo, este aumento no se reflejó en los programas de pregrado (carreras profesionales, técnicas y tecnológicas), donde las matrículas disminuyeron.

El crecimiento se dio en los programas de posgrado (especializaciones, maestrías y doctorados). Las IES públicas experimentaron una disminución de 7.368 matrículas, pasando de 1.341.339 estudiantes en 2022 a 1.333.971 en 2023. Es paradójico, puesto que el Gobierno centró sus esfuerzos en la gratuidad de la matrícula (programa Puedo Estudiar) y la creación de programas como Universidad en tu Territorio, dirigidos a aumentar la cobertura en las regiones. (ver gráfico).

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Reducción en el SENA y universidades importantes

El SENA, tantas veces repetido como líder en la ampliación de cobertura, perdió 31.839 estudiantes en 2023, alcanzando su nivel más bajo en la última década. Además, 39 de las 74 IES públicas redujeron sus matrículas como es el caso de la Universidad Nacional de Colombia, la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, la ESAP y la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.

Por otra parte, las universidades privadas incrementaron su matrícula, recuperando una tendencia a la baja que se había acentuado con la pandemia de COVID-19. Sin embargo, algunas de las universidades privadas más prestigiosas, como el Externado de Colombia, la Pontificia Bolivariana y la Universidad del Norte, cerraron el 2023 con caídas en sus matrículas. En contraste, universidades privadas con mayoría de estudiantes de bajos recursos, como la Corporación Unificada Nacional de Educación Superior (CUN) y Uniminuto, presentaron los mayores crecimientos.

Los jóvenes colombianos se gradúan mayoritariamente en áreas como Economía y afines (35,97%), Ingenierías y Arquitecturas (22,07%) y Ciencias Sociales (20,09%). Sin embargo, la mayor demanda laboral se encuentra en áreas como servicios administrativos y de apoyo (recursos humanos, atención al cliente), comunicaciones, administración pública, salud y educación. Estas áreas no coinciden con las preferencias de los estudiantes, lo que agrava la problemática laboral, según el Centro de Estudios Económicos de la Anif.

No se mencionan factores como la deserción universitaria, la competencia con el mercado internacional que tiene ofertas académicas en la modalidad On- Line, hibridas y a distancia, que interpretan el nuevo mercado laboral, graduándose en menor tiempo y ofrecen mejores oportunidades que las hacen altamente competitivas.

En Colombia, la política en educación se ha enfocado a la cobertura, sin éxito, descuidando la calidad, la innovacion y pertinencia, que demanda mayores recursos en Ciencia, Tecnología e Innovación.

Pese a tener un flamante ministerio que lleva su nombre es contradictorio que en 2024 tan solo se destinó el 0,1% (399,8 miles de millones) del presupuesto nacional, penúltimo en la distribución por sectores  como lo señaló la comunidad científica: “equivalente a una inversión de 1,48 dólares anuales por habitante y la inversión total para investigación, incluyendo regalías y aportes de otros sectores, solo llegaría a un máximo de 27 dólares anuales por habitante, mientras en Corea del Sur y en España, la inversión en ciencia y tecnología es de 2.050 y 530 dólares anuales por habitante, respectivamente (...).

Lamentablemente, estas circunstancias no contribuyen al desarrollo de un país en el que la ciencia, la tecnología y la innovación sean los motores para impulsar el tan anhelado cambio”. Sin contar que el panorama para 2025 es más sombrío, dados los anunciados recortes al presupuesto que afectarían sensiblemente la inversión I+D, soporte del desarrollo económico a largo plazo.

El grandilocuente discurso de ser “potencia mundial de la vida”, dista mucho de lo que hacen las grandes potencias mundiales cuya estrategia es la formación de sus juventudes al más alto nivel, dando prioridad a la inversión en ciencia, tecnología e innovación como lo registra The Economist para EE. UU., China y países europeos.

Así, por ejemplo, el gigante asiático, que hace 75 años era un país semifeudal, atrasado y sin protagonismo en la dinámica global, hoy lidera el ranking en I+D, gracias a su política de largo plazo, que se fundamenta en tres áreas: presupuesto estatal, equipos y talento humano. 

En términos reales, el gasto de China en I+D se ha multiplicado por 16 desde el año 2000. Según los datos de la OCDE (2021), China todavía estaba por detrás de Estados Unidos en el gasto general, con 668 mil millones de dólares, en comparación con 806 mil millones de dólares para Estados Unidos en paridad de poder adquisitivo.

Sin embargo, mientras Estados Unidos gasta alrededor de un 50% en investigación básica, China centra sus recursos en investigación aplicada y desarrollo experimental, dirigidos a áreas estratégicas. En 2006, el PCCh publicó su visión de cómo debería desarrollarse la ciencia durante los próximos 15 años con proyectos específicos.  incluidos en los planes quinquenales de desarrollo.

El plan actual, publicado en 2021, tiene como objetivo la investigación en tecnologías cuánticas, inteligencia artificial, semiconductores, neurociencia, genética y biotecnología, medicina regenerativa y exploración de “áreas fronterizas” como el espacio profundo, los océanos profundos y los polos de la Tierra.

La calidad de la investigación científica de un país, se mide por las patentes, los recursos asignados y el número publicaciones de alto impacto, en revistas indexadas que son citadas por la comunidad científica mundial. En 2003, Estados Unidos produjo 20 veces más artículos científicos que China, según datos de Clarivate, una empresa de análisis científico (ver gráfico). En 2013, Estados Unidos produjo alrededor de cuatro veces la cantidad de artículos de primer nivel y, en la publicación de datos más reciente, que examina artículos de 2022, China había superado tanto a Estados Unidos como a toda la Unión Europea.

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El viejo orden mundial científico, dominado por Estados Unidos, Europa y Japón, está llegando a su fin.

En Colombia, como ya lo mencionamos, ignoramos que la ciencia es universal y el mundo se globalizo, trayendo consigo nuevos retos para los cuales la academia debe fungir como centro de pensamiento y formación de nuevos liderazgos.

Sorprende el regreso al activismo universitario, que pretende formar “cuadros revolucionarios” que agiten un tardío debate ideológico sesgado, que convoca a las constituyentes universitarias, que complementaría el llamado del gobierno a crear “el poder constituyente”, desconociendo la institucionalidad establecida en la constitución del 91, y volviendo a las movilizaciones estudiantiles que se fraguaron desde el mayo francés del 68, la resistencia a la guerra de Vietnam, los alineamientos con la revolución Cubana, Vietnamita y China, y la idea de hacer de la universidad una “cantera de cuadros” para la revolución, que incluso tendrían que destruir la universidad burguesa y levantar la universidad popular y de masas.

Con nuevos teóricos, como el filósofo Antonio Negri, que sustenta el poder constituyente en “una fuerza dinámica y revolucionaria que tiene la capacidad de establecer un nuevo orden social y político, superando transformando el marco del orden existente …una fuerza que irrumpe, quiebra, interrumpe, desquicia todo equilibrio pre-existente y toda continuidad posible”.

En este contexto, se desconocería la autonomía universitaria consagrada en la Constitución del 91 y reglamentada en la Ley 30 de 1992, que entre otras cosas establece la gobernanza universitaria en el Consejo Superior, donde tienen asiento la comunidad Académica y el gobierno, el Consejo Académico y el Rector.

De igual manera, se pretende cooptar los consejos superiores, las rectorías y el propio Ministerio de Educación con activistas políticos que agencien el proyecto político del gobierno, con una perversa estrategia de convertir a las IES en un centro político, que desconoce la pluralidad de pensamiento y se coloca de espaldas a los problemas que impone un mundo globalizado, bajo nuevas narrativas respecto a cambio climático, transición energetica, inteligencia artificial, que impide a la juventud colombiana ser protagonista y competitiva en los nuevos liderazgos políticos, científicos y académicos, y marginados de un mercado laboral cada vez más exigente.

El nombramiento de rectores en universidades públicas, conformación de Consejos Superiores con activistas políticos y la sucesiva improvisación en el Ministerio de Educación, que hoy lidera Daniel Rojas Medellín, joven activista, sin experiencia, ni conocimiento de este complejo ministerio, evidencia el desprecio por la academia y la valoración del activismo político que busca unanimismo y adoctrinamiento  subestimando el conocimiento científico, la formación en las disciplinas básicas y en nuevas tecnologías que impone la era del conocimiento.

Es diciente, que el actual ministro manejó un lenguaje insultante frente a la discrepancia, verbalismo ofensivo y vulgar, en el inmediato pasado, que recientemente decía en uno de sus tuits: “No se necesita ser bueno en matemáticas para entender la economía. El cambio, precisamente, significa sacar la economía de ese marco cognitivo”. 

¿Qué nos dirá la prueba PISA cuando ocupamos los últimos renglones en matemáticas, no sabemos leer e interpretar un texto y mucho menos podemos comunicarnos con el resto del mundo, debido al bajo nivel en lenguas extranjeras en el que se escriben los textos científicos y se publican los avances en los distintos campos del conocimiento? Es un culto a la ignorancia, o una novedosa revolución, que como en el tango Cambalache se canta: “Ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. Todo es igual, nada es mejor. Lo mismo un burro que un gran profesor”.

Asistente de Investigación: Ricardo José Mosquera G. / Universidad de los Andes

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