Escribo esta columna a partir de la marcha por la vida y el agua, convocada por los pueblos que están interesados en la conservación del macizo. Y al hacerlo recuerdo que en la escuela primaria dibujé en el mapa de Colombia, la Estrella Fluvial Colombiana, en color azul que fluía hacia los dos océanos de peces y ballenas.
En la segunda década del siglo XXI, considero que el proceso de dominación de la Tierra es una aventura provechosa que busca beneficio económico. Vale anotar que ninguna política ambiental, en estos tiempos, puede desconocer los modos en que la naturaleza funciona, hecho que obliga a que las políticas estatales deben buscar una relación con el medio ambiente en la cual no se desconozca los efectos que tiene la tecnología sobre la naturaleza, como es la construcción de una hidroeléctrica.
No se pueden desconocer los cambios que sufre el medio natural hoy en día, que son mucho más rápidos que cualquiera de los conocidos en los tiempos antiguos. Hoy, la deforestación tiene lugar a escala mundial como lo muestra lo que está sucediendo en la cuenca amazónica. El aire que se respira se encuentra cada vez más “irrespirable” y la atmósfera cada año es más turbia y opaca. A su vez la contaminación de los océanos es alarmante, vale considerar lo que se dice: “en el agua marina hay más plásticos que peces.” Es significativo el hecho de que los insectos y las abejas van camino de la extinción, dado el uso de los insecticidas y, de esta manera se da término a procesos como la polinización.
Es cierto que, desde tiempos antiguos, la Tierra ha sido saqueada, por parte de civilizaciones como de la Mesopotamia, Grecia y Roma. Los pueblos antiguos no llegaron a tener la radioactividad, tampoco la industria masiva del petróleo y el motor de combustión que hoy se encuentra en las carreteras y las ciudades masificadas, arrojando sustancias tóxicas a la atmósfera.
Hay que reconocer que el intercambio del hombre con la naturaleza no ha llevado a la armonía, sino al desmantelamiento de los recursos naturales existentes y a la destrucción del metabolismo de la naturaleza. Mucho más, el estudio histórico de la relación del hombre con la naturaleza no puede olvidar: la influencia del medio ambiente en el desarrollo de las civilizaciones; las actitudes humanas respecto a la naturaleza y el efecto de las civilizaciones sobre el medio natural.
Sin embargo, lo cierto es que vivimos inmersos en una mentalidad que se caracteriza por el sentido práctico hacia la naturaleza, mentalidad utilitaria que desconoce el conocimiento de las ciencias. Este utilitarismo trata al medio ambiente como una fuente inagotable de recursos sin límites. La rapidez, el alcance y la intensidad de la interacción con el medio están determinados por el nivel de la tecnología y, por la indiferencia política que privilegia la ganancia a la vida.