El pasado 23 de agosto fue publicado en este medio un editorial titulado “¿A dónde se fue la humildad de Luis Díaz? El rolex de 300 millones con el que anda de arriba pa abajo”.
Entre las cosas que se dice en el editorial, se menciona que “el jugador colombiano ya empieza a creerse una superestrellita, y con su sueldo multimillonario se da unos lujitos que para muchos resultan innecesarios”. Dicho documento merece un contraeditorial con algunos comentarios.
El primer comentario necesario es que mientras “Luchito” se gane su dinero con su trabajo, es y será libre de gastarlo en lo que se antoje. No faltaba más. ¿Quién, detrás de una pantalla, se siente con la osadía y capacidad de decirle al guajiro en qué puede y en qué no puede utilizar los recursos que provienen de su trabajo? Si se le antoja un reloj de 300 millones, un carro de 600 o una mansión de 5000: ¡Maravilloso! Bien por él que puede.
El segundo comentario es sobre esa arrogancia con la que a veces solemos creernos jueces de la moral pública y juzgar qué deben hacer los demás, cómo deben hacerlo y qué criterios deben seguir para ser considerados buenos o no. Si fuéramos iguales de implacables para andar vigilando las acciones o decisiones de los “famosos” que las de quienes nos gobiernan, tal vez nuestro país podría, por fin, empezar a abandonar el tercermundismo que nos aprisiona.
El tercer comentario es sobre esa vieja falacia de la “humildad”. ¿Acaso por haber nacido en una población humilde y en una familia sin recursos, debe vestir andrajoso y evitar, a toda costa, cualquier lujo? ¿Por qué? ¿Quién fue el que se inventó eso? Si el tipo fue capaz de salir adelante con su talento, deslumbrar en Colombia y luego en el mundo, ¿por qué no va a poder hacer lo que quiera con su plata? Ahora bien, aquí nace otra falacia y es aquella que supone que cuando llega el éxito -sobre todo el económico- deben utilizar su dinero para “ayudar a los demás”.
Y claro: hay ejemplos maravillosos como el del delantero senegalés Sadio Mané que utiliza su dinero para ayudar la gente del pueblo en el que nació. ¡Espléndido! Pero no hay que perder el foco: ¿no se supone que para eso tenemos un Estado y que para eso pagamos impuestos? ¿No es la función del Estado y del gobierno solucionar los temas de acceso a comida, educación y salud? ¿En qué momento se convirtió en la obligación de los futbolistas –o de los famosos, en general-, solucionar lo que el Estado no pudo? Si quieren ayudar, bienvenido. Y si no, ¿qué?
Con absoluta seguridad, Luis Díaz ha hecho mucho, muchísimo más que los que lo critican. Y, ojalá su ejemplo sirva para muchos: el valor del esfuerzo, de la constancia y de la disciplina. Ojalá también sea un llamado de atención para los gobiernos, esos sí, responsables de solucionar los problemas sociales: que entiendan que invirtiendo en temas como el deporte y la educación tendremos más jóvenes como Lucho o como Rigo o como Nairo, o como Diana Trujillo, la joven ingeniera aeroespacial que liderará una misión en la NASA. Ojalá, en un futuro no muy lejano, tengamos más colombianos como ellos y menos preocupados por los relojes de quienes con su talento nos representan ante el mundo.
Ha hecho mucho más que los que la critican.