Estoy acostumbrado a que mis interlocutores frunzan el ceño cuando digo que soy ateo. Es normal. Vivimos en una sociedad judeocristiana que, precisamente por judeocristiana, cumple a cabalidad dos preceptos: morir de terror ante la diferencia y descartar de plano la posibilidad de estar equivocada.
Lo que no logro digerir es la facilidad con que esos interlocutores suponen que solo se puede acceder al ateísmo desde el trauma.
¿Qué problema tuviste? ¿Los curas de tu colegio eran de "esos"? ¿Quién te quiso inculcar la religión a la fuerza?
Después de años de esquivar con estoicismo preguntas como estas (y otras tantas más tontas), me sigue sorprendiendo lo bien que ha hecho la Iglesia católica su trabajo de sembrar el prejuicio y abonarlo para que florezca.
A mi no me violó ningún cura.
De hecho tengo grandes amigos que son sacerdotes y por la mayoría de los que recuerdo, en especial por los profesores de mi colegio, tengo un profundo sentimiento de gratitud.
Nadie me forzó a ingresar a ningún movimiento cristiano y del grupo parroquial al que pertenecí tengo los más bellos recuerdos. De hecho más que un grupo de jóvenes creyentes era un maravilloso círculo de relaciones interpersonales.
No tuve ningún problema, no tuve ningún trauma. Lo que tuve, y eso sí resultó definitivo, fue una personalidad inquisitiva y un padre que me inculcó el amor por los libros y la curiosidad científica.
Así de sencillo y así de tranquilo.
Primero fui creyente por la misma razón que la casi totalidad de las personas lo son: porque me lo enseñaron en la casa y jamás me interrogué al respecto.
Luego leí, pensé y me cuestioné, pero concluí que no tenía argumentos suficientes para tomar una posición sobre la existencia o inexistencia de dios y entonces me llamé agnóstico.
Pero rápidamente deduje que declararse agnóstico sobre algo era concederle a ese algo el mismo porcentaje de probabilidades de existencia que de inexistencia y entendí que si me declaraba agnóstico con relación al dios de mis padres, debería declararme igual frente a la existencia de los gnomos, las hadas, los unicornios o cualquier otro personaje fantástico. Y entendí que era ateo.
Punto.
Ni tocamientos de curas, ni traumas ni agresiones de tipo religioso. Solo libros, interrogantes y sentido común.
Existen dos posturas absolutamente incompatibles: la completa honestidad religiosa y la completa honestidad intelectual.
Contrario a lo que la Iglesia, de manera muy conveniente proclama cuando se ve arrinconada por el conocimiento, la ciencia y la religión no son compatibles.
Si. Se puede conseguir —y es deseable que así sea— un entorno de tolerancia entre ambas, pero si se profundiza en una de las dos, llegará un momento en que se deba prescindir de la otra.
¿Quieres respetar hasta el último límite los preceptos religiosos?
Pues tendrás, en algún momento, que desechar a la ciencia y dar lo que se llama "el salto de fe".
¿Quieres ser intelectualmente honesto hasta las últimas consecuencias?
Entonces, en algún momento, tendrás que admitir que aquello que la religión presenta como verídico, es intelectualmente indefendible.
Claro. La inmensa mayoría de la gente se siente cómoda en las tibias aguas entre esos dos extremos y no está interesada en llegar hasta las honduras religiosas o intelectuales. Puedo entender lo fácil que les resulta: para abrazar se necesitan dos manos, para señalar solo un dedo.