A más noticias mayor desinformación
Parece un contrasentido, pero eso ocurre en Colombia, ante la proliferación de medios y redes para comunicar. Nadie discute que ahora tenemos más formas y oportunidades de recibir noticias, que hace 15 años, en gran parte motivado por la popularización del internet, y la entrada de los canales de televisión privados, locales y pagos por suscripción.
Pero la mayor oferta y circulación de noticias no significa necesariamente que el ciudadano está adecuadamente informado. Ahora los hechos se conocen rápidamente por las redes sociales, se reciben fotos, audios y videos al instante, pero sin ningún tratamiento profesional, que permita establecer su autenticidad, confrontar la fuente o determinar si es un montaje.
Hábilmente los gobiernos y los grupos de todas las tendencias, lo están capitalizando a su favor. Ya no es necesario comprar un medio masivo de comunicación para legitimar y propagar las acciones, y generar una opinión favorable hacia la causa. Basta con un grupo pequeño de asesores que diseñe los mensajes con las dosis adecuadas de patriotismo, radicalidad, emotividad y persuasión para lograr inmediatamente una marea de simpatizantes que termina solidarizada. Algunos estrategas los llaman “grupos de intoxicación”, haciendo alusión a lo letales que pueden ser, a la hora de conseguir un objetivo: desprestigiar a un personaje, una ideología, o por el contrario sobrevalorarlo, de acuerdo a la intención del momento.
Algunos replicarán, ese es el precio de la libertad de expresión y de un mundo sin censura. De acuerdo. Pero valdría la pena reflexionar si los juicios de valor que se están formando los receptores de tantas micro noticias, son lo suficientemente amplios y pluralistas para tomar partido frente a la realidad de un país o de un continente. No hay libertad real, cuando la persona termina manejada por las ideas de cualquier sector social, lo peor, sin darse cuenta, porque el grado de manipulación que se ejerce en sutil, invisible, pero certero. En nuestro modelo de sociedad, no se necesitan ejércitos rojos interrumpiendo una señal de televisión a la fuerza, para evitar que se divulgue un pensamiento diferente al del régimen.
Los noticieros cumplen su papel de registrar la realidad, pero a más espacio y cada vez menos recursos para informar, son más vulnerables a terminar siendo “dispensadores” de versiones oficiales y no oficiales, muchas estratégicamente construidas por asesores de propaganda para generar “sensaciones falsas” en el ciudadano sobre sus entorno social, político y económico.
Ante ese caudal torrentoso de noticias, verdaderas, falsas, montadas o estratégicamente diseñadas se hace necesaria una actitud cada vez más crítica del consumidor, que desconfíe de todo, que se tome su tiempo para analizar, que no se deje llevar por las emociones y que siempre piense que hay alguien persiguiendo un interés detrás de lo que le cuentan. La clave es descubrir lo que está detrás de cada noticia, cuales son los hilos de poder que se manejan, y cuál es el discurso que faltó por revelar.
Obviamente para lograrlo, el ciudadano necesita la colaboración de medios realmente independientes que lo ayuden a unir las piezas del rompecabezas, a desentrañar lo que se maquilla y a reflexionar sin apasionamientos y sin la premura del día a día. Así pasará de tener una “ilusión de realidad”, a generar una opinión más sensata.