A Marmolejo le importa un comino que el ministro de Hacienda, envuelto en su saco de cachaco y talla grande, casi tan grande como la del ego que lo infla, haya anunciado —precedido de las consabidas filtraciones sonda que sin querer queriendo dejan caer los miembros del primer círculo en algún programa radial o televisivo—, que el gobierno, una vez cancelados los 600 millones de pesos que nos costaron a los colombianos —a todos, a Marmolejo también—, las cortinas nuevas de la Casa de Nariño, ahora sí se va a apretar el cinturón.
Por orden del jefe, ningún funcionario podrá viajar en primera clase. Lo soltó Cárdenas con la misma emoción contenida con la que un investigador científico podría lanzar al mundo la buena nueva de la vacuna contra la epidemia del momento. (En materia de picaduras de mosquitos también hay modas; la del Zika, por ejemplo, está trendy).
Para qué, pero la emoción fue mucha. El beso que le hubiera estampado, de haber estado en esa rueda de prensa, trepada en mis zapatos de plataforma... (Palabra que hubiera desafiado el soroche).
Mmmua, por ser tan de lavar y planchar que dicen las señoras.
Volar de Bogotá a Tunja, o a Medellín, o a Leticia sin estirar las piernas por unos minutos, esperar el llamado a abordar en medio de la montonera y hacer fila a los estrujones para mostrar el pasabordo, son pruebas reina de sencillez y democracia. Si lo sabremos…
Los de la chusma, es decir, los privilegiados que podemos montar en avión —a la mayoría de compatriotas no les alcanza ni para la flota— como cigarrillos en paquete, de la cortina hacia atrás, estamos alborozados con la directriz presidencial. No solo porque se nos proporcionará la dicha de ver, oler y hasta tocar a los actores naturales de los medios, sino porque, gracias a ese chispazo, la acción de Ecopetrol regresará al redil, la reforma tributaria sonará a canción de cuna, el sainete de la subasta de Isagén derivará en obra maestra, el tesoro del Galeón San José nos hará sonreír dormidos, la multiplicación de los panes se repetirá en la canasta familiar y el salario mínimo alcanzará hasta para comprar acciones. (Efectos colaterales que a Marmolejo le importaran un comino).
Como el resto de los vermífugos,
este de la clase económica también tiene letra menuda en la etiqueta:
la medida no aplica para los trayectos internacionales
Pero de eso tan bueno no dan tanto. Como el resto de los vermífugos, este de la clase económica también tiene letra menuda en la etiqueta: la medida no aplica para los trayectos internacionales, se lee con esfuerzo. Sería demasiado pedir a las extremidades oficiales que se priven de las sillas abullonadas y reclinables en los trayectos que de verdad diezman el monedero nacional. El que surtimos usted, Marmolejo, yo…; los que pagamos los tiquetes. (Y otras cosillas).
Y digo que a Marmolejo, el portero de mi edificio, analista natural de la realidad del país —cuando bajo el perro y está de turno, me suelta, desde esa caja de resonancia que el Pacífico instala en la “profundación” del tórax de sus habitantes, cada speech que haría palidecer de envidia a los tertulianos de Hora 20— le importa un comino lo que Mauricio Cárdenas haga o deje de hacer, porque la precaria calidad de su diario vivir se mantiene estable, con tendencia a la baja.
“Todo ha subido más que el salario mínimo. Por mi casa, la papa criolla que estaba a 1.800 o 2.000 pesos el kilo, está por encima de los 5.000. ¿Y el tomate? Pasó de 1.600 el kilo a 4.000. Y así todo el mercado. Si en la tienda de don Luis no nos fiaran, en días aguantaríamos hambre. No sabe uno si pagar el arriendo o comer. De lo que ya sí desistimos mi esposa y yo fue de hacer planes para ir a visitar a la hija que es policía en Santa Marta. Los buses están muy caros, es mucho lujo para nosotros. ¿De qué me sirve entonces, doñita, que ahora los doctores deripararos no puedan viajar tan elegantes? Dígame, usté que es periodista, ¿de qué me sirve?”.
De nada Marmolejo.
De nada, en el país en el que usted lucha por sobrevivir.
“Crecimos más que cualquier otro país mediano y grande de América Latina. Sigue subiendo el empleo, sigue bajando la pobreza y tenemos buenas perspectivas de crecimiento para este año”, etcétera y etcétera manifestó en entrevista con El Tiempo, el domingo pasado, el presidente.
A Marmolejo le importa un comino tal derroche de optimismo. Su Colombia es la otra.
COPETE DE CREMA: Marmolejo le manda a proponer a Yamid Amat que intercambien corbatas por un día, a ver si la “traga” por el mandatario aguanta la jornada. Y al ministro Cárdenas, a ver si el descenso burocrático a clase económica le permite viajar a Santa Marta.