A Colmenares lo mataron los medios

A Colmenares lo mataron los medios

Sin ser parte, el abogado Mendoza hace su análisis

Por: Daniel Emilio Mendoza Leal
junio 07, 2014
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A Colmenares lo mataron los medios

Lo dije varias veces. Fui el primero en echarme encima a todos esos nazis virtuales que incendiaron, cual bosque chamuscado, el asunto en las redes sociales. Varios amigos míos, políticos y periodistas, me trababan como si fuera un esquizofrénico amarrado cuando hablaba del tema. Me llegaron a amenazar con llenarme el pecho de plomo si no me callaba y desde hace ya cuatro años, de los comentarios al final de cada uno de los seis artículos que escribí, salían arañazos y mordiscos furiosos que me querían despellejar. Y todo porque me atreví a afirmar que los muchachos de los Andes, Carlos, Laura y Jessy eran inocentes y que ese fiscal, Gonzales, quien resultó acusado de enchufarle al proceso testigos falsos, y Zamorita, Doña Fiscal, tendrían que juagarse con jabón la boca sucia de tanta mentira.

Hoy un despacho judicial me dio la razón: Carlos Cárdenas fue declarado inocente.

La noticia sorprende y hasta indigna a muchos, a esos que me escriben diciendo que el fallo se dio gracias al billete que pusieron el combo de oligarcas burgueses, a los periodistas que calentaron la pantalla, a los famosos locutores que hicieron lo propio con sus corto punzantes micrófonos, a los padres de familia y a los rectores de colegios que realizaron manifestaciones públicas. Descartando a unos pocos, la sociedad  entera va a seguir creyendo que al juez lo torcieron y que Carlos Cárdenas es un Mr. Hyde rolo, que sale todos los viernes a matar costeños a botellazos.

Eso piensan todos, menos los que trabajan en Paloquemao, los que sabemos leer un expediente, los que tenemos algo idea de cómo se analiza un testimonio, los jueces y fiscales, los secretarios y técnicos del CTI, todos los que se han pateado el proceso desde el principio y conocen las pruebas que se han debatido en él. Allá todos están completamente seguros, de que se trató de una lamentable fatalidad a la que nadie le había metido la mano.

A mí me pasó lo mismo. Cuando todo estalló, hace ya casi 3 años,  yo no andaba por estos lares, disfrutaba de vagabundo por Europa con una hembrita pintora que me llevé al periplo, cuando me agarró la historia a la que empecé a darle mordiscos cada vez que navegaba en la red, conectado al  Wi Fi de los hoteles.

Al llegar, después de haber lidiado chicharones de farcpolitica, parapolítica, agroingreso, carrusel y DMG, no me podía quedar con la gana de echarle muela a este proceso que parecía un guión de un oscuro triller sociológico: un muchacho de provincia, moreno, de clase media, asesinado a botellazo limpio por un parche de niños y niñas ricas pertenecientes a la mejor universidad del país.

Empecé indigestándome con todo lo que habían dicho los medios en mi ausencia, hasta que del cielo cayó el expediente a mis manos. Esa noche empecé tardecito, mucho más envenenado que todos ustedes, la idea era aclarar y recrear cómo era que habían matado al muchacho. Y empecé a pasar las páginas, y a ver que las versiones de los estudiantes que habían salido con Luis Andrés, eran todas coherentes y encajaban unas con otras, y descubro además que ninguno de los asistentes era amigo de Laura, que todos eran amigos del difunto, que nadie tenía razones para encubrir a Laura.

Me enfrento con el perfil de los testigos, todos jóvenes pilos, estudiosos y responsables, ningún paraco, ningún guerrillo chueco como los que a me ha tocado contrainterrogar en la Corte. Las declaraciones los dibujaban como culicagados atortolados, que lo único que sabían era que no se podían poner a inventar nada.

Pasando las paginas empieza a dibujárseme un Fiscal casposo y antiético, que no buscaba la verdad, sino su verdad y que al no encontrar quien le cantara la canción que él quería oír, llegó hasta el extremo de presentar, en plena declaración de uno de esos polluelos aterrorizados, las fotografías del cadáver y preguntarle, como si se tratara de un médico forense, si le parecía que las heridas podían ser o no producto de un accidente.

Todos decían lo mismo, ninguno patinaba en nada, ninguno contradecía la versión del otro.

Poner a dos farsantes profesionales a caminar sobre mentiras viene siendo como treparlos a una cuerda engrasada en aceite de oliva, ahora, ¿cómo será preparar y encaminar más de diez versiones independientes, narradas en fechas equidistantes unas de otras y que todas persistan en seguir el mismo curso? Eso es imposible. Más fácil es que el sol se nos caiga encima a todos. Y no lo digo yo, la verificación de los recorridos por las celdas de los celulares, que fue presentada en el proceso por la defensa, corroboró no solo la veracidad de las versiones sino que para el momento del accidente en el parque el Virrey, Cárdenas estaba dejando a una hembrita en Pablo Sexto.

Eran las 3 de la mañana cuando cogí la calculadora y empecé a anotar cada uno de los momentos en que se hicieron las llamadas. Las cuentas no me daban, en minutos tenían que haber ideado y ejecutado el crimen, y ni poniéndolo todo en cámara rápida hubiera sido posible.

Para esa época, la gran prueba de la que hablaban los noticieros eran los morados que tenía Colmenares en la espalda; livideces se llaman, las cuales dan fe del reposo de la sangre, e indicaban que había estado acostado sobre una superficie plana varias horas, según el fiscal,  evidenciaba  que lo habían puesto a pasear en el baúl de un carro. Antes de tener en mis manos el expediente, esa era para mí una prueba incontrovertible. Leyendo llegué a la conclusión de que lo raro es que no las tuviera, pues el cuerpo estuvo varias horas acostado en una bandeja fría en la morgue, como todos los mortales, esperando que le hicieran la autopsia.

Cada hoja de cada uno de los cuadernos, me contaba una historia diferente. Ni una herida en el cuerpo. Todas faciales. Dos autopsias, ambas bien hechas, pero solo una mal valorada, precisamente la segunda, la que contrataron los Colmenares y el Fiscal Gonzales, en la cual, el forense se atrevía a afirmar que había sido un homicidio, basándose en un cráneo roto y unas heridas superficiales… sin un balazo, sin una puñalada.

Un cuerpo encontrado en un túnel negro, vestido con pantalón negro, camisa negra, zapatos negros. Unos bomberos a quienes les da pereza entrar a ese túnel, que iluminan decenas de metros con dos linternas, uno desde una boca y el otro desde la otra, sin prever que ese orificio de concreto, no era regular sino que tenía un desnivel, el mismo en que fue encontrado Luis Andrés a quien le pasó el foco de luz por encima, muy probablemente mientras se estaba ahogando por culpa de ese par de funcionarios negligentes y chambones, que terminaron aceptándole a la juez que no entraron, pero que sí debieron haber entrado al túnel la misma madrugada  que había sido, un par de horas antes de los hechos, la más lluviosa de hacía varios años, subiendo el nivel del agua corroborado por el IDEAM, a los centímetros más que necesarios para que el torrente se llevara a cuestas hasta el cuerpo de un gladiador.

Lo sucedido aquella noche se materializó nítidamente, develándome una realidad que desnaturalizaba por completo esa versión con la habían intoxicado al país entero.

A las 5 de la mañana, habiéndome empacado las tres cuartas partes del expediente, cerré los ojos. Me dormí con la certeza de que los medios de comunicación, eran los que habían matado a Luis Andrés Colmenares.

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