“Siquiera terminó esta campaña presidencial” es la frase más sentida que he escuchado en los últimos días. La escucha uno de boca de los unos, de los otros, de los de más allá y hasta de los que no van a hacer el más mínimo esfuerzo por reivindicar que existen.
—Y no es para menos.
Esta campaña superó, en mucho, los límites previstos en lo que ya se advierte como una degradación generalizada del liderazgo político. Tanto así que sobra ponerse a repetir la retahíla de los hechos grotescos con que han ofendido sistemáticamente el sentido moral de la sociedad. Y sobra, sobre todo, porque todo el mundo la conoce y repetirla no haría más que prestarse para que algunos sigan regodeándose en un sadomasoquismo extraño.
—Es muy triste y muy grave.
Muy triste porque la que debiera de haber sido una fiesta la convirtieron en una orgía. Las elecciones debieran de ser la gran fiesta de la democracia y cada vez las sufrimos peor bajo los asedios de la mentira y del miedo.
Y muy grave porque por ese camino estamos acabando con la democracia misma. Tan claro como que sin cultura democrática, sin respeto democrático, sin moral democrática, sin libertad de pensamiento y sin un mínimo de verdad, la democracia agoniza.
Es como si el calentamiento global se hubiera instalado con más saña en nuestra democracia que en nuestra geografía, derritiendo los límites éticos que deben soportar el debate público y elevando a niveles insostenibles las aguas de la irracionalidad y del insulto.
Clara muestra de la irracionalidad de la campaña ha consistido en que han omitido por completo ciertos temas de lo que está ocurriendo en el mundo, que nos atañen directamente y como a pocos, y que los colombianos hemos dejado de observar como si estuviéramos ciegos.
La semana pasada la dictadura de Ortega le anunció al mundo que ya tiene abierto el territorio nicaragüense para la llegada oronda de las tropas rusas.
—Sí, las mismas que siguen invadiendo y asesinando al pueblo ucraniano.
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Nadie ha dicho nada, como si las tropas rusas en Nicaragua no tuvieran algo qué ver con nosotros. Como si las tropas rusas en Venezuela no hubieran tenido qué ver con las hostilidades que hemos padecido
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Aquí nadie dijo nada. Nadie ha dicho nada, como si la presencia de las tropas rusas en Nicaragua no tuviera algo qué ver con nosotros. Como si la presencia de tropas rusas en Venezuela no hubiera tenido qué ver con las hostilidades que hemos padecido desde la dictadura de Maduro, como si no hubieran tenido qué ver con las guerras híbridas que nos siembran en las regiones bajo el amparo territorial, tecnológico y financiero que reciben desde el santuario de impunidad de Caracas.
Esta semana comencé a leer el libro La geopolítica de la emoción, del investigador francés Dominique Moïsi, donde encontré una frase de Putin que me abofeteó. Ya entenderán ustedes el porqué.
— “Si yo les produzco miedo es, entonces, que yo existo y que voy por el buen camino. Ayer ustedes me despreciaban, hoy ustedes me temen de nuevo. Yo estoy superándome de la humillación para reencontrar a través de vuestro miedo, mi esperanza.”
Tan pronto me pateó la frase, comencé a buscar cuándo la había dicho. Solo pude encontrar que el libro que estoy leyendo fue publicado en 2008. Luego la pronunció hace más de catorce años. Catorce años antes de que comenzara a invadir a Ucrania.
Tan pronto como me percaté de que Putin dijo esa barbaridad desde hace tanto tiempo, solo atiné preguntarme una cosa:
—¿En qué andaban tan distraídos los dirigentes del mundo, en qué andaban las Naciones Unidas, que no le pararon bolas a semejante amenaza?
Pareciera como que hubieran estado metidos en algo tan ruidoso e irracional como la campaña presidencial de Colombia.
Por eso, queridos lectores, debemos comprender que a los políticos de hoy no solo debemos creerles las mentiras. También, de vez en cuando, debemos creerles las verdades.