Colciencias ha convocado para los días 24 y 25 de octubre próximos el VII Diálogo sobre ética en la investigación, cuyo propósito consiste en “definir lineamientos éticos mínimos en CTI para todas las áreas de conocimiento y sus campos de aplicación”. Muchos se preguntarán por qué ética en la investigación si es de suponer que un científico difícilmente se dejaría tentar para “torcer” hacia propósitos non sanctus los resultados de sus investigaciones. Pues los siguientes casos confirman que no es así:
Precisamente el primer aspecto a tratar en este evento tiene que ver con la relación entre el científico y la ética de la investigación, es decir, la calidad de las investigaciones y la difusión de resultados, entre otros. Pues en 2005, Hwang Woo-Suk, científico surcoreano, publicó en la revista científica Science los resultados de un trabajo de investigación en los que daba cuenta de la clonación de células madre que resultó siendo un fraude. Como era de esperarse, fue sancionado y retiradas sus credenciales científicas.
En 2006, Eric Pohelman, investigador norteamericano, fue condenado a un año y un día de cárcel por haber manipulado e inventado resultados en al menos diez de los trabajos que había enviado para publicación en revistas científicas entre 1992 y 2000. Y en 2018, He Jiankui, investigador chino, manipuló genéticamente los embriones de dos gemelas sin autorización de la institución que patrocinaba sus investigaciones, la cual calificó dicho acto como “una grave violación de la ética y los estándares académicos” (1).
El segundo aspecto se orienta a establecer la relación entre el científico y la sociedad, es decir, su impacto en las comunidades y su pertinencia con sus necesidades. En este sentido, muchas empresas están contratando grupos de investigadores de prestigiosas universidades, cuyos resultados dan cuenta de las bondades de sus productos, con el fin de promover su consumo entre sus potenciales clientes. Esto es muy notorio en la industria de alimentos, sin importar muchas veces si su ingesta es nociva para la salud, particularmente la de los niños y adolescentes.
Un caso en este sentido es el del Consejo de Productos del Mar de Noruega que “contrató abogados para impugnar decenas de documentos científicos, con la intención de llevar al menos a un científico a los tribunales, por contener hallazgos investigativos que podían ponerle ciertos obstáculos al cultivo del salmón (…), el plan terminó desintegrándose cuando se reveló que el “cerebro” de la operación había intentado establecer un canal con el Ministerio de Pesca para evadir las leyes noruegas de transparencia pública” (2).
Algo que también resulta pernicioso y que demerita el trabajo de los investigadores es el afán desmesurado de muchas instituciones universitarias por acreditarse. Para ello van conformando grupos de investigación entre sus docentes, cuyo impacto de sus resultados de investigación carece de pertinencia con las necesidades de las comunidades objeto de estudio. Por eso Colombia no ha podido resolver problemas tan comunes en comunidades alejadas de las capitales, como falta de agua potable y de energía, desnutrición y salubridad precaria.
Que en Colombia diez universidades en las que existen grupos de investigación estén siendo investigadas por irregularidades académicas y financieras dice mucho de la seriedad con que se aborda este tema (3). “Desafortunadamente, el objetivo principal de la investigación parece ser la publicación de artículos en revistas indexadas…” (4). Muchos artículos publicados están bien redactados, con las normas requeridas para un artículo científico, pero no muestran avance en la frontera del conocimiento del tema tratado ni pertinencia con el problema abordado.
Llegados a este punto, bien vale la pena preguntarse qué es la ética, pues es imperativo “un cambio de concepción sobre la ética, porque lejos de ser comunicada a través de un curso que tiene un principio, un fin y una evaluación, la ética es una empresa para toda la vida, no es un curso o una lección que se acaba al final del semestre sino que permanentemente se está reflexionando sobre ella” (5). Para una sencilla aproximación a este concepto, empecemos diciendo que en todas las disciplinas existe un conocimiento teórico y un conocimiento práctico (6).
El primero permite comprender el funcionamiento del objeto de estudio de la disciplina, y el segundo se relaciona con la forma como se aplica el conocimiento teórico en las actividades cotidianas. En medicina, por ejemplo, existe un conocimiento de la anatomía humana y de la composición de las sustancias de los medicamentos que se formulan a los pacientes para mitigar la enfermedad; y otro, de la forma como el médico recomienda el tratamiento y la medicación a cada paciente.
En ética también existe un conocimiento declarativo y una praxis. El primero tiene que ver con el conocimiento de sí mismo y de sus relaciones con los demás, incluidos los otros seres vivientes no humanos; el segundo, con el comportamiento que cada quien ejerce en tales relaciones. Este último se aprende en el hogar —escenario donde el niño aprende comportamientos con el ejemplo de los adultos—, y de la calidad de este aprendizaje la persona se desempeñará en su comunidad y por extensión en la sociedad.
Ya en la vida escolar, laboral y social, la praxis ética se aprende por medio de reglas claras de convivencia (deontología), en las que primen el respeto a la diversidad y el cuidado del bien ajeno y del bien común, lo que permite que se muestre lo mejor de las personas, aunque puede que en ocasiones se presente “la moral de grupo” entre colegas y termine “por ser inmoral a fuerza de unirse y cerrar los codos lado a lado para no perjudicarse entre ellos divulgando cosas o asuntos que no debieron suceder” (5).
Así las cosas, cuando ese núcleo familiar es débil y su ejemplo fomenta el facilismo y la inmediatez, y si la persona encuentra una comunidad permisiva y timorata, pues la sociedad, que es la sumatoria de estas conductas, será una sociedad inclinada a la trampa y a la obtención de resultados en forma fácil y rápida. Al fin y al cabo se actúa en el mundo “con nuestra forma de ser, con todo lo que hemos aprendido, y no podemos esperar que nos comportemos (…) distinto a como nos comportamos en otros ámbitos de nuestra vida”(7).
Y es precisamente esa cultura del facilismo y de la inmediatez la que lleva a una malsana competencia entre hermanos, entre padres e hijos, y que se replica en la comunidad, entre vecinos. Esta malsana competencia, manifestada en la intolerancia, se proyecta en la institución educativa y en el entorno laboral (incluidos grupos de investigación), escenarios estos últimos donde la envidia y los celos profesionales se imponen y dificultan el trabajo en equipo.
En síntesis, “…la ética hay que verla más bien como un proceso de aprendizaje (¡tenemos toda la vida para aprender!), en el que de vez en cuando nos equivocamos, pero, si tenemos suficiente espíritu crítico y humildad, podemos rectificar. De hecho, a la sabiduría práctica, a la prudencia que nos lleva a saber qué conviene hacer en cada momento, los filósofos clásicos la llamaban la recto ratio, o sea la razón que es recta, o, mejor aún, la razón que rectifica”(7).
Solo queda aplaudir esta iniciativa de Colciencias, pues alguien debe romper esa espiral de corrupción y llamar a tomar conciencia de las actitudes y conductas asumidas por la sociedad. No es suficiente teorizar sobre la ética, hay que asumir actitudes y conductas éticas en la cotidianidad ciudadana. Solo cuando cada ciudadano comience a adoptar una nueva actitud y una nueva conducta, se podrá educar con el ejemplo a las nuevas generaciones, para que construyan esa sociedad equitativa y justa en la que merecen vivir.
Y los llamados a liderar este cambio son los padres y maestros, pues se requiere formar en las nuevas generaciones de niños y adolescentes “la fortaleza, la constancia, el entusiasmo”, con el fin de “darles herramientas para que apunten a causas que vayan más allá de su capricho inmediato y los ayuden a superar las dificultades que supone hacer cosas importantes que den sentido a la vida…” (8). No hay que esperar un cambio de gobierno, ni menos la llegada de un mesías. Es ya, que usted, amable lector, debe empezar a actuar para cambiar.
Referencias bibliográficas
(1) La Vanguardia (2018). El científico que modificó genéticamente a unas gemelas anuncia un segundo embarazo. Recuperado el 28/11/2018.
(2) Streksnes M. (2019) Una completa guía turística de Noruega. En: El Malpensante, No. 208, p. 21.
(3) Castañeda C. (2019). Las 10 universidades investigadas por irregularidades en Colombia. Recuperado el 23/07/2019.
(4) Tallis, R. (2019) Fracasar como filósofo. En: El Malpensante, No. 207, p. 45.
(5) Savater, F. (2014) Ética para la empresa. En: Octavo Foro de Ética Empresarial. La confianza, pilar fundamental de la ética. pp. 17-18.
(6) Kant, I. (1988) Lecciones de ética. Editorial Crítica. p. 37.
(7) Fontrodona, J. (2012) La ética en las decisiones diarias de la empresa. En: Sexto Foro de Ética Empresarial. Ética en lo cotidiano. pp. 17-18
(8) Cajiao, F. (2019) Los problemas de la felicidad. Recuperado el 24/06/2019.