Aun cuando recién acaba de cantarse el triunfo de Joe Biden, ya suman toneladas las noticias y las opiniones sobre los motivos que concluyeron con la derrota de Donald Trump.
Muchos de los opinadores, y el mismo Trump, siguen empeñándose en categorizar la polarización vivida como una contradicción extraordinaria entre la derecha y la izquierda. Sin embargo, no deja de llamar la atención la tal lectura en la medida en que ni Trump perdió por derechista ni Biden y sus electores caben en los parámetros con que suele definirse a las izquierdas.
Como mínimo, suena ridículo creer que el pueblo norteamericano se volvió izquierdista de la noche a la mañana y que, ahora, pueda pregonarse que los Estados Unidos hayan entrado a formar parte del inventario de países socialistas de la historia.
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Ridículo creer que el pueblo norteamericano se volvió izquierdista de la noche a la mañana y que, ahora EE. UU. forme parte del inventario de países socialistas de la historia
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Resulta más verosímil pensar que la movilización electoral estuvo motivada por otro tipo de razones.
Ante la dramática despolitización de la política que se padece, a los electores del mundo de hoy no les ha quedado más opción que la de concentrarse en la condición humana de los candidatos. Mirar la conducta personal, observar los lenguajes, fijarse en el grado de respeto o de desfachatez con que son capaces de adelantar sus controversias y el grado de sensibilidad o desprecio con que son capaces de aproximarse al dolor humano, se han convertido en referentes mucho más decisivos a la hora de identificarse con alguno.
Podría decirse que esta contienda fue un duelo de talantes y no un duelo de ideologías.
Tanto así, que queda la sensación de que fue más lo que Trump se dedicó a perder que lo que Biden se dedicó a ganar.
Con Trump perdió un alma grosera; ese tipo de liderazgo que confunde la firmeza con la chabacanería, la franqueza con la ignorancia. La falta de mínimos éticos de Trump llegó a tales extremos que terminó por convertirse en una especie de candidato de la antiestética. Fue mucha más la gente que votó contra Trump porque le parecía de muy mal gusto hacerlo que porque le pareciera de derecha. Casi que votar por Trump se había convertido en un problema que chocaba con la autoestima.
No obstante, a los colombianos no debería sorprendernos ni el fenómeno político ni el resultado electoral. De alguna manera fue lo mismo que vivimos en las elecciones presidenciales pasadas.
Aquí también las mayorías optaron más por un talante humano que por lo que algunos querían hacer ver como la gran contradicción ideológica. Resultó evidente que las elecciones de 2018 estuvieron más determinadas por el instinto de conservación que por las esperanzas en un futuro mejor.
Y con el resultado también ocurrió algo parecido a lo que acaba de suceder en Estados Unidos: la gente eligió a Duque con las mismas consideraciones con las que acaban de elegir a Biden.
Publicado originalmente el 8 de noviembre 2020