Ya era hora de que un alcalde, encargado o en propiedad, se preocupara por limpiar a Bogotá que se ha convertido en un verdadero muladar. No se puede llamar arte a esos garabatos que no han dejado una puerta, una pared blanca, sin sufrir estos ataques que están muy lejos de ser expresiones de algo distinto a rebeldía o desprecio. Muchos ciudadanos víctimas de estas llamadas expresiones de la juventud, se han cansado de pintar una y otra vez sus casas, sus paredes, sus garajes, porque nada más atractivo para estos grupos de población que un espacio limpio para repetir su hazaña.
Las basuras se han convertido en una especie de tormento para muchos, no solo por las fallas de la administración de Bogotá sino por la tolerada indisciplina de una ciudadanía que olvidó todo lo que había aprendido sobre cultura ciudadana. Caminar en la ciudad, uno de los grandes placeres de amplísimos sectores de la sociedad, es en Bogotá un verdadero suplicio y además un peligro. No se trata solo de la inseguridad y si es mujer de la posibilidad de que le quemen el rostro con ácido, sino del mal estado de los andenes, y de los restos de materiales de las obras en construcción que invaden estos espacios. Cuando apenas nacía el Ministerio del Medio Ambiente, a principios de la década de los 90, una de sus primeras normas fue sobre el control del manejo de escombros y se realizaron numerosas visitas que terminaron en altas multas para las firmas de construcción que no cumplieron estos mandatos. Pero como siempre, estas decisiones quedaron en el olvido y solo ahora parece que se reviven.
Si a todo lo anterior se suma el mal estado de la red vial, el aspecto de la ciudad es deplorable y sin la menor duda incide sobre el ánimo de unos ciudadanos que se sienten viviendo en una Bogotá sin ley. Por ello, pocas frustraciones iguales las que puede sufrir un habitante de esta metrópolis cuando visita, por ejemplo, a Santiago de Chile para no mencionar a Washington, porque queda en absoluta evidencia que sí es posible una ciudad limpia, aún cuando las condiciones meteorológicas no sean las más adecuadas. Eso sí, si se quiere consuelo, México podría ser otra urbe donde los grafitis, por ejemplo, son tan intensos y generalizados como en Bogotá.
Pero llegó el momento de no perder las esperanzas. Bogotá necesita salir rápido de la interinidad, por buena que sea, como podría llegar a ser la actual, para lograr retomar la ruta propia de la capital de un país que se anuncia como la tercera economía latinoamericana. Los problemas son tan evidentes, que quienes aspiran a ocupar el segundo cargo de la Nación no solo deben conocerlos sino tener listas soluciones reales y no seguir improvisando ni repitiendo errores. De las cosas interesantes de Petro ha sido el cambio en el pico y plata que parece que lo dejarán para repetir algo cuyas consecuencias ya se conocen.
La verdadera solución para descongestionar el tráfico es la garantía de un transporte público excelente. A quién se le ocurre en Manhattan tener carro o en el mismo Paris. Nadie duda que el metro con todos sus posibles inconvenientes es la forma más segura de llegar a tiempo a algún sitio. Pero mientras Transmilenio siga siendo este desastre, la población de clase media y todo el que pueda, tendrá un carro y en vez de vender el viejo se compra uno nuevo con distinta placa para hacerle conejo al pico y plata.
Un día de sol, con una ciudad limpia, con zonas para la expresión del arte grafitero y no de mamarrachos, con un transporte público excelente, y sin miedo a la inseguridad, sería un verdadero paraíso aun para nosotros, los caribeños.
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