A ellas, quienes la evolución y la creación, cualquiera sea la cara que guíe nuestra inteligencia y nuestro espíritu en este mundo, hemos de agradecer hoy aún más, en el día establecido para honrar su dedicación y vigor en su tarea de encauzar a sus hijos y en ellos, al mundo.
Claro existen excepciones, como en todo. Algunas habrán que algo más tarde de lo debido encuentran que no quieren asumir la maternidad y reclaman su derecho a equivocarse y corregir su rumbo —y está bien por un periodo corto otorgárselo, asumiendo ese dolor que su decisión a ellas mismas y a la sociedad causa—. Otras que a bien tuvieron concebir, pero en el transcurso de la infancia y la adolescencia de sus hijos no lograron desplegar el amor requerido para levantarlos y educarlos, dificultando para ellos el ser parte armónica de la sociedad en construir un destino común para los pueblos.
La maternidad es una función que siempre gravita en las especies, en las cuales la evolución ha tomado este camino de diferenciar por sexos a sus miembros, sobre la mujer en los entornos, las necesidades y ahora, las inclinaciones de identidad, que han venido diversificándose. Son las mujeres las encargadas de la gestación, parto y el amamantar. En ello la base primigenia de crianza, que ya estando en el mundo los hijos, nosotros los hombres o sus parejas empezamos a compartir en mutua responsabilidad constituyendo familias como la célula esencial de nuestro andamiaje social.
Es la gestación o en su defecto la adopción, bien sea por la incapacidad de concebir o por elección hecha, es que los seres humanos empezamos a rodearnos en un entorno de amor, y este como tal está caracterizado es en la entrega. El darse es procurar la felicidad y desarrollo del amado para de este modo generar un círculo virtuoso que se proyecte en lo social, nacido de las madres y retornando a ellas durante toda la vida y aún en la proyección de su sombra protectora en el tiempo, si ella faltare durante nuestra permanencia sobre el mundo.
La maternidad es don y gracia sagrada, sea cual sea la significación que cada uno tenga de lo sagrado. La maternidad es la base misma de nuestro existir, es un templo donde, por siempre, cada vez que lo necesitemos podemos descansar y hallar consuelo.
En el Día de la Madre, a todas ellos quiero honrar y agradecer por su existir, por qué la vida sin ellas es un imposible y, en mi entorno, y cada uno ha de hacer igual, con especial cariño a todas las mujeres que me rodean: madre, esposa, hijas y tantas otras en quienes veo la ilusión de vivir proyectada en su amor y su entrega. Para ustedes mis contantes gracias.
