A mediados del siglo pasado surgió en América Latina y el Caribe una generación de escritores rompió con las dos tradiciones que entonces inundaban las editoriales: el criollismo y el vanguardismo. Estos narradores – que crecieron en medio de dictaduras, guerras civiles y la promesa del desarrollo – se distanciaron de la literatura indigenista, regionalista y costumbrista al igual que del cosmopolitismo provinciano de las grandes ciudades de la región.
Gabriel García Márquez pertenece a esa generación de fundadores de la literatura moderna junto a Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, José Donoso, Salvador Garmendia, Ernesto Sábato y Juan Carlos Onetti, entre otra decena de escritores que no tuvieron el mismo reconocimiento editorial.
En el caso del Caribe Colombiano, por ejemplo, otros escritores como Héctor Rojas Herazo y Álvaro Cepeda Samudio, no tuvieron el mismo espacio en la historia de las letras universales. Pero también permitieron el reconocimiento de escritores anteriores a su generación como Juan Rulfo, Jorge Luis Borges y Alejo Carpentier.
Modernidad al margen
Un material común moldeó sus letras – las historias cotidianas de sus aldeas, ya sea desde Macondo, Santamaría o los cafés parisinos – y asumieron nuevas herramientas como el periodismo literario y la narrativa moderna norteamericana, es especial la de William Faulkner. Es decir, contaron las historias de sus aldeas, que pervivían desde la tradición oral, a la luz de la tradición literaria.
La mayoría de estos escritores no surgieron en los grandes centros urbanos sino en sus márgenes, la formación Gabriel García Márquez fue tutelada por el periodista Clemente Manuel Zabala en el diario El Universal de Cartagena junto a Héctor Rojas Herazo y más tarde en El Heraldo de Barranquilla con Ramón Vinyes y el proclamado Grupo Barranquilla.
Un ejemplo de lo que el crítico uruguayo Ángel Rama llamó ‘nuevo regionalismo’ es La hojarasca, primera novela de García Márquez, publicada en 1955. Es la historia de la muerte de un médico solitario al que el pueblo se niega a sepultar por no haber atendido los heridos de la Masacre de las Bananeras. Tres narradores, al mejor estilo faulkneriano y bíblico, cuentan la historia, que hace claras referencias a la tragedia Antígona de Sófocles.
Como todo autor, García Márquez tenía una visión de mundo que se podía resumir en la nostalgia de la sociedad tradicional que es destruida por el progreso, la crisis de la sociedad patricia y la soledad de los hombres y mujeres que – desde una casa o una dictadura – ven decaído su poder. No en vano, después de Macondo – como lo plantearía en investigador Jorge García Usta – fue la Cartagena decimonónica su segundo universo ficcional.