En medio de la pandemia, en San Gil (otrora polo turístico del departamento de Santander) se desató una campaña publicitaria con el fin de conseguir la reconstrucción del hospital regional, el cual fue destruido en la administración del anterior alcalde y gobernador; sobre lo bien planeado que fue este tema, al lector le bastará saber que todo el sur de Santander se quedó solo con el Hospital del Socorro, a nadie se le ocurrió que derrumbar un hospital y no tener nada en su lugar como contingencia podría ser mala idea para la salud de los ciudadanos.
Pues bien, en los últimos días, presos de su propia irresponsabilidad e indisciplina, los sangileños exigen a viva voz el hospital y unidades de cuidados intensivos para tratar de salvar las vidas de aquellos que sin duda van a agravarse por la presencia del COVID 19. Por ello, decidieron hacer varios videos distribuidos en redes sociales exigiendo ayuda hospitalaria.
Sobra decir que un Estado social de derecho que se precie de serlo debe prestarle a sus conciudadanos atención en salud; sin embargo, eso no es lo llamativo de este caso, como pudimos leer arriba, la comunidad sangileña despertó ante el evidente riesgo que trajo la pandemia, es decir, antes de exigir disciplina en la cuarentena y manejo de protocolos de bioseguridad, piden que los salven de su propio caos (en otras palabras, tendimos la cama y ahora no nos queremos acostar en ella).
A lo anterior se le suma un hecho que podrá leerse como folclórico pero contundente: con el propósito de contar con capacidad para atender los posibles fallecidos por el COVID-19, el alcalde municipal compró 150 bolsas. El mensaje es claro, la gobernanza mundial con todos los recursos económicos, hospitalarios y científicos no pudo impedir que se extendiera el virus; ahora, el alcalde municipal sí iba a lograr que San Gil fuera un municipio no COVID-19. Con eso en mente, debemos preguntarnos por qué. Pues bien, nuestro cándidos habitantes pasan por vanagloriarse de continuar saliendo a la calle sin tapabocas, vendiendo frutas y verduras al aire libre y sin ninguna medida de bioseguridad… justamente, fue en el expendio de carne ubicado en la desastrosa casa de mercado donde se esparció el contagio. Ante ello la gente continúa haciendo videos pidiendo el hospital, pero a la par vendiendo en los alrededores como si nada. Si bien San Gil no es Macondo, estaría muy cerca.
Reflexionemos, los ciudadanos hoy piden angustiosamente un hospital, ¿pero podrá un hospital y una unidad de cuidados intensivos o mil hospitales y cincuenta mil unidades de cuidados intensivos salvar a los sangileños? La respuesta es un contundente no. Aunque el Estado social de derecho debió haber previsto un lugar de contingencia para atención medica en San Gil y sus alrededores, a lo que les cabe toda la responsabilidad política a los mandatarios anteriores, no es ello lo que más importa, ya que el poder para salvarse de la pandemia pasa por reinventarse, disciplina, seguimiento de protocolos de seguridad y, sobre todo, pensar en los demás; no es que se desconozca las serias dificultades económicas que pasamos, pero de repetir los mismos negocios básicos de compraventa de productos solamente se traerán más contagios, más muertes y, a continuación, más pobreza. Las personas que no se reinventen en sus modelos económicos sin duda desaparecerán, ya que el gran capital y su innovación aparecerán terminando por acabar la vetusta economía sangileña.
Entonces, más que crear cohesión social alrededor de un hospital y llenar las redes con videos, ninguna solución real se va a presentar sin que la sociedad tenga lo único que parece funcionar: civismo; por ello, mientras siga considerándose al juicioso ciudadano, que actúa conforme a la ley y que a su vez denuncia nuestra indisciplina, sapo, solo ocurrirá algo… la pandemia barrerá.