Mientras miles de niños, adolescentes y jóvenes han sido asesinados por el estado sin que el pueblo colombiano sintiera dolor; hoy nos duele y conmueve como nación la muerte del joven bachiller Dilan Cruz; muerte que vimos porque sucedió en pleno centro de Bogotá a manos de un agente del Esmad y fue grabada desde varios celulares. Esta muerte duele porque fue de un joven que estaba marchando por sus derechos, debido a que la educación en Colombia no es una prioridad para el gobierno, de tal forma que miles de jóvenes graduados del bachillerato no logran acceder a la educación superior, por lo tanto, optan por ir a “prestar” servicio militar, o buscar trabajo “en lo que salga” para poder estudiar de noche.
Este panorama se ve día a día y año a año en las ciudades del país; pero lo que no vemos son los miles de niños, niñas y adolescentes que abandonan sus estudios porque la escuela rural queda muy lejos de sus casas, estos menores se vuelven objeto de violencia por parte de grupos al margen de la ley o son asesinados por el mismo Estado que debía haberles garantizado una vida digna.
Ahora bien, el problema radica en que no los vemos, por eso no nos duelen, como no nos duelen los niños que mueren de hambre por el abandono del estado, como no nos duelen los millones de campesinos en situación de desplazamiento, como no nos duele el dolor de las madres de los “falsos positivos”, como no nos duele la muerte de personas por no contar con una salud digna, como no nos duele el dolor del otro, solo porque no los vemos.
Cuánta falta nos hace a nosotros los colombianos movernos y conmovernos frente al dolor del otro; pero para esto debemos ver la realidad del país, así como vimos impotentes caer a Dilan al suelo, ese joven que hoy se vuelve el símbolo de las marchas, del paro nacional y símbolo de todos los ciudadanos olvidados por el estado colombiano.