Diez años de ausencia material, pero con vigencia espiritual, periodista, crítico y escritor tuvo el desempeño de exaltar la realidad agitando una época como Góngora en España. Ernesto Mccausland encandiló a su generación que apenas se afirma y fue testimonio irrecusable de una vocación colmada en la pasión de creer y explicar la sustancia de su país y de su región Caribe. Su muerte fue un golpe a lo telúrico y por consiguiente un golpe a nuestras tradiciones, pero a pesar de las penalidades, no se quejó y murió frente a la batalla, no dejó un minuto de trabajar, se fue intacto, siempre sencillo, cordial y jovial; pero todavía estamos en espera de alguien que exprese en una frase que lo compendie.
En estos tiempos de estrecheces en que los valores humanos tienen el precio de la escasez, con certeza todos confluimos en la idea de que fue un representante profundo de la cultura colombiana y un testigo puntual de su tiempo, pero más que todo, por su multifacéticas actividades de periodista, cronista, folklorista y cineasta se encaminaba a cumplir lo que los colombianos hemos decantado desde el origen de la nacionalidad, el de bregar y esforzarnos por el brote de compatriotas universales, que nos expresen, definan y nos reafirmen en el mundo.
Curiosamente si alguna vez se le hubiera preguntado cuándo empezó a hacerse verdadero periodista, contestaría que fue desde el rosario de insultos y las retahílas de Olga Emiliani por la inactividad de Ernesto en sus inicios; “vamos, vamos a ver lo que pasa en la calle” era su admonición, que se equipara a la sentencia de Rousseau: “¡Abandona la infancia, amigo mío, despiértate!”
Ernesto el gigantón, quien sobrellevó costumbres depuradas, con su rostro de ingenuo como todo genio al igual que Einstein en su bicicleta y ejecutando el violín,idealizaba el periodismo, en la noción de que no está para resolver crisis, sino para denunciarlas, y gritar lo que se esconde, lo que se oculta o simula a través de la apariencia y el cinismo, además lo que se registraba en la calle en sus crónicas rojas eran los episodios de los NN.
Ese es el saldo visible de esos años imprecisos de Barranquilla, indecible montón de cadáveres, tan grande y pesado que curva el espacio social, de combate a la delincuencia organizada: una enorme, amorfa pila de muertos en la que se tocan y se mezclan los cadáveres de capos, maleantes, sicarios, traquetos, rateros, extorsionistas , miles de ellos anónimos y enterrados en fosas comunes, sin ceremonia ni duelo alguno y todavía atrae hacia sí todas las conversaciones y es la imagen que ocupa y satura de un tiempo para acá la discusión pública del país .
Esa madurez precoz de Mccausland se origina en haber contado con grandes maestros del periodismo: García Márquez y Gossain, pero sobremanera el ambiente propiciado por el exministro Juan B Fernández y Germán Vargas Linares, así como la influencia de los Cano y los Santos, aunado a los consejos de su tío en los tiempos del noticiero QAP, un respetado dirigente gremial y posteriormente ministro Raimundo Sojo Zambrano, pero lo consonante un periodista tan exigente como Daniel Samper lo escogió para su antología de grandes crónicas.
Ciertamente vivió deprisa y serenamente ansioso por aprenderlo todo, rechazaba el culto “al niño interior maltratado”; le parecía que la persona que se victimiza vive en un estado inmaduro donde solo puede relacionarse con el mundo a través del reproche, el resentimiento o el chantaje
Pero también detestó esa etapa de ilusión radical y militante de los 90, en la que muchos consideraban que el periodismo, arte y literatura debían tener un propósito revolucionario, que se desconfiaba de las nociones de exigencia y de alta cultura y en la que llegaba a profesarse la vía de la transformación violenta, al contrario reivindicó su vocación por el orden, por un lado, un arte sin consignas y, por el otro, practicó la crónica y la crítica como un atributo civil, espacio para el diálogo y la confrontación intelectual sobre los problemas nacionales y sobremanera los de la región Caribe.
Al rastrear las fechas de crónicas, artículos o columnas nos ilustran la misión de Mccausland como periodista, pero detrás de ellas –de cada una de ellas– hay una silenciosa historia de esfuerzo y talento. Imaginar un tema, pensar en la presentación adecuada, dar seguimiento al caso del día, leer los originales de ensayo, aprobarlos, reprobarlos, discutirlos, editarlos, corregirlos, releerlos, presentarlos, imprimirlos. Veinte o treinta artículos diarios, columnas: reportajes, crónicas, entrevistas, cuentos, reseñas, poemas, letrillas, ilustraciones, hasta el registro del matrimonio que la pareja enmarcará en Carrizal
Un buen cronista como Ernesto supo que durante siglos los historiadores vieron en la memoria el rincón privilegiado donde se almacenaban los recuerdos de los antepasados y el medio eficaz para mantenerlos vivos en el presente y transmitirlos a la posteridad, por eso fue impulsor denodado del Carnaval y animador profundo del Festival vallenato. La Cacica Consuelo Araújo siempre lo distinguió, fue bien recibido por Escalona, Leandro, Emiliano, los poetas y cantores del vallenato.
El gran acierto de Ernesto tiene base en la conjunción de una serie de talentos que desfilan en esas páginas no sólo en su usual sentido descriptivo, sino también en un sentido valorativo, concretizada en sus crónicas. Desde el primer momento disfrutar el juego desarrollado por el periódico de acción-reacción inmediato entre quienes escriben y el lector que hace el ejercicio paciente para leer, lo que uno escribe. Y es así que los días de la violencia de la comunicación unida a la violencia de la calle, desde ese primer momento que empezó a escribir en El Heraldo se hizo, como todos los periodistas, una pregunta “¿Alguien está ahí?”. Ese “alguien” es el lector, paciente e inteligente, que para quien esto escribe, afirmo que el día que los políticos sepan tanto como usted lector tendremos infinitamente un mejor país.