Aunque no soy asiduo espectador de plataformas ni aplicaciones tecnológicas, debo reconocer que en momentos de ocio miro Google y WhatsApp, por esta última me enviaron una columna de opinión de Adlai Stevenson Samper, titulada Un diputado de oposición perfumado y complaciente. En ella el columnista hace un análisis detallado de la actitud o, mejor, de la inoperancia de Nicolás Petro como diputado de la Asamblea del Atlántico, señalando entre otros aspectos la “ausencia de discurso ideológico” y “carencia de empatía con sectores populares”. Para quienes conocemos al joven diputado, nos fue extraña y poco seria su candidatura a la gobernación de ese departamento, pues sabíamos de sus limitaciones ideológicas y de la carencia de trabajo social o gremial. Pero más que un juicio de responsabilidad política a él —que, desde luego, se prestó para esta farsa contra la población del Atlántico—, debemos cuestionar el oportunismo de quienes cranearon dicha candidatura con el único objetivo de asegurar una curul en la corporación departamental, en cumplimiento del estatuto de oposición.
Conocí al joven Nicolás Petro Burgos en casa de su abuelo materno, en Ciénaga de Oro Córdoba, ahí vivió hasta que su progenitor asumió la alcaldía de Bogotá, trasladándose a esta. Aunque Ciénaga de Oro es un municipio pequeño (aproximadamente 50.000 habitantes), es prolífico culturalmente, allí nacieron y vivieron Pablito Flórez, Lucy González y la escritora Soad Louis Lakah, entre otros. Sin embargo, es una comunidad con serias dificultades en servicios públicos, desempleo, carencia de oportunidades, clientelismo y corrupción política, etc. No obstante, al vástago del jefe de la Colombia Humana nunca se le conoció postura alguna, declaración alguna o crítica alguna. Uno de los sectores más destacados en este municipio es el de los docentes, gremio que se mantiene en pie de lucha constantemente por sus reivindicaciones, realizando acciones como asambleas, marchas, concentraciones… A Nicolás nunca se le vio haciendo acto de presencia en estas actividades reivindicativas.
En política, más si se trata de sectores alternativos, las posiciones y responsabilidades son ganadas, es decir, respaldadas por el trabajo de masas, por el reconocimiento popular; lo contrario es clientelismo, de lo cual estamos cansados los colombianos. Tal vez si la Colombia Humana tuviera una organización política estructurada con estatutos, programa y principios, las circunstancias fueran diferente. Pero este es un movimiento carente de partido, sus bases se mueven según las emociones, normalmente son radicalmente agresivos, lo cual es infantilismo político. El mismo Gustavo Petro ha dado muestras de inconsecuente: respaldó a Alejandro Ordóñez como procurador general, en conversación con la embajada de los Estados Unidos dijo que “Wilson Borja y Gloria Inés Ramírez tenían lazos inconvenientes con las Farc”, revelación que aparece en los cables de WikiLeaks (mayo de 2008) y, últimamente, respaldó a Joe Biden, quien por “demócrata” que sea no deja de ser el presidente del imperio.
En verdad, Colombia no tiene un gran líder, entendiendo como líder aquellos hombres y mujeres de grandes y trascendentales propósitos que influyen en las masas de tal manera que estas los siguen abrumadoramente. Y lo necesitamos. Que responda a los intereses de los históricamente desheredados de este injusto y desigual país. Un líder con verdadera empatía con los sectores populares, capaz de realizar los cambios estructurales que necesitamos.