El presidente Iván Duque arrancó su gobierno con un estilo propio que busca innovar: acercarse a la gente, medirle el pulso a las regiones y buscar unidad en medio de tanto disenso, sin mirar el retrovisor; pues un gobierno tan corto de tiempo, no puede gastarlo criticando o lamentando; eso que lo hagan los fundamentalistas; el presidente solo tiene tiempo para hacer cosas buenas y punto.
Que todos pasen a la fila, yo soy el presidente y se marcha a mi ritmo, es la primera impresión y un buen augurio; así lo percibimos quienes observamos su liderazgo en las primeras jornadas de trabajo; oportuno mensaje para una institucionalidad ineficiente, apoltronada y anquilosada.
El presidente terminó sus primeros treinta días, gozando de una tranquila pero relativa luna de miel, en todos sus frentes de batalla; necesitará una especie de arreador eléctrico, para movilizar al Estado paquidérmico. A las instituciones se les debe señalar caminos restringidos, rígidos, pero simples: obedecer, ejecutar; la prioridad es el bienestar de la gente.
Dentro del equipo del presidente Duque, se nota una simbiosis de generaciones: la que nació entre 1945 y 1964; establecida por los sociólogos como baby boomers, o “generación grandiosa”; un buen número pertenece a la millennials, (1982 y 1994); a estas dos últimos grupos del gabinete, se les exigirá muchísimo.
En el equipo de Duque se percibe un clara simbiosis generacional. Foto:Cancillería
No habrá tiempo para aprender, o para experimentar; solo existe tiempo para trabajar y para velar por el buen rumbo del país.
La nueva generación de funcionarios a cargo de implementar las políticas públicas, conjugan conocimiento estratégico, técnico, gerencial y político; debe usar sus talentos para construir el futuro de Colombia con grandes ideales; usar todas sus capacidades para generar confianza ciudadana, sacar el mejor provecho de los escasos recursos, mostrar sus habilidades para gestionar bienestar para todos y vivir cada segundo de su trabajo con abnegada pasión por la gente.
Este gobierno deba capotear duras tormentas: quitarse la lápida como el mayor productor de cocaína en el mundo, crear mejores condiciones en los campos del país rural, frenar el asesinato de líderes sociales, cerrar el paso a las redes criminales que han tomado ventaja sobre territorios donde se implementan los acuerdos con las guerrillas de las Farc, y debe edificar los pilares para instituir una mejor ciudadanía; tantos desafíos requieren de mucha inteligencia y amor por Colombia.
Por toda la indiferencia que durante décadas se percibe en la institucionalidad que debió construir Estado en las regiones más olvidadas, es prioritario apoyar a los alcaldes y gobernadores, para que abran el surco del desarrollo, con políticas renovadas; y Nó con el exclusivo uso de la fuerza pública.
Ante la disfuncionalidad estratégica, en la lucha contra las drogas y el desarrollo de la ruralidad nacional, se requiere unidad de mando; franqueza en la coordinación interagencial, enormes dosis de bondad y solidaridad con los ciudadanos. En cuarenta y siete meses que le quedan al gobierno, hay mucho por hacer; se deben hacer obras que honren la esperanza de la gente, que sanen tanta herida y dolor. No se puede seguir haciendo siempre lo mismo, para obtener más de lo mismo.
Más allá de ajustar cualquier tuerca a la maquinaria de gobierno, hay una carrera contra el reloj, que no admite errores; le llegó el turno a esta nueva generación que representa al señor presidente y sus asesores. Quienes se movilizan por la carrera décima en Bogotá, por la avenida Pasoancho en Cali, el parque Berrío en Medellín, por cualquier plaza pública, calles, campos y ciudades, esperan lo mejor de lo mejor.
Sin excusas: que no hay recursos, que hay déficit; no se aceptará ningún tipo de excusas; la luna de miel de los presidentes generalmente son cortas y terminan cuando toman decisiones que no simpatizan a todos; en teoría los riesgos se asumen con buen cálculo, pero en Colombia se necesita más ejecución que filosofía.
Para sortear las peores tormentas, el presidente Duque dispone de una tripulación con mucho talento, y su partido, el Centro Democrático, así como todas las fuerzas políticas divergentes del país, deben en medio de su disparidad, transformarse en propulsores del desarrollo.
Las órdenes que transmite un capitán de barco al cuarto de máquinas, van dirigidas con claridad y precisión, lo que permite poner full avante la nave, para navegar con su marinería bajo la absoluta certeza, de poder capotear hasta la más brava tormenta.