No hay bandera lo suficientemente larga para cubrir la vergüenza de matar tanto inocente. HOWARD ZINN
Finalizada la guerra de trincheras en 1955, rezagos de las columnas de marcha deambulaban entre precipicios y lodazales cobijados de miseria, alimentando su cuerpo lánguido con resignación y raíces y hongos que arañaban en las inmensidad de la selvas de Galilea y El Duda y huían de la muerte que los perseguía desde el aire con bombas napalm enviadas por los gringos para salvar la patria amenazada por chusmeros liberales y comunistas que supuestamente eran todos los campesinos de Villarrica. No hubo tregua. Dice Ricardo “Cantinero” en la Crónica de Villarrica de Jacques Aprile Gniset.
“El 26 de enero de 1957 a las 5 de la mañana el ejército aún nos perseguía y atacaron un poco de familias indefensas. En esas cayó mi mamá por no dejar botadas las ollas y la ropita. Primero huyó con los demás, pero volvió a la caleta, y resulta que era una caleta ubicada en un sitio descubierto que se veía muy bien desde la cresta que se tomaron ( ...) Emplazaron unas ametralladoras y unas F. A y así lograron alcanzar unos civiles. Entre ellos cayó mi mamá, otro señor que también recibió una bala en una pierna, otro que fue herido en un brazo. Y se tomaron la casa y los sembrados que teníamos. Y fueron inhumanos y salvajes esos malditos.
Éramos campesinos indefensos. (...) Mi mamá resistió un mes a la muerte. Fue muy fuerte después de haber tenido las piernas destrozadas por una ráfaga de F. A. Completamente molidas quedaron las piernas. Y duró un mes sin que lograra controlarle la hemorragia, ni nada. Llegó un momento en que se engusanó, y ella misma se sacaba los gusanos, unos gusanos así de grandes ... se la estaban comiendo... ella sentía las punzadas, ella sentía las astillas de huesos quebrados que le punzaban el cuero, la piel, entonces cogía unas tenazas de esas para herrar mulas, con eso cogía los pedazos de huesos y se los sacaba ella misma. Tenía un valor único.... había resistido al máximo la muerte, esperándome para morir, para primero recomendarme el resto de la familia”.
Hacia el mes de junio de 1955 cerca de 300 familias (mil personas) huían por las montañas y despeñaderos de Manzanita y San Joaquín con sus mujeres ancianos y niños, sin alimentos, enfermos, tratando de librarse del asedio de la fuerza aérea colombiana. Dice el general Álvaro Valencia Tovar: “allí en Manzanita el ejército empleó todo lo que teníamos: 50 aviones F-47 de la Segunda Guerra Mundial, con el apoyo de ametralladoras y aviones bombarderos B-16.
Eran unos mil campesinos indefensos que se apostaron en la serranía El Dedo, en las estribaciones de la cordillera para morir de hambre y ametrallamientos y bombas incendiarias napalm, cuyos restos aún deben yacer después de 65 años a la intemperie, desperdigados sus huesos en la manigua, con sus ollas y utensilios, sin que hasta hoy, los historiadores del régimen, ni gobiernos de todos los tiempos se hayan atrevido a investigar y pronunciarse sobre estos hechos macabros que enlutaron las veredas de nuestro pueblo. “Todo está escondido en la memoria, refugio de la vida y de la historia” como afirma León Gieco. Eran tantos y tantos que los campesinos nunca llevaron contabilidad de sus muertos. Tampoco les importaba los muertos de los otros. ¡Cruel designio!
Atentamente: Un hijo de la Manzanita de Villarrica