¿Libertad de expresión? El dilema colombiano de los grafitis

¿Libertad de expresión? El dilema colombiano de los grafitis

En Colombia urge la necesidad de reconciliación, aprender a dialogar y construir un espacio público sano, como las "piedras del tropiezo" en Alemania

Por: Vargas, Germán
enero 31, 2025
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¿Libertad de expresión? El dilema colombiano de los grafitis

Alemania cicatrizó tras el holocausto, instalando las "piedras del tropiezo": monumentos descentralizados donde grabaron los nombres de las víctimas. La "teoría de las ventanas rotas" sostiene que pequeños signos de deterioro en el entorno, como los grafitis, fomentan comportamientos antisociales. Por ello, es necesario despolitizar y limpiar los espacios públicos: nuestra "casa común" Además, ¿a quién le gusta que manchen las fachadas de sus viviendas?

Algunas partes interesadas denominen a eso censura, pero, ante la falta de autoridad en las calles e internet, los vándalos se amparan en la libertad de expresión para matizar su mala educación, agresividad o irresponsabilidad. Aunque el budismo reprueba eso denominándolo "habla incorrecta", y el judaísmo también condena semejante "mala lengua", considerándola equivalente al homicidio, dichas conductas se normalizaron en el país del sagrado corazón.

Desafortunadamente, los discursos parlamentarios suelen reproducir o fomentar otros “Memoriales de Agravios”. Y los ciudadanos también nos contagiamos con su falta de ideas, su pobre dicción y su déficit de talante o espiritualidad, valores y virtudes, pues usamos la “letra escarlata” para ajustar cuentas e imponer justicia por mano propia.

Aunque cada bando considera que su proceder es intachable, en X, el moderno “Muro de los Lamentos”, la impulsividad también digita otros mensajes imprudentes, que violan los límites del respeto y la tolerancia. En cualquier caso, cada emisor y receptor distorsiona los hechos usando sus propios conflictos, credos o intereses, y replica con más violencia.

Necesitamos aprender a gestionar el disenso, ponderar cada dilema y reconocer que, debido a la incertidumbre inherente a la condición humana, nunca alcanzaremos la verdad absoluta. Sin embargo, la soberbia educativa mantiene una actitud pasiva ante estas deficiencias y evade la enseñanza de herramientas para el pensamiento crítico y el diálogo asertivo.

Por defecto, entonces, Colombia es modelo de: 1. Dualidad y ambivalencia, confundiendo el cinismo filosófico con el mundano; el primero denunciaba la hipocresía de la corrompida sociedad, mientras que el segundo señala el descaro de los "demás". 2. Escepticismo, desconfiando de los "otros", y 3. Manipulación, desacreditando a la "contraparte" o ridiculizándolo sus percepciones, recuerdos o juicios (gaslighting).

Estas trampas sabotean el perdón y la reconciliación. Además, fomentan el contragolpe. Con esa oportunista subjetividad, coexisten otras luchas de clases estadísticas y civiles. Verbigracia, el subempleo, la pobreza y la vulnerable clase media difuminan una cruda realidad que Woody Allen descifró distinguiendo entre quienes experimentan vidas horribles o miserables.

Abundan los engaños —sofismas— y los errores de argumentación —falacias—. También los juegos de palabras contradictorios o improductivos. Ahora es imposible elaborar un discurso sin ofender a alguien, y las disonancias contagian incluso a quienes quieren reivindicar sus derechos, como las mujeres cuando penalizan a sus congéneres por la maternidad —child penalty—, o celebran el feminismo destruyendo el medio de transporte que usan las madres solteras que deben transitar de extremo a extremo la ciudad de la furia.

La JEP y el Centro de Memoria Histórica deberían desarrollar símbolos para recordar las vergüenzas de nuestro estado fallido, y conmemorar a las víctimas. Sus diseños podrían personalizarse mediante convocatorias de colectivos activistas.

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