De música, internet y otros demonios
Opinión

De música, internet y otros demonios

Por:
agosto 12, 2013
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— ¡Les suenan las orejas y tienen luces en los pies! —exclama con desaprobación el taxista.

Levanto la mirada esperando encontrarme un R2D2 pero no, es solo un grupo de gente más o menos de mi edad que cruza la calle riéndose duro y oyendo música. Este señor pareciera no haber tenido 20 años, pienso.

Parece que no hubiera escuchado nunca música a todo volumen, ni intentado aprender a tocar guitarra en algún momento, ni cantar en la ducha como Elvis Presley y arrodillarse en medio de un virtuosísimo solo de guitarra-aérea mientras se viste en las mañanas oyendo la canción que, de pronto, se bajó de internet.

Entiendo que a mucha gente la asustan(mos) esos jóvenes a los que les gustan las canciones de amor y esos raros peinados nuevos, esos que rompen reglas de lo que se supone que se debe hacer y que por eso les dan ganas de controlarlos/nos con electrochoques. (Muchos historiadores sostienen que el Imperio Romano empezó a caer cuando la juventud se corrompió y se volvió adicta a los placeres griegos, pero dejemos eso para otro día.) Así como entiendo que lo desconocido da miedo, estoy segura de que exageran.

Estoy segura de que no todos los patrones juveniles están llamados a desaparecer imperios. La Revolución Gloriosa en Francia fue liderada por jóvenes, así como nuestras Independencia y Constitución. Así, sería una locura entregarnos el mundo o el país porque lo quemamos, pero condenar las cosas que hacemos solo por ser nuevas es igual a condenarnos a vivir en el pasado con las cosas que los hoy mayores (y amargados, que son más bien pocos) se inventaron cuando (vaya contradicción) su generación era joven.

Así, a más de uno le da un ataque cuando nos ven, por ejemplo, bajando música y mezclando en fiestas y montando videos en Youtube —no muy distinto a como estos alarmistas hacían en su época grabando cassetes—  y piensan que se va a acabar el mundo y toda la industria musical porque somos iguales a unos ladrones de carros y que quizás unos años de cárcel servirían para corregir esa conducta... suya, de su hijo, amigo.

¡Qué locura! Si yo fuera Adele o Mick Jagger lo último que querría es meter a la cárcel a las miles de personas que bajan mi canción para cantarla en el carro/baño/show del colegio: La persona que baja una canción lo último que quiere es “robar” al artista, porque es su ídolo y está colgado en un afiche tamaño real en su cuarto… y porque bajar la canción es, en últimas, un gigantesco cumplido.

Esto, además le causa menos detrimento patrimonial al artista que a la disquera, pues ellos ganan una ínfima parte del valor del álbum y, por el contrario, ese daño de pronto se compensa porque va a poner la canción en una rumba y si es buena va a pegar, y de pronto la gente va a querer ir al concierto y pagar la boleta o, por gomoso como yo, el álbum original y va a ahorrar (un montón, porque los precios aquí son descarados) para poderlo comprar. Las disqueras, por su parte están llamadas a desaparecer o revolucionarse como las conocemos porque ahora grabar un buen disco y comercializarlo es bastante más fácil que hace unos años, bienvenidos a la era internet, y seguir pagándoles esos precios exorbitantes por hacer cosas que cada vez es más fácil hacer desde casa, bueno, desincentiva mucho “comprar música legal”.

Lo anterior no significa que crea que la música deba ser gratis, ni mucho menos, si no que creo que el público está dispuesto a pagar precios más razonables y de distintas maneras. Los artistas, de hecho, lo saben y lo aprovechan: Radiohead ha logrado obtener millonarias ganancias proponiendo a sus fans que paguen lo que quieran pagar por sus canciones y Daft Punk cooptó Youtube cuando logró que miles de miles de músicos y fans hicieran su propio cover de Get Lucky, su último sencillo, disparando las ventas y convirtiéndolo sin duda alguna en la canción del Verano 2013, además de que ha servido para que varias bandas de muchos lugares del mundo se hagan conocer por medio de su cover. Este fenómeno lo han vivido  también los que se vuelven fenómeno de internet y de ahí pasan a grabar un álbum e irse de gira y lo vivimos los melómanos wanna-be que ya ni siquiera necesitamos bajar la canción porque se consigue online, a cambio de aguantarnos la publicidad y dejar datos para que hagan mercadeo. Qué ladrones ni qué nada.

Lo menciono, porque hace unas semanas escribí sobre la necesidad de apoyar el contenido independiente, a los artistas y los escritores y medios que le gusten, sobre todo porque de solo páginas vistas y número de reproducciones no se come y algunas veces vivir de publicidad compromete la independencia del contenido y que por eso hay que pensar en formas de pagar. Todavía creo eso. Pero el otro lado de la moneda es criminalizar al que admira y riega la voz y hace conocer a su banda favorita y hace un cover y se la muestra al amigo, y esto es aún más ridículo a exigir que paguemos hasta 50.000 pesos por un CD. Además porque la música hoy es un mensaje de datos, en muy poco comparable a un objeto material (como una billetera) porque es en esencia copiable “infinitas veces”. Es algo así como confundir un afiche de un cuadro de Botero con el cuadro de Botero y decir que el que le tomó una foto al cuadro se lo robó. ¡Qué diría Botero si le dijeran que su cuadro es igual a un afiche! (todo este argumento no cubre, claro, al que se hace millonario con el trabajo ajeno…)

Y entonces la pregunta sigue siendo, claro, cómo reestructurar el mercado para que siga promoviendo a los artistas independientes y promoviendo la creatividad sin limitar desproporcionadamente el acceso a contenidos. Y creo que por pagar el favor de hacerme pasar un buen rato, si de verdad me gusta y puedo, rico ir y comprar el álbum o ir al concierto o, por qué no, ayudarlos a hacerse famosos (por ejemplo, ¡recomendadísimo el Festival Distritofónico en Bogotá la otra semana!)

Pero prohibirnos compartir, del todo, es además de ridículo contraproducente: por internet no solo se mueve música, sino libros y cursos universitarios y de matemáticas y quién es el macho que va a decir que no, que el mundo y sus niños están mejor sin clases de matemáticas gratuitas. El problema es más complejo y amerita una discusión más seria que tenga en cuenta las variables que juegan en un nuevo mundo, el de internet. Hablar en términos absolutos es muy fácil pero también es casi siempre equivocado. Las preguntas interesantes, difíciles e importantes tienen sus respuestas casi siempre en las zonas de sombra. Pero ahí, como en la luna los astronautas, es justo donde se puede caminar sin que la luz del sol los queme (no hay atmósfera) y sin que la oscuridad casi absoluta impida ver lo que hay alrededor.

@bea_botero

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