Desde los tiempos mágicos de Parsifal Chadid, oficiante de aquellos dominios, y cuando el mundo conocido era una esfera de colores por la que aquel árabe, alto y de nariz encorvada de guasalé, hacía aparecer el mundo al instante, no había vuelto por los senderos de calizas, arroyos y pájaros exóticos de La Piche.
El caso es que, a una legua del que fuera el alminar de palma y caña brava de Parsifal Chadid, empecé a percibir los olores del humo y animales de monte de las cocinas vecinas, el canto incesante de chicharras y oropéndolas; el aullido en coro de la variada fauna de micos que habitan los espesos ramajes de aquel paraje que, en los tiempos invisibles de matazones que asolaban el territorio prefirió, antes que someterse a la cadena de la ignominia paramilitar, encerrarse entre las ralas paredes de caña brava de sus viviendas y alimentarse de los olores y sabores de cocinas lejanas y del aire que entraba por las rendijas.
Cuando el frenesí del descuartizamiento mermó y los paramilitares dejaron de hostigar el territorio, la gente volvió a encontrarse con la piedra, los arroyos, la arena, el pancoger, las aves y animales de monte que, desde el principio del mundo, les pertenecen y sienten pegados a ellos como el pellejo a los huesos.
Y ahí están. Y se quedarán.
En La Piche, con su piedra primigenia, sus micos, oropéndolas, aguacates y saltos de agua; con el olor ancestral de sus cocinas y su vida pacífica y fraterna de todos los tiempos, generaciones y estaciones.
Ojalá y para siempre. Y sin la zozobra y el abatimiento de los cuchillos y la sangre de otros días; sin el presentimiento de estar viviendo la última noche de sus vidas, como les pasó a sus vecinos de Pichillín, Chengue y El Salado.
Ojalá.
Vine por estos parajes, después de tantos años, porque los periódicos y las radios y el senador Uribe y las televisiones, andan pregonando que han visto guerrilleros en los Montes de María; incluso hasta dicen la cantidad de tales, su estatura, semblante y calibre del armamento que portan, hacia qué lugares del territorio se encaminan y muchas cosa más.
Y como yo escribo en periódicos y portales y sigo con atención la Mesa de La Habana y lo que en ella pueda acordarse para poner fin a la matadera de cincuenta años entre el Estado y las guerrillas de la Farc-EP, quise ver con mis propios ojos y oír con mis propios oídos, subiendo y bajando estos cerros y lomas de los Montes de María, si aquellos decires y pregones tenían algo de verdad y si la guerrilla andaba en esos trotes perturbadores de la paz.
Y no.
No encontré nada parecido a lo dicho por otros y uno de aquellos pregoneros de desastres. De males, reales o imaginarios, para que les devuelvan, o arrebatar por el miedo y el terror, los dominios y la patria que un día “refundaron” a punta de balas, despojos, desplazamientos y masacres.
Y no solo yo comprobé, monte adentro, que por esos parajes y aledaños a la redonda no hay guerrillas ni nada que se les parezca, también los supremos comandantes de las distintas guarniciones militares que tienen jurisdicción y operan de manera permanente en la zona.
El hato ganadero repoblado, la explotación industrial de la caliza, la comercialización de la agricultura de pan coger, entre otras actividades en ascenso en la zona, además del turismo ecológico en promisorio desarrollo, Roca Madre, es el indicador más objetivo para contraponer a la presencia guerrillera “descubierta” en aquellos parajes por los dolientes “refundadores” en trance de opositores de la reconciliación y la paz.
Añales ha, dicen ahora sus habitantes, “por estos Montes de María no hay guerrilla”.
Poeta
@CristoGarcíaTap