Un pornógrafo barranquillero del siglo pasado
Opinión

Un pornógrafo barranquillero del siglo pasado

Por:
agosto 11, 2013
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foto-1 - Un pornógrafo barranquillero del siglo pasado

La literatura erótica no existe sino en relación y haciendo parte de los grandes textos artísticos. Una literatura que pretenda ser exclusivamente erótica es imposible y se hace insostenible y monótona. Y aun cuando la mayoría de vosotros no esté de acuerdo conmigo, creo que lo que yace en el fondo de toda gran literatura erótica es su enorme carga de obscenidad y malicia. Porque como en las artes, la lujuria y la malicia dotan a la literatura de una alegoría y una metáfora del placer y el erotismo real. Es lo obsceno y malicioso lo que surge de las superficies del placer verbal, es lo extraño y embriagador y prohibido que nos seduce para recordarnos o crear los intensos momentos que vivimos o deseamos en la acción. De allí que produzca horror y repulsión. Lo obsceno no reside en los cuerpos, es lo que está <fuera de escena>, mientras la pornografía y el dolor son comerciales representaciones de la felicidad y el placer.

Leer y escribir sobre el erotismo es, además, otro de los  rostros del amor pues revivimos la existencia de aquellos y nosotros recordando e imaginando momentos cuando recibimos amistad, solidaridad, compañerismo, ternura, caricias, fraternidad, devoción y sensualidad, como en este precioso poema chino de autor desconocido que traduje hace varios años:

 

Me gustan las cortinas de seda roja
y los lechos de marfil.
Gozo colocando tus diminutos pies
sobre mis hombros y las puntas
de tus rojas y bordadas chinelas
apuntan hacia el cielo.
Adoro tu pequeña boca,
roja como una cereza,
y su aliento de lilas.
Me enloquece ver tus grandes ojos
ardiendo de pasión y tu mente perdida en otros mundos
mientras saciamos nuestra sed y escucho tus quejidos.
¡Cómo recuerdo
los caminos secretos de nuestros cuerpos
en nuestro primer encuentro!
¡Qué seductora fuiste!
Ahora que dejas que crezca
tu verdadera naturaleza,
tu inteligencia, dulzura y elegancia
no tienen igual.
Pero lo que en verdad me pierde
es cómo tus ojos enormes y divinos
aparentan vergüenza.

Uno de los raros poetas colombianos que podemos considerar pornógrafos es el descendiente de alemanes Miguel Rasch Isla (Barranquilla, 1887-1953). Hijo de Enrique Rasch Silva y Dolores Isla, hizo estudios de primaria en los colegios Ribón y Biffi de su ciudad natal y de bachillerato en St. Mary´s College de Puerto España, en la isla de Trinidad, para desempeñarse, luego, como empleado bancario y diplomático. Sus primeros sonetos los publicó en el diario Rigoleto, que reuniría en A flor del alma (1911), elogiados por Max Grillo y por el grupo de amigos de la capital del Atlántico entre quienes figuraban Miguel Moreno Alba, Leopoldo de la Rosa, Manuel Cervera, José Félix Fuenmayor, Hermes Cepeda y Fernando Baena.  En 1915 se mudó a Bogotá donde se vinculó a Los nuevos, a Eduardo Castillo, José Eustasio Rivera, Luis Eduardo Nieto Arteta y Armando Solano. En 1916 casó con Ilva Rodríguez Zúñiga, a quien había dedicado en El Gráfico un soneto que comienza:

 

Ella es así: por donde pasa deja
tranquilo eco fugaz de onda remota,
pues más que andar sobre la tierra, flota
con un vaivén de nave que se aleja.

 

Considerado en su tiempo el mejor sonetista de Colombia, para Eduardo Castillo era el paradigma del poeta puro para quien cantar es una necesidad orgánica, otro instinto humano, una función natural del hombre. “Creeríase, agrega, que, desde el instante en que nace en su alma, la emoción toma ya forma musical e irrumpe a sus labios con la espontaneidad de una fuente subterránea que halla súbita salida

Vivió once años en la capital de la república, donde publicó Para leer en la tarde (1921), Cuando las hojas caen (1923), La visión, poema en doscientos tercetos (1925) y La manzana del Edén (1926). Miguel Abadía Méndez le hizo cónsul en Santander, donde trata a José María Cosío y Gerardo Diego. Luego va a Hamburgo, aprende alemán y publica Sonetos (1940), mientras los aliados bombardean el puerto y el barrio San Paulis que frecuentaba. Trasladado a Barcelona por Eduardo Santos, Gregorio Marañón prologa Púrpura y oro, sonetos taurinos, con ilustraciones de Antonio Alcalde. Murió en Bogotá, donde Manuel García Herreros había publicado en el número cuatro de Los nuevos un comentario que afirmaba que:

"Con varios libros a cuesta y no pocas traducciones al y del portugués, con largos, invernales años, Rasch Isla continúa siendo un poeta de ignorancia alarmante, insólita, agresiva.”

La manzana del Edén es quizás su libro más conocido, por sus espléndidos sonetos eróticos. En el proemio Rasch Isla previene acerca de la lectura que van a hacerLectora: después de esta página, que es como una cortina previsora, cuida de no adelantar un paso más hacia dentro. De lo contrario, tropezarán tus ojos con un pequeño museo o salón en que 12 cuadros audaces reproducen otras tantas veces tu cuerpo desnudo. Mi fantasía ingenióse, de modo que cada figura descubre, a su turno, partes, actitudes, momentos y aun resabios de tu intimidad femenina; a lo cual se agrega que mi pincel inexperto no supo revestirlos con las galas de la discreción, por donde muchos rasgos y detalles aparecen tal como los figuró Naturaleza en el lienzo vivo de tu carne., dice. Y luego vienen La hoja de parra, Idilio columbino, Pánfila, Iniciación. Espasmo, El tesoro, etc.

 

Pánfila

A ti viciosamente me encadena,
tu cuerpo insano en que la muerte aspiro;
eres sierpe o mujer, hada o vampiro,
o ángel con maleficios de sirena?

Da sopor como un vino tu melena;
quema como una brasa tu suspiro;
tu beso, que es voraz, quita el respiro,
y tu aliento, que es áspid, envenena. 

En el lecho te ciñes a quien te ama,
convulsiva y frenética, lo mismo
que a seco tronco enardecida llama. 

Y cuando Amor en tus entrañas siembra,
se siente un frio vértigo de abismo
sobre el abismo de tus muslos de hembra. 

 

Ninfomaníaca

Boga en sus ojos ígneos el pecado
y la traición en su sonrisa boga,
y son sus brazos pérfidos la soga
con que toda virtud ha estrangulado. 

En su vientre infecundo el insaciado
cortejo de los hombres se desfoga,
e infiltra malestar, como una droga,
su beso arteramente destilado. 

Sacerdotisa en el ritual venusto,
se defiende, se cimbra, se querella,
en los extremos del espasmo augusto.

Mas su imperiosa carne disoluta,
obliga al macho a devorar sobre ella
del viejo edén la insuperada fruta.

 

Culto de Safo

Bajo el cielo de Lesbos floreció tu malicia,
y en Lesbos adquiriste la afición con que eres,
en el coro festivo de las otras mujeres,
 la que eróticamente las provoca e inicia... 

¿Qué goce de otros mundos o qué extrema delicia
hallas en el inverso culto de tus placeres?
¿Por qué al beso del macho que fecunda,
prefieres el beso de la amiga: tu émula en la caricia? 

Dichosa tú que sabes, sin manchar su blancura,
deleitarte en la núbil plenitud de sus senos
y embellecer el vicio con tu propia hermosura. 

Salve a ti en el cortejo de las mujeres bellas
que ayúntanse a los hombres en connubios obscenos:
tu pecado rebelde no es el de todas ellas.

 

Iniciación

Sobre el busto de mármol se contornan los senos,
y apartando con nimias complacencias la bata,
succiono los erguidos pezones de escarlata:
pomos donde se acendran invisibles venenos. 

Ella ciñe los muslos, vigorosos y plenos,
donde el sexo apremiado se defiende y recata,
mientras se contorsiona con lujurias de gata,
al roce de mis labios que la exploran obscenos.

A un desmayo de toda su belleza vibrante,
logra mi mano intrusa desligar un instante
de sus piernas esquivas el frenético nudo. 

Y de todas mis ansias en el ímpetu ciego,
busco el cáliz virgíneo de su cuerpo desnudo,
y a una lenta tortura de puñales le entrego.

 

Espasmo

Después de que con lúbrico recreo
ávidos besos en tu boca imprima,
como quien logra ambicionada cima
te escalaré en la fiebre del deseo. 

Buscaré el montecillo del Himeneo
donde celoso musgo lo escatima,
y en contubernio de tu carne opima
llegaré de deleite el apogeo. 

Pasado el lujurioso escalofrío,
sentiré ante tu carne poseída
odio a tu cuerpo, repugnancia al mío; 

y también la congoja repetida
de ver que sólo al destilar hastío
se abre, mujer, tu impenitente herida.

 

El tesoro

Dos columnas pulidas, dos eternas
columnas que relucen de blancura,
forja la línea irreprochable y pura,
como trazada en mármol, de tus piernas. 

Con qué noble prestigio las gobiernas
cuando al marchar, solemne de hermosura,
imprimes a tu cuerpo la segura
majestad de las Venus sempiternas.

Y cuando, inmóvil, luminosa y alta,
en desnudez olímpica te ofreces,
entre tus muslos de marfil resalta,

como una sombra, el bosquecillo terso
de ébano y seda, bajo el cual guarneces
el tesoro mejor del universo. 

Bibliografía sobre Miguel Rash Isla

Eduardo Castillo: Poetas jóvenes de Colombia, en El Gráfico, Bogotá, n° 406, abril 27 de 1918. El Espectador: Miguel Rash Isla, Bogotá, octubre 7 de 1953. El Gráfico: Seis sonetos de Miguel Rash Isla, Bogotá, n°s 401-402, abril 6 de 1918. El Tiempo: Conmoción por la muerte del poeta Miguel Rash Isla, Bogotá, octubre 7 de 1953. Eleucilio Niebles: MRI, el caballero del soneto, en Huellas, n° 13, Barranquilla, 1984. JB Jaramillo Mesa: Miguel Rash Isla, personalidad del poeta, en Suplemento literario de El Tiempo, Bogotá, octubre 18 de 1953. Ramón Illan Bacca: El caballero del soneto, en El modernismo en Barranquilla, Boletín Cultural y Bibliográfico, n° 33, Bogotá, 1993.

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Juan Manuel Roca

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