80 personas de las comunas limpian Medellín

80 personas de las comunas limpian Medellín

Cada año, en julio, se reúnen para limpiar el Jardín Botánico

Por: Carlos Andres Orlas
julio 27, 2015
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80 personas de las comunas limpian Medellín
Foto: tomada de internet

Ochenta amigos de varias comunas en Medellín nos reunimos cada año, a mitad de julio, para reciclar los residuos que generan 26 mil personas aproximadamente en uno de los lugares más bellos de la ciudad: nuestro jardín botánico. Bajamos como animalitos de montaña para restarle plástico a un territorio que tiene bosque, lago, jardines y mariposario. Esto en el marco del Bazar de la Confianza, una fiesta que la cooperativa Confiar realiza para todos sus allegados.

A continuación el relato de lo vivido durante tres días de reciclaje en equipo. El grupo se denomina Arco Eres (porque tú eres el puente para contarles a los otros) y  el eslogan es Cero Residuos: todo es útil. Los desechos orgánicos recuperados pasan a ser abono de huertas comunitarias en el barrio Bello Oriente, “la montaña que siente”. Lo demás se vende en la chatarrería.

I. Reciclando ando

Esto que escribo pretende ser un olor, una textura, una materia orgánica. Tocar lo que otros botan y clasificarlo absolutamente todo es, en definitiva, sentirse tierra, animal, planta, nada. Mi punto de trabajo era una zona de cafés, productos agroecológicos, restaurantes y librerías, todo con un toque muy intelectual alrededor del llamado patio de las Azaleas. Parado junto a tres canecas, y con costales marcados para cada material, mi labor era separar los desechos con las personas que consumen cosas de tal manera que no produjeran basura. Muchos cooperaban y se sentían muy nobles con el medio ambiente. A otros les importaba un bledo.

Unos cuantos conversaban conmigo y admiraban la labor tan dispendiosa, porque en últimas tocaba esculcar la caneca (“canequiar)” para poder separarlo todo. La gente desecha de manera automática. Curioso que varias personas negras, negros y negritos que paseaban por el lugar eran los más dispuestos a separar lo orgánico, cuando en varios estratos de la ciudad son considerados como “desaseados”, cochinos o incultos. Pensaba en la canción Las caras lindas de Ismael Rivera.

Mucha gente compraba comida para botarla y desecharla con dos cucharadas de probada. Y así, con los que conversaba me daba cuenta que lo que estaba haciendo era una forma muy sutil de filosofar: recoger, separar, oler, meditar, observar, no pensar, imaginar el largo viaje que normalmente tiene la basura para salir de nuestra vista y embuchar de plástico el vientre de grandes montañas.

El caso es que la gente se me acerca a las canecas no solo a desechar sino curiosear y a entablar diálogos platónicos sobre permacultura, logística, utopías, La Nausea, trabajos raros, ética y política. Otros, más arribistas, me miran como a un barrendero de calles y hasta se indignan porque uno les habla y les dice: “estamos reciclando”, que es como si les dijeras: “estamos limosneando”.

II. Aprender jugando y disfrutar haciéndolo

El mejor momento de esta labor es cuando se conversa un rato con los otros compañeros de Arco Eres. Es una evaluación in situ, viendo cómo el jardín reluce con cada basura que le restamos.

La mayoría vamos a hacer ese ejercicio porque el Bazar de la Confianza es unas fiestas de colores, comunidades campesinas en defensa de la soberanía alimentaria, artistas, obreros, intelectuales y mucha más gente que cree en la apuesta de la economía solidaria. No todos son solidarios con la Madre Tierra pues no les importa contaminarla con sus basuras. Pero cuando se enseña jugando, y no simplemente creyéndose “bueno” porque se recicla, la cosa cambia, se desactiva en el otro esa parte lógica-racional que tanto impide sentir.

Quiero de aquí en adelante transcribir algunos relatos de los compañeros de labor, al otro día, al ver el jardín reluciente por obra y gracia de seres anónimos y colectivos, nosotros y la lluvia, aventureros, “estallados”, como dice un amigo, con la tremenda labor de separar toneladas de desechos y percatarse de la sociedad del plástico que lo quiere invadir todo como un cáncer. Aquí algunas impresiones:

“Nuestra acción nos permite ser por un día uno de esos seres que trabajan reciclando todo el tiempo, comprender esa labor desde la experiencia propia y sentir que es algo enriquecedor”. Arnulfo Uribe, 50 Años, de Bello Oriente.

“Yo recicle bastante pero cuando se montaron unos negros a tocar nos fuimos a bailar y me olvide de todo, no me importaba que me fueran a regañar”. Paola, 18 años, de Urabá y residente en Bello Oriente.

“Panita, que camello más duro. Unos manes nos pusieron a perder con los tapetes que nos habían regalado. En otra época de mi vida hubiera respondido de otra manera, pagarían con su propia vida”. Una hora después, en las afueras del Jardín, cerca al Cementerio San Pedro mientras nos tomábamos una cerveza: “Panita… allá (señala al cementerio) hay amigos y también liendras mías. Por cosas que hice y que deje de hacer”. Pablo Andrés, 30 años, Manrique, hizo parte de grupos armados desde niño y se salió de la guerra después de sobrevivir a muchos tiros que le pegaron y lo obligaron a volver a aprender a caminar.

Este último relato me hizo titular el escrito así: Un hecho de paz. Pablo Andrés reciclando es un guerrero ennoblecido. Y como varios de los 80 compañeros imaginaba cosas mientras separaba residuos, pedía perdón a la tierra, olía cadáveres (carne que la gente tira), se sentía solo con una labor inmensa, se untaba la mano de materia orgánica y se lavaba con tierra negra, en últimas, se sentía flor de fango. Loto que flota en la laguna. Aquí se me aparecen unas líneas de Barba Jacob:

“Los que no habéis logrado siquiera ser mendigos,
hacer el pan y el lecho con vuestras propias manos
en los tugurios del abandono y la miseria,
y en la mendicidad mirar los días
en una tortura sin pensamientos
Vosotros no podéis comprender el sentido doloroso
de esta palabra: ¡UN HOMBRE!”

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