A Johnfernandito, mi hijo, le correspondió responder una pregunta para su tarea escolar: ¿qué acto puede hacerse para que genere el mayor número de buenas consecuencias? Supongo que después de mucho cavilar concluyó que lo mejor que podría hacer para cambiar el mundo era convertirse en un excelente arquero de fútbol. Y empezó a ejecutar su plan que yo he debido financiar: guantes, camisa manga larga con coderas, sudadera con rodilleras, balones, conos y guayos. A correr, a estirar piernas y brazos y pedirme que le hiciera los remates más exigentes para empezar a moverse como un gato de palo a palo. El mismo Benji Price liderando el plan.
Era necesario preguntarle: ¿Qué relación tiene ser buen arquero de fútbol con la transformación del mundo? Su respuesta fue instantánea: “Si soy muy buen arquero, mis amiguitos de fútbol del colegio deberán esforzarse más para hacerme un gol. Su esfuerzo les llevará a pensar que para hacerme un gol deben tener fuerza. Para tener fuerza deben alimentarse bien. Empezarán a pedir fruta en vez de golosinas para la lonchera. Pedirán más consumo de queso, atún, yogur y verduras. Y si se alimentan mejor sus padres serán más felices. Si se alimentan mejor les va mejor en el colegio y harán feliz a mi profe. Si mi profe es feliz hará que nuestra estadía en el colegio sea mejor. Si ellos se hacen más fuertes y mejoran su nivel deportivo me exigirán más y me ayudarán a ser mejor arquero. Si somos mejores, la familia será mejor, el equipo del colegio será mejor, el rendimiento escolar será mejor, y obviamente, el mundo será mejor. Ves papi, así de simple.” Estas palabras justificaron la inversión del atuendo deportivo y las extenuantes horas de entrenamiento bajo el sol. Me permitieron concluir que su obligación escolar había quedado satisfecha con solvencia.
Me he valido de este pasaje para escribir estas líneas porque la manera de ver el mundo a partir de efectos positivos de lo menos a lo más encierra una mina de oro vital. Creo firmemente que la transformación del mundo tiene ocasión en pequeños cambios. Y que si esos pequeños se hacen de forma constante y decidida pueden hacer cambios inimaginados. Creo en el poder revolucionario de lo simple. El verdadero mundo que podemos cambiar es el nuestro. Cambiar el entorno físico, posible y palpable. Cambiar uno mismo. Ese es el primer paso. No podemos hacer con los demás lo que no somos capaces de hacer con nosotros. El dominio sobre uno mismo puede ser, quizá, lo más valiente y heroico que tengamos al alcance de la mano. Así lo entendía Kant cuando respondía a la pregunta qué es la Ilustración en el sentido de atreverse a pensar por uno mismo y dejar así la minoría de edad, de la cual él mismo es culpable por miedo o por pereza.
No sé cuánto será la nota académica por este ejercicio. No sé qué otras respuestas hayan ofrecido los demás compañeritos de clase. No sé cuánto tiempo quiera seguir siendo arquero de fútbol. Lo único que importa es que ya hay claridad sobre el primer paso. Lo demás, es lo de menos.
John Fernando Restrepo Tamayo
Julio 24 de 2015
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