¿Qué nos diferencia de los animales?
Opinión

¿Qué nos diferencia de los animales?

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julio 24, 2015
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Nos parecemos a todo lo que vive, ni más faltaba.  Tenemos membranas celulares y sus receptores como muchas bacterias. Nos reproducimos sexualmente con gametos, no nos partimos y “clonamos” asexualmente, como ya hacía un pececito en los lagos de Escocia hace 385 millones de años. Tenemos neuronas, nervios y músculos como una gran variedad de animales, algunos desaparecidos.  Hay animales que can ta, bailan, sonríen y lloran como nosotros. Innumerables programas de NatGeo, Discovery y hasta nuestra inolvidable Naturalia con Pacheco los domingos por la mañana demostraron todo eso. “Obviamente tenemos rasgos similares.  Tenemos rasgos similares con todo lo demás en la naturaleza.  Sería asombroso si no fuera así. Pero tenemos que mirar las diferencias”, afirma un paleo-antropólogo del Museo Americano de Historia Natural en Nueva York.

Entonces la pregunta verdaderamente interesante es ¿qué nos diferencia de los animales? Pero esa pregunta es casi políticamente incorrecta en algunos ambientes actuales. En nuestra cultura contemporánea hay una tendencia a mezclar lo humano con lo natural que lleva a perder consciencia de nuestra valiosa diferencia y especificidad. Recomiendo la lectura de una excelente columna en las2orillas de Hugo Andrés Arévalo y ver el video del filósofo y psicoanalista esloveno Slavoj Žižek colgado ahí para confrontar nuestra ingenua y superficial visión de una benigna y siempre sabia Madre Natura.  Los humanos somos naturales, sobra decirlo, pero tenemos una naturaleza propia y diferente que debemos explorar.  Eso es lo que se hace en un artículo muy bueno de la BBC que trataré de resumir a continuación.

El grupo de especies que daría lugar a la especie humana se separó de los otros primates hace 6 millones de años. Sus cerebros comenzaron a crecer de manera desproporcionada hasta cuando hace 200.000 años aparecemos nosotros, el Homo sapiens.  En ese momento compartimos la tierra con “primos” como el Neandertal, el diminuto Homo floresiensis, los Denisovanos y un cuarto grupo que no puede colocarse en las otras categorías de humanos. Este árbol genealógico de la  humanidad cambia frecuentemente por el hallazgo de nuevos restos óseos que contradicen los esquemas. De hecho algunos teóricos de la evolución se oponen a la misma idea de árbol genealógico pues quizás se trata de pequeñas variaciones en un gran grupo de seres humanos primitivos que se mezclaban.  El genoma humano actual, por ejemplo, tiene genes neandertales.

Los instrumentos de piedra que usaban estos homínidos no cambiaron mucho durante 100.000 años.  Pero hace más o menos 80.000 años algo cambió.  Las herramientas se volvieron más complejas: no es lo mismo una piedra usada para golpear que una piedra tallada para cortar.  Además ellas y las paredes de las cuevas se empezaron a decorar con patrones simbólicos.  Estos denotan símbolos mentales que sustentan un lenguaje.

Lenguaje que se nutre del gran desarrollo social del ser humano. Los estudios comparativos muestran que humanos y chimpancés tienen conducta cooperativa pero en los humanos es más frecuente y espontánea.  Al parecer somos “ayudadores innatos” según el artículo de la BBC.  Niños de año y medio de edad al jugar con otras personas esperan naturalmente que el otro coopere. El chimpancé puede hacer esto pero sólo tras un entrenamiento intensivo.

Los humanos nos convertimos en grandes lectores de la mente de otros. A un niño se le puede hacer un experimento representando con dos muñequitos la situación de que uno de ellos sale del cuarto y el otro saca un objeto de una canasta y lo esconde. Al volver a entrar el segundo muñequito en escena se le pregunta al niño dónde buscará este muñequito el objeto y el niño señala la canasta.  Sabe entonces el niño que el personaje de la historia cree que el objeto está donde no está. El ser humano es sensible a lo que el otro cree, aunque no sea verdad. El chimpancé puede llegar a saber lo que los otros saben o ven, no lo que los otros creen. Con nuestra gran capacidad para comunicarnos, nuestra frecuente conducta cooperativa y nuestra capacidad para inferir el pensamiento del otro somos específicamente diferentes al primate más evolucionado o al chimpancé más entrenado: somos un ser humano.

Somos un animal diferente con gran capacidad de construir y gran capacidad de destruir como demuestra nuestra historia. Podría salvarnos que esa capacidad humana de leer la mente del otro, conocer lo que el otro cree, la convirtamos en empatía, sentimiento vívido de lo que el otro sufre. Entonces se dispararía nuestra conducta cooperativa, nuestra característica de “ayudadores innatos”. Por todo eso la empatía es la virtud esencial de la medicina y de toda profesión comprometida con el cuidado del otro. Quien no la tiene ni la ejercita no debe estudiar esos artes y oficios.

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