Tenía 20 años la primera vez que fue a correr a Europa y ganó. Sus rivales, rubios, altos, macizos, lo subestimaban por su color de piel, por lo bajito, por parecer un indio. En el pelotón le daban codazos, lo escupían, una vez incluso lo hicieron caer de la cicla de un empujón. Pero a él esas humillaciones, lejos de arrugarlo, le sacaban el orgullo y no hay nada más peligroso, para un pobrecito alemán, que un boyacense enbejucado.
Nairo Quintana es un caso atípico en el ciclismo colombiano: por primera vez tenemos un pedalista que no solo tiene el talento, la disciplina, la fortaleza física para ganar un Tour de Francia sino que además posee una inteligencia, una ambición, una mentalidad que lo lleva a querer ganar todo lo que corre. Eusebio Unzúe, el director técnico del Movistar, dice que la visión que tiene Nairo del ciclismo solo se la ha visto a Miguel Induraín. Él, que había llegado al equipo español para ser en sus tres primeras temporadas el gregario de Alejandro Valverde, se destapó, en su segundo año profesional, como un líder innato. Sus compañeros de escuadra lo respetan, saben que cuando el morenito da una orden se debe ejecutar de una manera inmediata, si no se hace lloverá furia sobre el desobediente.
Me da risa que las chicas al verlo tan indiecito, tan insignificante al lado de Christopher Froome, digan que les parece tierno, tan tierno y pobrecito, tan pobrecito y tan lindito. No saben que en la Vuelta a España del 2012, ante el insulto de un corredor italiano haya decidido buscar un destornillador para arreglar el problema ahí en plena carretera. A Nairo no lo doblega nadie ni nada. Al finalizar la primera semana del Giro que ganó, un virus lo estaba matando. A la congestión constante en sus pulmones se le sumaba una terrible caída que sufrió en la cuarta etapa. Unzúe pensó seriamente en preservar a la nueva joya del ciclismo mundial, igual tenía 24 años y ya llegaría el momento de ganarse un Giro. Sin embargo Nairo, temblando, con fiebre, decidió continuar. Diez días después, en la subida al Stelvio, bajo un frío glacial, Quintana le dijo a Imanol Erviti, su gregario, que no daba más, que se bajaba de la bicicleta. El español, por primera vez desde que compartían equipo, lo insultó, le dijo que no fuera cobarde, que aguantara. El carro auxiliar del Movistar le pasó periódicos viejos para que se los metiera debajo de la camisa y así soportar los dos grados bajo cero que hacía en la cima. Ese día, lejos de retirarse, Quintana, con un dolor de oído insoportable, ganó la etapa y de paso se puso por primera vez la camiseta rosada.
Los que no lo conocen, los que no saben, creen que el Tour está perdido. Nada más lejos de la realidad. Froome está fuerte y es un escalador temible, pero Nairo tiene el terreno suficiente para descontar esos tres minutos que lo separan de la soñada camiseta amarilla. De acá al sábado lo veremos en su mejor estado de forma, atacando de lejos, demostrando que él prepara las carreras para vaciarse en la última semana. Ahí está el Alpe D’ Huez esperando porque, treinta y un años después de la victoria de Lucho Herrera, otro colombiano haga historia.
Y si no lo logra no importa. Nadie en la historia del ciclismo ha sido dos veces subcampeón teniendo 25 años. Él es el mejor de su generación, por Dios, en la clasificación de los jóvenes le lleva diez minutos al segundo que es el francés Warren Barguil. Lo que tendrá serán oportunidades para obtener la revancha. Pero no sé, yo creo en la última semana de Nairo, en su temperamento. Las adversidades le sacan el ogro que lleva adentro y cuando está furioso es mejor que nadie se cruce en su camino. No existe nada más peligroso que un campeón contra las cuerdas.