El denso tejido del poder se entreteje con las tramas del lenguaje, y las resistencias que buscan aligerar su urdimbre o hacer más variados los colores del tapiz social, luchan tanto por deshilvanar sus significados como por intercalar nuevos estambres de sentido en el telar político de la cultura.
Uno de los principales campos de contienda política en torno a los significados de las palabras y las cosas, si no el principal, es el de la economía. Y entre sus diversos protagonistas, la empresa y su constelación de conceptos.
La empresa y lo empresarial, el empresario y el empresariado —y ese extraño binomio de palabras de insidiosa indeterminación en la traducción, pero tan de moda— el emprendedor y el emprendimiento, revisten significados y sentidos distintos para distintas personas, según su vertiente ideológica.
Para unos, lo empresarial es la clave del desarrollo; para otros, es la representación palpable de sus principales obstáculos. Por mi parte, quisiera decir que entre estas dos visiones extremas y parciales, existen realidades, mitos y posibilidades.
Quienes entienden el desarrollo como crecimiento económico, tienden a ver a las empresas y a los empresarios como el principal motor de la economía. El emprendimiento de los empresarios — es decir, su capacidad para asumir riesgos e invertir en la materialización de nuevas ideas de negocios— es, desde este punto de vista, la chispa que impulsa la innovación y el descubrimiento de nuevos mercados. Los empresarios emprendedores están alerta a las nuevas oportunidades que ofrecen los cambios en los precios de los productos y en las preferencias de los consumidores, para volcar hacia ellas su ímpetu creativo y su deseo de aventura y riqueza. Las instituciones políticas y económicas deben diseñarse en función de facilitar este proceso. Así, el crecimiento económico de una sociedad depende de la existencia de instituciones - reglas de juego - inclusivas, que permitan que quienes tienen esas motivaciones y capacidades de emprendimiento puedan participar en un mercado que les permita florecer y que la estructura política de los países impida que las élites que derivan de quienes florecieron en el pasado se anquilosen en el poder.
Esto ilumina un primer mito de lo empresarial: el de que la política económica de un país debe privilegiar a las empresas y al empresariado (y su corolario de que la política, la educación y la cultura deben ser “gerenciadas" como empresas).
Si seguimos con atención el anterior argumento, lo cierto es que las políticas económicas y sociales, así como el diseño institucional, deben apuntarle a fomentar las capacidades de florecimiento y las oportunidades de movilidad social de todos los ciudadanos por igual. Respecto al corolario, permítanme por ahora solo referirlos a este texto clásico de Paul Krugman y a este texto reciente de Henry Murraín.
Por otro lado, quienes entienden el desarrollo (o el postdesarrollo) más allá del mero crecimiento económico, ya sea en términos de equidad económica, justicia social o libertad real, tienden a ver a las empresas y a los empresarios como un obstáculo esencial. La acumulación de poder que se deriva de la creciente apropiación privada de los medios de producción de una economía, de la explotación de sus recursos naturales y de su fuerza de trabajo, y de la hegemonía cultural de las élites, determina una relación simbiótica ineluctable entre los empresarios capitalistas y el sistema político a nivel nacional e internacional. Las grandes corporaciones globalizan la colonialidad occidental, destruyendo la diversidad cultural, homogeneizando identidades, y asfixiando el potencial creativo de los seres humanos. La resistencia y la reivindicación efectiva de las personas, los grupos y las comunidades que han sido histórica y estructuralmente marginados y excluidos, así como la preservación de la diversidad cultural y la protección del medio ambiente, dependen del creciente empoderamiento de los movimientos sociales, así como del surgimiento de nuevas manifestaciones, capaces de incidir en el sistema político y transformar las estructuras legales y culturales de la producción y del poder a nivel local y global.
Las pequeñas y medianas empresas, la agricultura campesina, las formas asociativas y cooperativas, y el emprendimiento individual, comunitario y cultural, son formas de producción, innovación y florecimiento a escala humana que hoy más que nunca encarnan la promesa de nuevas posibilidades de invención y materialización del desarrollo humano visto como crecimiento, equidad, justicia y libertad.
Esto ilumina un segundo mito de lo empresarial: el de que la política y la economía son esferas estáticas y naturalmente inclinadas hacia el favorecimiento de los privilegiados. Si seguimos con atención el anterior argumento, lo cierto es que lo empresarial —como tampoco lo político— no reviste una esencia capitalista y antidemocrática inmutable que justifique la rebelión armada contra “el sistema” y la burocratización de la sociedad como únicos recursos.
Creo que la exploración profunda —tanto desde la actividad intelectual como desde el activismo político— de estas alternativas que debemos enfrentar a los mitos empresariales derivados de los extremos del espectro ideológico, permitirá vislumbrar y construir un futuro con una mejor calidad de vida para todos y en mayor balance con nuestro medio ambiente.