En Grecia la izquierda llegó al poder y su triunfo llenó de esperanzas a un pueblo aburrido de gobiernos entregados a los acreedores internacionales, que incumplían sistemáticamente las promesas de cambio.
En ese escenario unos jóvenes luchadores de izquierda encarnaron la renovación que se buscaba para salir de la crisis económica, para librarse del yugo de la Comunidad Europea y para recuperar el brillo de un país milenario, lleno de cultura y de deudas.
El ímpetu inicial del gobierno de Tsipras se acabó pronto, demasiado pronto tal vez. Cuando tuvo que negociar con dos mujeres de hierro tanto en el FMI, como en Alemania, echó mano de una jugada habilidosa llamada consulta popular. Le pidió a su gente que votara si aceptaba o no las condiciones que los acreedores le estaban imponiendo y la gente entusiasmada respondió de manera clara y contundente: ¡NO! No acepte, no se rinda, no de su brazo a torcer.
Esto, que se consideró un triunfo del joven gobernante, se convirtió rápidamente en su derrota. Con la votación en la mano, en medio de un despliegue mundial sobre la soberanía reclamada por el pueblo griego, llegó de nuevo a la mesa de negociaciones y se topó con Ángela y Christine que sin preocuparse de los resultados de la consulta le recordaron a Tsipras quienes son los dueños de la plata.
Hasta allí llegó el cuento de hadas de la Renovación Griega. Tsipras se tuvo que rendir, firmar un acuerdo con los puntos más difíciles, eso sí adobado con promesas de más créditos y más plazos. Pero con esa firma tachó de un plumazo los resultados de la consulta. Si el pueblo dijo NO, Tsipras, que paradoja, dijo SI. Él que había llamado a sus conciudadanos a que votaran masivamente por el no, ahora se autotraicionaba y de paso mataba la confianza que se había ganado.
Una buena enseñanza de lo que no se debe hacer. En el libro de El Principito, que seguramente inspiró a Tsipras hay una historia sobre un rey que vive en uno de los tantos asteroides que visita el protagonista. Ese rey le confiesa al Principito su fórmula para conseguir obediencia. Es muy sencilla: primero indaga sobre que quiere hacer una persona y cuando esa persona le cuenta lo que quiere hacer, el rey le ordena que lo haga. —¿Quieres sentarte?, —pregunta el rey. —Si, estoy cansado. —Ah, bueno pues ¡te ordeno que te sientes!
Eso hizo Tsipras: —¿Quieren decirle NO a la Comunidad Europea?, —queremos, —gritó la gente. —Pues les ordeno que voten NO—. Simple, pero estúpido. Porque hay cosas que no se arreglan con populismo. Entendiendo, claro está, que populismo es seguir lo que la gente quiere. Porque la gente quiere cosas fáciles como no pagar las deudas, como mandar para el carajo los intereses que empobrecen. Pero los gobernantes casi nunca se pueden ir por el camino fácil porque tienen que ser responsables o las consecuencias pueden ser peores para el pueblo que representan.
Bueno recordar esto a la hora de tentaciones populistas. Yo diría que muy pertinente la enseñanza a la hora de prometer, por ejemplo, un referéndum para refrendar los acuerdos de La Habana porque una cosa quiere el pueblo y otra es la que se necesita.
O como diría un refrán popular: “Una cosa piensa el burro y otra el que lo está enjalmando”. Por eso, en momentos delicados, la prudencia es una regla sensata. En campaña se prometen cosas que nunca se pueden cumplir en el gobierno y en campaña por la paz hasta las Farc, los uribistas y por supuesto Santos, están de acuerdo en consultarle al pueblo. Pero, ¿será que el pueblo está de acuerdo con ellos?
¡Averígüelo Tsipras. Y corra el riesgo que le digan que NO!
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