Nos emboban con un cuento misterioso sobre unas tales profecías de Nostradamus, que el mundo está por acabarse, que el dios verdadero no es Adonaí sino Alá, en cuyo nombre hay que matar a todos los infieles o que no crean en él; que el verdadero profeta fue Mahoma y no Jesús. Por eso muchos fanáticos hinchados por la bilirrubina religiosa se embarcan en la santa cruzada del Estado Islámico, muy parecida a las que realizó el cristianismo desde el siglo XI y a las macabras torturas y asesinatos de la “santa” Inquisición.
El Club de Bildelberg o de los Illuminatti es una mafia de multimillonarios que deciden lo que debe hacerse en el mundo, cuáles países hay que invadir, cuáles gobernantes hay que deponer o asesinar, qué rumbo hay que darle a la economía, cuáles son sus países amigos y cuáles sus enemigos. Un ejemplito de sus perversas actuaciones: Hace poco, unos samaritanos procedentes de varios países que llevaban cinco barcos con ayuda humanitaria para Palestina fueron obligados a devolverse porque como los judíos no quieren que existan los palestinos es necesario exterminarlos.
Ese perverso grupúsculo, tan repugnante y perjudicial para la especie humana lo único que merece es ser ajusticiado. En procura del bienestar general, los suicidas musulmanes deberían utilizar sus armas destruyendo esa banda de acaparadores, con lo cual le garantizarían a unos 7.000 o más millones de personas la vida digna, a la que tienen derecho, y de la cual han sido privados por esos desgraciados. Así, en lugar de alcanzar una incierta felicidad celestial al lado de Alá, llenarían de gozo a más del 90 % de la humanidad.
Los dueños o apoderados del planeta tierra han utilizado todo tipo de artimañas para conservar sus incontables y gigantescos privilegios. Echan mano de las fantasías religiosas, del horno infernal, de las amenazas de los dioses, de las promesas y de los miedos y se reúnen secretamente a tramar sus nefastos planes con el fin de infundir mayor temor.
A los pobres y miserables no les queda otra alternativa que rezar, pagar diezmos y promesas, asistir cumplidamente a los cultos, donar limosnas que no tienen, darse golpes de pecho arrepentidos por pecados no cometidos, mientras los de arriba derrochan sus sobras en banquetes, en paraísos terrenales, en hoteles 7 estrellas y saben de antemano que por ello no van a asarse al infierno.
Lo escribió Santos Discépolo: “El mundo fue y será una porquería, ya lo sé”. Aún hoy seguimos matándonos por diferencias religiosas e ideológicas, aunque los pobres sí están obligados a matar para vivir, pues los avaros dueños de las riquezas son tan inhumanos que piensan que van a empobrecerse si comparten con estos una partecita de aquellas. ¿Quién autorizó a unos pocos a quedarse con el pan de todos? La paz no puede convertirse en un pretexto para arrebatarles los derechos a los demás.
Armenia, Julio 1 de 2015
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