En la última semana hemos sido testigos de la visita del papa Francisco a Latinoamérica. Tal evento, ha sido uno de los más comentados en diferentes sectores de la opinión pública por el gran impacto político que han tenido sus declaraciones en apoyo a la Patria grande y en oposición al sistema económico financiero mundial al que reconoce como “excluyente e inhumano”.
Haré a continuación una precisión por respeto al lector, para que sepa desde el lugar en el que estoy hablando: soy un hombre graduado de psicología de 29 años de edad, con dos cosas claras en este momento de mi vida: 1. Soy ateo, 2. Mis preferencias políticas son cercanas a los gobiernos populares de este continente: Brasil, Bolivia, Ecuador, Argentina, Uruguay y Venezuela; por supuesto que reconozco carencias en cada uno de ellos, pero en trazo general, son los que hoy definen mis opiniones y cercanías políticas.
A pesar de la claridad con la que hoy me reconozco estas dos características, no creo que se me pueda describir como una persona dogmática e intolerante como suele dibujarse a los ateos y a los que tenemos simpatía por los movimientos populares de izquierda.
Dicho lo anterior, quisiera mencionar una observación que he venido haciendo los últimos días:
Escuchar al más alto representante de la iglesia católica decir a sus fieles, que respalda a los gobiernos latinoamericanos, a la Patria grande, y contra los abusos de un sistema que mercantiliza todo, que desprecia a gran parte de seres humanos, con el único criterio de “no producir eficientemente”, es realmente poco habitual si sabemos que la iglesia, por lo general, ha sostenido la posición diametralmente opuesta. Debo decir que, en lo personal, me resulta gratificante que esto suceda.
Ahora, después de este discurso, he escuchado a amigos y conocidos católicos que manifiestan su descontento con el papa al que señalan de ser un “humano falible que se puede equivocar en su percepción de la política mundial”. Cosa con la que estoy de acuerdo.
No obstante, debo decir que algo me congratula de todo este debate, y es que hay personas como yo que aguardamos un lejano ideal, o utopía, si se quiere, de un mundo sin religión y sin abusos de un sistema que todo lo mercantiliza y que, como dijo Francisco, “atenta contra el medio ambiente”.
Creo que es satisfactorio ver cómo las opiniones de grupos católicos entran en conflicto: los más conservadores alegan la condicion humana del papa; y los católicos más fieles reconocerán en las palabras de él sabiduría, por lo que podrían moderar su opinión negativa contra los muy golpeados gobiernos populares de la region por parte de los medios de comunicación.
En síntesis, creo que para los ateos de izquierda como yo todo es ganancia: el papa opina en favor de los derechos de las personas homosexuales, ha enfrentado a los sacerdotes acusados de pedofilia e, incluso, ha dado una opinión favorable y loable al divorcio; a todo esto se suman las disculpas a los pueblos indígenas por el maltrato del que la iglesia católica ha sido cómplice.
También es gratificante notar cómo el ala más conservadora de esta institución, sin quererlo, deslegitima la supuesta santidad del papa, dándole el barniz humano que por mucho tiempo diferentes movimientos sociales lo han querido hacer.
Por supuesto que reconozco que esto sirve para ganar más fieles ante la crisis que ha vivido en los últimos años la iglesia católica, pero refrenando los ideales que ya mencioné, creo que la iglesia católica es muy difícil que desaparezca, pero sí veo posible que modere, como lo ha venido haciendo, su agresión e intolerancia que a veces se manifiesta en la violencia de sus mismos fieles contra grupos que piensan diferente a ellos.
Seguiré dando mi apoyo a las palabras del actual papa, porque en ellas no identifico tanta evangelización como política, la cual entiendo como un medio viable, terrenal y acaso único para mejorar las condiciones de vida de la población, como ya ha sucedido en los países ya mencionados.
Solo espero y añoro que a Colombia le llegue algo de esta política que hace bien, y no la que hace mal, que es la que por desgracia hoy prevalece.