“El derecho como el aire está en todas partes”, decía el argentino Carlos Nino. Y a los abogados, o al menos varios de los que están a mi alrededor, pocas cosas como esa nos dan rabia. Nos da rabia que el derecho sea todo y no sea nada al tiempo. Los ingenieros tienen sus puentes, los médicos, sus curas —y su doctor bien merecido, no como el nuestro—, los físicos su entendimiento de cómo funciona el mundo y nosotros… ¿los códigos?
El derecho es intangible, engorroso y estricto, lleno de vericuetos y latinajos, aunque los economistas también los usan, no crean, y en cambio el derecho no está en ninguna parte —sin querer faltarle el respeto a Nino—: las leyes y los contratos son solo letras y papeles. El negocio puede pasar sin nosotros, las relaciones pueden existir sin nosotros, incluso el castigo pasa muy a menudo al margen de la ley. Porque ese es otro problema, el derecho se rompe y lo rompemos todos los días, ¿qué cosa es esa entonces que estudiamos cinco años que no sirve muchas veces, que no se ve y no está en ninguna parte? Decimos en la oficina casi todos los días “(…) pues en este caso debería pasar ABC, porque DEF pero en realidad el juez GHI y por tanto pues a lo mejor XYZ, en el mejor de los casos”. Las leyes de la naturaleza, en cambio, si son de verdad. Si tiro mi café al piso, pues se riega. No hay juez ni legalismo que valga.
Pero ahí también está lo mágico del derecho. Es pura imaginación compartida, y solo porque la compartimos es que funciona. Con ese papel con letras que se llama cheque recibo dinero, que es otro imaginario que acordamos que sirve para comprar Coca Cola y con otro papel (demanda) puedo hacer referencia a lo que dijo un día una gente (Congreso - Legislador) que todos imaginamos colectivamente y estamos de acuerdo en que puede decir qué es obligatorio (Leyes) y convencer a un señor vestido de negro (Juez) que imaginamos colectivamente también que sirve para resolver conflictos con base a lo que dijeron los del grupo anterior (Congreso – Legislador) que la persona a la que me mostré mi papel con letras (cheque) me tiene que dar dinero (otro papel con letras con efectos imaginarios), y que una vez el señor de negro me de la razón, si no me paga le llego a la casa con otros señores vestidos de verde que, también imaginamos colectivamente sirven para implementar lo que han dicho los señores de negro (jueces) y los señores Legislador, y que si no lo llevan a uno a un lugar horrible que se llama cárcel que acordamos que es para la gente que no cumpla con todas o alguna de las cosas imaginarias anteriores y entonces para que aprendan que, así sean imaginarias, la cárcel es muy de verdad y que por eso es mejor cumplir con el imaginario, porque en últimas es tan imaginario como real.
Uno podría pensar que qué cosa tan enferma, que por eso es que los abogados —y el derecho— somos la embarrada. Que mejor las cosas de verdad. Pero eso nos dejaría solo en la naturaleza, “vivir de la tierra”, como si despertarse todos los días a arar o salir a cazar y buscar semillas fuera maravilloso. De verdad también sacrificaría muchas de nuestras conquistas y bienes más preciados —no solo el dinero que cáiganme a palos si quieren, a todos nos gusta—: la tal “libertad” y la “igualdad”, los derechos humanos, el aprecio a valores como la fraternidad o la honestidad, todo eso también nos lo inventamos.
La maravilla de esa capacidad de los seres humanos de imaginarnos cosas juntos es que, en palabras de Y. N. Harari, autor del libro que me estoy leyendo “(…) creemos en un orden particular no porque sea objetivamente cierto, sino porque creer en él nos permite cooperar de manera efectiva y forjar una sociedad mejor. Los órdenes imaginados no son conspiraciones malvadas o espejismos inútiles. Más bien, son la única manera en que un gran número de humanos pueden cooperar de forma efectiva”.
Y ese es el derecho, la materia que trabajan los abogados: un orden imaginado que compartimos todos los humanos. Un orden frágil pero común que, así como tiene miles de problemas, permite que cooperemos y que mañana, cuando vaya a comprar mi necesario café mañanero con un papel pintado de colores, me lo den.