Las noticias sobre el aumento de cultivos ilícitos en Colombia, más que sean poco alentadoras, como lo señalaba reciente artículo del diario El Espectador (Julio 3/15), son de una enorme gravedad ya que vamos inexorablemente en camino a ‘caguanizarnos’. Según informe revelado la semana pasada por la Oficina contra las Drogas y el Delito de la ONU, cifras basadas en el censo realizado por el Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos ilícitos (Simmci), las plantaciones de coca en el país aumentaron dramáticamente en un 44 %n frente al 2013. En cifras concretas, los cultivos de coca pasaron de 48.000 hectáreas a 69.000. A ese ritmo de crecimiento, en el 2016 las plantaciones de coca van a llegar al nivel más alto de la historia, sobrepasando las 144.000 hectáreas que se sembraban en el 2001. Si estos guarismos no escandalizan a nadie, ¿en qué planeta vivimos?
La otra noticia que deja a todo ciudadano frío es que la concentración de los cultivos sigue estando presente en los territorios que tradicionalmente han sido productores de coca: Nariño, Cauca, Putumayo, Caquetá y Catatumbo. En estos territorios converge el 73 % de los cultivos ilícitos. A su vez, el 84 % de los cultivos está a menos de un kilómetro de donde estaban estos cultivos en el 2013. Y como podrá deducir el lector, es precisamente en estos territorios en donde hay mayor presencia de los grupos alzados en armas, las Farc y el ELN. La parte más preocupante del estudio de Simmci es que en el lugar en que la mayoría de los cultivos han aumentado es precisamente en territorios protegidos, como consejos comunitarios afros, resguardos indígenas y parques naturales, especialmente en La Macarena y Nukkak.
Un número importante de colombianos recuerda con rabia e indignación lo que pasó en el Caguán, durante la administración de Andrés Pastrana, en el que el fallido intento de llegar a un acuerdo de paz con los narcoterroristas de las Farc les permitió a este grupo terrorista aumentar sus números y fortificarse militar y económicamente. Los narcoterroristas se burlaron del primer mandatario y de un país que les brindaba de manera generosa el camino de la paz. Las Farc convirtieron el Caguán en un centro de actividades criminales en el cual, aparte de servir de resguardo para mantener a los secuestrados y centro de operaciones para las extorsiones y abigeato, multiplicaban por diez los cultivos ilícitos.
Hoy está ocurriendo exactamente lo mismo: a medida que el gobierno cándida e ingenuamente sigue entregando tierras y privilegios a las comunidades afro y a los indígenas, los narcoterroristas aumentan las hectáreas de cultivos ilícitos. Las Farc no tiene ningún afán en concluir las negociaciones de paz: a medida que pasan los días, más se incrementan las áreas sembradas en coca, y más aumenta sus utilidades, botín que a su vez les permite adelantar, con muy poco riesgo militar actos terroristas, amén de engrosar en dólares y en euros los fondos de pensiones de los cabecillas. En el negocio de la coca, los grupos terroristas participan en un 90 %. Según Mauricio Vargas, en su columna de El Tiempo (Julio 5/15): “Eso explica parte de la renovada capacidad de ataque de los frentes de las Farc en esas zonas. Con los bolsillos llenos de narcodólares, esos frentes no solo están envalentonados militarmente, sino que carecen de interés en que la mesa de La Habana avance: saben que un acuerdo que acabe a las Farc como grupo armado los pondría ante la penosa obligación de abandonar semejante negocio tan lucrativo”.
Allá en La Habana, gozando de frecuentes paseos en yate con abundante oferta de rones y margaritas, los representantes de los terroristas dilatan todo arreglo. Ellos tienen claro que de forma soterrada, pero segura, están de nuevo ‘caguanizando’ a Colombia. Todo parece ser que la mayoría de los colombianos empiezan a ver la diabólica tramoya de los terroristas: los únicos que pareciera que no se ha enterado de este fenómeno son los negociadores en La Habana. ¡Que el Señor tenga piedad con los colombianos!