“Propiciar la cultura del encuentro y derribar todos los muros que aún separan a las naciones en el planeta” fue la solicitud hecha por el Papa Argentino, Jorge Mario Bergoglio, tras el rezo del Ángelus dominical en el balcón de la plaza Romana, en conmemoración de los 25 años de la caída del muro de Berlín, acaecida el 9 de noviembre de 1989. Fueron 28 años que se mantuvo erigido el símbolo de la división ideológica mundial (comunismo y capitalismo) en la nación alemana, después de la segunda guerra mundial y su reparto territorial de la que fue objeto por parte de los países aliados como Francia, Inglaterra, los EE.UU. y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1949, dejando tras de sí muchos miedos tormentosos y muertes irreparables en su construcción, que dio como inicio el nacimiento de las dos Alemanias: la RDA y la RFA, hoy en día unificadas por la lucha y la perseverancia ciudadana.
En el mundo actual aún siguen en pie muchos muros como el de Cisjordania que divide a Israel del pueblo Palestino para el control y dominio de su ocupación. El de Sahara Occidental contra el pueblo de Saharaui para evitar su independencia. El de Irlanda del Norte que internamente separa a las comunidades católicas y protestantes de Belfast. El de la nación española contra las ciudades africanas de Ceuta y Melilla, para evitar la entrada de inmigrantes africanos. El de Arabia Saudita e Irak, para no dejar pasar la guerra civil en el cual se encuentran sumergidos los iraquíes. El de Kuwait - Irak, promovida su construcción por la ONU para evitar una nueva ocupación por parte de los antiguos Persas. El de Egipto contra la Franja de Gaza, apoyado por los EE.UU. para el control del contrabando. El de Bostwana - Zimbabwe construido en el 2003 como prevención en la propagación de la fiebre aftosa, que después de siete años de control de la enfermedad aún continúa en pie. El de la India y Pakistán continúa hoy su construcción para controlar el terrorismo islámico, en el país del gran pacifista Gandhi. El de Uzbekistán-Kirguistán, Afganistán y Tayikistán, levantado a raíz del atentado terrorista del año 1.999 por fundamentalistas Islámicos. El de los EE.UU.- México, para evitar el ingreso de los inmigrantes que buscan a toda costa la “pesadilla norteamericana”; es el muro que más muertes ha arrojado (más de 6.000 muertos) en su control y vigilancia. El de los Distritos Peruanos de la Molina y Ate para separar las comunidades pobres de las pudientes, otras costumbres e incluso orígenes. El de las Favelas en Río de Janeiro (Brasil) para evitar que sigan creciendo y ocupando más territorio.
“Donde hay muros construidos por las intolerancias del ser humano, hay corazones cerrados y desalmados, hacen falta puentes, no más muros” sentenció el papa Francisco, 'Pacho' Bergoglio, en su Homilía dominical el 9 de noviembre de 2014, pero que no tuvo mucha resonancia en nuestro territorio soledense, plegado de entusiastas seudocreyentes que llenan su entorno de bendiciones repletas de miel.
Porque aún continúan nuestros “muros imaginarios” de inequidad, de pobreza, de inseguridad, de caos urbano, de movilidad, de salud, de educación, de recreación, de deporte, de espacio público, de hábitat, de saneamiento básico, de violencia contra la mujer y el discapacitado, de olvido a la cultura, de la desaparición del campo, de la muerte lenta de nuestros cuerpos de agua, de la niñez desnutrida, de la prostitución en todas sus esferas, de la drogadicción, etc.
¡Despierten soledenses! ¡Despierten! ¡Despierten!
Gritó alguien en forma acalorada en lo más espeso y oscuro de la sombra. Hago la salvedad de antemano que no fue el santo padre, pero a ese mismo gritón de marras desdeñoso y fantasioso, se le ha olvidado golpear el gong o doblar las campanas durante mucho tiempo en su caverna de actuaciones ermitañas, para alentarnos a seguir luchando en la escabrosa ciudad que nos han heredado desafortunadamente.