No hay que preguntarse por qué, pero este 27 de junio de 2015, no sé si por intervención divina o humana, perdimos la oportunidad de en verdad ser El País del Sagrado Corazón… y, estuvimos tan cerca, pero tan cerca, que hubiéramos tenido santos, canonizados, peregrinajes a santuarios nunca vistos, estatuas del doble o el triple de alto del “Santísimo” y hubiéramos sido el destino número uno del turismo religioso del mundo, ¡de no haber sido por un simple y vulgar penalti!
Por hora y media, en el partido Colombia Vs. Argentina, sucedieron verdaderos milagros en la cancha: No se nos multiplicaron ni los panes ni los peces sino el portero, quien como cualquier Dios normal, tuvo el don de ubicuidad, estando en dos tres y cuatro partes al mismo tiempo ante los disparos de los goleadores argentinos. David Ospina, en plena portería, por noventa minutos hizo un curso acelerado de beatificación, milagros incluidos, haciendo que los goles argentinos se estrellaran contra los palos y se devolvieran en cámara lenta, paseándose por la raya de gol, como encantados con el toque mágico que en vez de sanar leprosos devolvía balones. Ni qué hablar de esa atrapada a Messi, cuando el mejor delantero del mundo con todo el arco para sí solo tenía que darle un suave toque al balón para que este inflara las redes de Ospina. Pero ahí estaba él, el futuro San David Ospina de Colombia, sacando de las redes el balón de Messi como Jesucristo sacara a los mercaderes del templo.
Sin embargo, lo que le hubiera ganado la canonización definitiva fue ese balón que avanzaba inexorablemente a la raya de gol, cuando uno de los 10 discípulos de Ospina, siguiendo la mirada de su divino maestro, logró desviar un balón que los argentinos llevaban media hora silbando para que si no entraba a las patadas, entrara por el viento de sus resuellos… pero tampoco.
Terminados los 90 minutos, estaba claro que Dios, el Espíritu Santo y las once mil vírgenes estaban con nosotros, prácticamente que ni necesitábamos al resto del equipo, cuando David Ospina estaba hecho de gato y de milagros, y pronto sería proclamado como San David I, Papa de Colombia por la gracia del fútbol.
Entonces llegaron los nefastos penaltis.
No sé si sería que el Sagrado Corazón apagó el televisor celestial (que seguramente es una pantalla infinita, de mil millones de píxeles de resolución por átomo cuadrado) o si en ese momento el Todopoderoso recibió una llamada urgente del más allá o del más acá, el caso es que la intervención divina se cayó como cualquier llamada de Claro y quedamos a la deriva de nuestras propias patadas. Los balones que antes, milagrosamente no entraban a la valla colombiana, ahora surcaban por el cuerpo de Ospina, crucificándolo una y otra vez contra esos fatídicos maderos y poniéndole la corona de espina de los goles.
Toda la magia se había ido después del pitazo final. San David Ospina no pudo ser canonizado en Villa del Mar. Colombia, perdió un santo, un milagro y lo que es peor, extraoficialmente dejó de ser El País del Sagrado Corazón, por lo menos hasta que el mismo Crucificado nos depare otro milagro, por ejemplo que Falcao vuelva a anotar un gol, que la selección Colombia de fútbol infantil sea campeona del mundo o que se acabe para siempre la violencia en Colombia, así sigamos perdiendo en fútbol.
Pero, no hay que lamentarse, los milagros casi suceden, los sueños casi se cumplen y nuestro País del Sagrado Corazón casi existe… si tan solo el fútbol y la vida tuvieran un tercer tiempo, entonces seguramente otro gallo casi cantaría…
Tal vez la moraleja sea que hay que conservar la fe y pensar que el mundo que soñamos se hará realidad un día, si creemos menos en milagros y más en nosotros mismos.