Pékerman, ayer aplaudido hoy vapuleado. Un hombre hecho en la adversidad

Pékerman, ayer aplaudido hoy vapuleado. Un hombre hecho en la adversidad

Hace un año Iván Mejía y Carlos Antonio Vélez decían que el seleccionador argentino se merecía lo que se ganaba. Por estos días dudan de sus condiciones y todo se lo critican

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junio 26, 2015
Pékerman, ayer aplaudido hoy vapuleado. Un hombre hecho en la adversidad

Esta semana Carlos Antonio Vélez, uno de los periodistas más influyentes de Colombia, se fue lanza en ristre contra el técnico de la selección Colombia. Dijo, entre otras cosas, que: “El fútbol no llegó con Pékerman. Acá ya se le había hecho el trabajo. Los jugadores que tiene hoy la Selección los formó Reinaldo Rueda y Eduardo Lara”. No contento con el demérito, también afirmó: “Don José tiene que ganar algo, es que no ha ganado nada”. En el otro dial, también Iván Mejía ha tratado de sacarle los puntos negros al trabajo del argentino: “A Pékerman le pagamos cuatro millones de dólares para que gane, para que haga su trabajo. Para que trabaje”.

A Vélez y Mejía se les olvida que bajo la conducción de Pékerman Colombia volvió a un mundial después de 16 años de no clasificar. Incluso, se le olvida a Mejía que hace un año en una columna decía: “Que Pékerman traiga los ayudantes que quiera, que no hable con la prensa (…) que haga lo que quiera si va seguir ganando así, que haga lo que le dé la gana”. En las buenas, los comentaristas más viejos de Colombia estaban con el argentino. Pero ahora que el equipo no anda por su mejor momento, le caen encima a un hombre que ha sido campeón dos veces en los olímpicos y que puso a jugar a los nuevos ídolos del país: James, Falcao, Cuadrado, Ospina, entre otros. Pero es que la vida de José Néstor no ha sido para nada fácil, y no se ha ganado el dinero sentado detrás de un micrófono.

Tenía 28 años cuando los ligamentos de su rodilla derecha se le rompieron. Había jugado poco más de cien partidos con el Deportivo Independiente de Medellín y ya se había ganado a la exigente afición del poderoso de la montaña. Pero la rodilla le dijo no más y allí estaba, impotente y pálido, pensando en que tendría que volver, que a pesar de que la dirigencia antioqueña le había demostrado todo el respaldo necesario para que continuara el contrato mientras efectuaba su recuperación, él renunciaba al club porque tenía la certeza de que ya nunca más sería el rendidor volante de marca que había sido.

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Regresó a Buenos Aires con la frustración de saber que ya no volvería a jugar un partido de alta competencia y con Vanessa, la hija que había nacido en su periplo colombiano. Era 1978 y la dictadura de Videla había hecho del Mundial en la que la Argentina sería anfitriona, una cortina de humo para ocultar las vejaciones que los militares desplegaban a lo largo y ancho del país.

Las oportunidades laborales que podía tener un ex futbolista en la Argentina de la dictadura de Videla eran escasas, así que literalmente pintó su auto y lo disfrazó de taxi. Así mantuvo a su familia durante dos años, mirando con angustia, rabia e impotencia cada vez que por accidente sus ojos se encontraban con uno de los tantos potreros que había en esa época en la ciudad fundada por Pedro de Mendoza.

No era la primera vez que la desgracia se cernía contra Pékerman. Siendo apenas un niño tuvo que ver como su familia salía por problemas económicos de Domínguez, un pequeño poblado en la Provincia de Entrerrios habitado en su mayoría por inmigrantes judíos que habían huido del antisemitismo que se destilaba en la Rusia de Stalin. Dejó amigos y un amor que apenas germinaba. Dejó las calles en donde jugaba y su querida escuela. Sin salir de la provincia su familia se ubicó en el puerto de Ubicuy, al pie del caudaloso río Paraná, en donde su padre, Óscar, puso un bar en donde los turistas irían a calmar su sed. Pero el negocio nunca resultó y los Pékerman tuvieron que volver a empacar.

José era un niño laborioso que aunque estudiaba y le encantaba jugar al fútbol, ayudaba a su familia en vacaciones vendiendo, junto con su hermano, helados en las polvorientas y ardientes calles del despoblado puerto. No había cumplido 15 años cuando el estruendoso fracaso del bar, obligó a su familia a marcharse de nuevo. Esta vez buscarían el éxito en Buenos Aires. Para lograrlo su papá puso una pizzería en donde José hacía los domicilios. En las escasas tardes en que quedaba libre el jovencito le daba a la pelota. Jugaba tan bien que un día, mientras disputaba un partido en la cancha de Martín Colorado, su barrio, contra la novena división de Argentinos Juniors, el técnico del club se fijó en el férreo volante y le ofreció ingresar a la institución. En una primera instancia el muchacho dijo que no, alegando que su padre lo necesitaba para hacer los mandados de la pizzería, pero Óscar, entendiendo que el futuro de su hijo no sería el de ser un domiciliario, le apoyó su decisión de empezar una carrera en el fútbol.

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Él sabía que lo de manejar un taxi sería apenas un episodio que después contaría con una sonrisa cruzándole en la cara. Los vínculos que lo unían con Argentinos Juniors, el club que lo descubrió como jugador, eran estrechos. Le ofrecieron en 1982 hacerse cargo de las divisiones inferiores del bicho. Su labor fue tan buena que tres años después, en 1985, el humilde club ganaba la copa libertadores con una plantilla cargada de juveniles que, como Fernando Carlos Redondo y Claudio Borgui, había salido de la labor de Pékerman.

Su talento para descubrir a jóvenes estrellas se confirmó cuando, en el 2003, recién salido de su labor como adiestrados de selecciones juveniles de Argentina, descubrió en España a un rosarino de 15 años que estaba a punto de aceptar el ofrecimiento de España de conformar la sub-20. Inmediatamente lo vio llamó a Hugo Tocalli, su amigo y sucesor en la juvenil para decirle que llamara de urgencia al crack. A pesar de que los plazos para hacer la convocatoria se habían cumplido, organizaron un amistoso en Rosario contra Paraguay. El partido iba dos goles por cero cuando Tocalli decide ingresar al menudito jugador. Esa tarde, Lionel Messi, poniéndose por primera vez la camiseta albiceleste, convertiría seis goles. José siempre tiene la razón.

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Allí, en el banco de suplentes, un lugar en donde no le gustaba estar mientras era jugador, Pékerman consiguió tres copas del mundo Sub 20 y está a punto de romper el record como el técnico con más partidos invictos en la historia de los mundiales. José Néstor a sus 64 años, puede decir, con toda seguridad, que ninguna de las desgracias que ha sufrido lo han logrado vencer, que gracias a su mentalidad y a su trabajo honesto e incansable, ha podido convertir sus reveses en victoria.

En un hombre de esta templanza y voluntad, está depositada la confianza de un pueblo que aspira ver a su selección, por primera vez, entre los ocho mejores equipos del mundo.

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