La vida imita al porno
Opinión

La vida imita al porno

"Después de la gente que pasea a su perro con una bolsa en la mano, el porno es mi tema político preferido"

Por:
junio 26, 2015
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Después de la gente que pasea a su perro con una bolsa en la mano, el porno es mi tema político preferido. Me gusta el porno, he consumido cantidades astronómicas de porno durante mi vida. Desde cuando iba con mis amigos del colegio al desaparecido Cine Unión, a los rotativos de las dos, y entre viejos acosadores, prostitutas desfiguradas por la noche, suicidas solitarios, y seres anónimos, descubrí que la vida era eso, una sala oscura donde todos escondíamos nuestras vergüenzas y nuestras pasiones y nos dedicábamos a ser los actores de esa comedia que pasaba frente a nosotros. Sin embargo, hoy la cosa es más fácil, la tecnología nos dio la entrada gratuita a un mundo donde es posible verlo todo, donde las relaciones humanas se filtran y se colorean a nuestro antojo. Enciendes tu PC, das uno o dos clics y allí está, ese universo plagado de cuerpos y posturas inverosímiles que se nos mete por los ojos. Esa droga que es la vida misma con sus limitaciones y sus contorsiones, que decora nuestras mañanas con trozos de papel higiénico regados por el suelo.

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Hace poco me encontré con un libro muy corto titulado “Una desgracia masculina: Notas sobre la pornografía y la adicción”, y lo que más llamó mi atención, aparte del evidente sexismo del título, fue el hecho de que, en esencia, la pornografía es como la vida. Como en el porno la vida tiene sus trucos de cámara, maquillaje, Viagra, luces, efectos, retoques en posproducción; vivir es casi una mentira. En su libro, David Mura —que así se llama el autor—asegura que “En la esencia de la pornografía está la imagen de la carne usada como droga, como forma de entumecer el dolor psíquico. Pero esta droga solamente dura mientras el hombre contempla la imagen”. Cosa que para ninguno de los que hemos pasado horas frente a una pantalla viendo a Jenna Jameson o Sasha Grey, —la célebre estrella porno quien además es música, escritora, modelo y todo un ramillete de virtudes— es una sorpresa. Y no es una sorpresa porque así es la vida. Un culto a la forma.

El porno ha rediseñado las dimensiones de los cuerpos, los ha convertido en un producto, en un artificio.  Penes de veintiún centímetros y pechos muy grandes. Tienes o no tienes y desde allí te miran. “Los adictos a la pornografía desean ser cegados, vivir en un sueño. Aquellos que son esclavos de la pornografía intentan eliminar el mundo de fuera de la pornografía, y eso incluye todo lo que va desde su familia o amigos o el sermón del domingo pasado hasta la situación política de Oriente Medio. Y al emprender semejante eliminación, el espectador se reduce a sí mismo. Se vuelve estúpido.” Y si uno mira a su lado cuando va en el bus o cuando hace una de las tantas filas que nos regala esta ciudad cada mañana, descubre que los demás son adictos a la vida, a ser felices  o al menos a aparentan serlo, que la imagen de aquel jardinero musculoso, en braga de jean y sin calzoncillos camina junto a nosotros o que aquella higienista dental, que esconde sus atributos detrás de unas gafas de marco grueso y un diminuto traje blanco, se sienta a tu lado en la sala de espera de la EPS.  El porno es irreal, sin embargo, su consumo continuo ha logrado desaparecer esa noción, el porno, como máquina, ha posicionado nociones de falsedad como reales. El porno ha politizado los cuerpos, los ha convertido en un territorio utópico, hace que los cuerpos sean deseados, deseables y reales.

La vida imita al porno. Esto puede sonar un poco delirante, lo sé,  y aunque no sé cómo explicarlo, creo que se trata del deseo. Basta con observar los ojos de la gente en su décima hora de mirar vitrinas o los niños frente al televisor mientras ven Baby TV. Cuando en 1972 Gerard Damianco, financiado por la mafia californiana, estrenó Garganta Profunda, una de las películas más vistas en toda la historia del cine, pudo visualizar políticamente la forma en que se entenderían los actos sexuales modernos. La polémica que desató la película generó que la gente le prestara mayor atención, desde entonces la pornografía se ha convertido en uno de los productos más consumidos a nivel mundial y en un referente de la cultura moderna imposible de ocultar. El porno es una máquina discursiva, un instrumento pedagógico, una forma de control y liberación de la sexualidad. La forma en que la vida metaforiza su insatisfacción. Mis amigas feministas podrán esgrimir argumentos convincentes acerca de los efectos negativos del porno en la identidad de las mujeres; pero está claro, que la sobresexualización de la vida nos afecta a todos por igual. Quien haya vivido la intimidad afectiva que crean todos los hombres y mujeres en los urinarios de todo el mundo, sabrá lo que digo. Quien haya visto The Girl from the Naked Eye, sabrá que es cierto. El porno es humor en estado puro, academia en su expresión más profunda. Es por eso que me gusta ver porno en las mañanas, antes de salir a trabajar, cuando me doy cuenta de mis ojeras ante el espejo, cuando enciendo el televisor y veo las noticias y la realidad me invita a entrar a su cama mientras me mira con deseo, mientras agita una fusta tenebrosa; cuando abro X videos y me doy cuenta que no tengo tiempo,  que no tengo vida, que tampoco tengo amigas feministas.

 

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