La extrema derecha uribista no argumenta, insulta. No conceptúa, calumnia. No razona, agrede. Actúa ciega por el odio. Enmascara sus ansias de tierra arrasada con supuestos rechazos a la impunidad, ella que es la madre de todas las impunidades. Y de las fugas.
A esta fracción de la clase dirigente colombiana la caracteriza la doble moral: hasta hace poco propalaba a los cuatro vientos que la tregua unilateral era una farsa... Ahora, luego de que fuera levantada a raíz de los bombardeos de Santos que dejaron 42 insurgentes muertos en Nariño, Antioquia y Chocó, reclama porque se ha recrudecido la confrontación en todo el país. El doble discurso de los enemigos más recalcitrantes del diálogo en La Habana.
La otra ala del establecimiento, la derecha agrupada en torno del santismo, también se rasga las vestiduras y actúa con doble faz cuando se niega al cese el fuego bilateral, pero se queja del enorme escalamiento del conflicto; cuando insiste en recorrer el camino de “negociar en medio de la confrontación”, pero reclama a diario por los graves resultados de la guerra que promueve, sobre todo cuando empiezan a ser derribadas sus armas aéreas.
Se trata de dos vertientes de un mismo sistema, partidario de la violencia para la resolución de los conflictos políticos y sociales en Colombia, que no renuncia a la derrota militar de su adversario, aunque esté en la mesa hablando con él.
En el fondo de todo, ahí radica en buena medida la crisis del proceso de diálogo actual: en el doble discurso de la clase dirigente colombiana, constituida por una fracción abiertamente guerrerista y por otra, solapadamente militarista. Problema de tácticas, con identidad estratégica: ninguna de las dos quiere ceder ni un ápice en sus privilegios monumentales.
La burguesía colombiana busca, más que la paz, la rendición del adversario al más bajo costo: sin reformas estructurales, sin Constituyente que las propicie, sin cambiar el régimen de desigualdades y exclusiones.
La historia de las guerras y las violencias en Colombia está a la espera de que sus lecciones sean aprendidas alguna vez por las élites, pues la sociedad no puede quedar expuesta a otros cincuenta años de dobles discursos.