En el pasado mundial un periodista alemán fue al Jardim Gloria, el barrio de Sao Paulo en donde pasó su niñez el astro brasilero. No había recorrido una de las amplias y silenciosas cuadras cuando una banda de asaltantes se le apareció súbitamente y, cuchillo en mano, lo despojaron de todas sus pertenencias hasta dejarlo en calzoncillos.
Allí, en una casa de portón blanco, Neymar Da Silva, un recio defensor central sin mayor recorrido en el fútbol, trataba de sacar adelante a sus dos hijos, en especial al menor de ellos, el que sería, con el tiempo, comparado con Pelé. El pequeño tenía cuatro meses de nacido cuando Da Silva los llevó en su destartalado auto a dar un paseo por Sao Paulo. Un auto los embistió de frente, el carro dio dos vueltas. Neymar tuvo la conciencia necesaria para comprobar que su esposa estaba bien pero el niño tenía un corte en la frente y la mano doblada. Lo llevaron al hospital y allí, ante la imagen de Nuestra Señora Aparecida, el hombre le pidió que le arrancara el alma a él y no a su pequeño Juninho como la llamaba.
Y la virgen lo escuchó. Juninho no sólo se salvó sino que creció alejado de los criminales que pululaban en Jardim Gloria. El niño se aferró a la pelota como si fuera un salvavidas, burló a la pobreza driblando rivales en las polvorientas canchas de Mogi das Cruzes. Su padre supo que tenía un talento especial y por eso decidió dejarlo todo para transformarse en el manager de su hijo. La decisión causó estupor en su madre ya que creía que era una locura, en un país en donde hay más de doscientos mil futbolistas acreditados, apostarle todo al futuro de su hijo en el balompié. Y sin embargo Da Silva tenía razón, Juninho era un monstruo que fue prácticamente fichado a los 11 años por el Santos, el mismo club que mitificó Pelé. En el año 2006, después de cansarse de hacer goles en las divisiones menores, recibe un llamado del Real Madrid. El niño de 14 años viaja con su padre a España y sueña con vestirse de merengue. Pasan dos meses encerrados en un hotel justo cuando el invierno europeo comenzaba a arreciar. A Neymar junior, como a tantos otros brasileros, empezó a atacarle la saudade, la nostalgia de las playas, el color de su gente, el aroma de su país. En Madrid la gente paseaba ensimismada, distante, sin importarle el otro. Se aburrió y vuelve a San Paulo, en donde debutaría tres años después con el primer equipo del Santos.
Le bastaron un par de partidos para convertirse en leyenda. En el suramericano sub 20 del 2011 fue el máximo goleador. No tenía dieciocho años y su pase alcanzaba números estratosféricos. Más que un futbolista Neymar Junior es un ícono del Brasil. Los niños se peinan como él mientras las mujeres de cualquier edad sueñan con su estampa. En las entrevistas es palpable que ese desparpajo que exhibe dentro y fuera de las canchas, en donde con portadas como esta, aparecida en la popular revista deportiva Placard escandalizó a la muy creyente sociedad brasilera, son sólo la máscara con la que oculta su timidez.
A Neymar le gustan las fiestas y en ellas suele tocar David Guetta o Michel Teló y concurren personalidades como Paris Hilton. Sin embargo, al entrar en su círculo íntimo, los periodistas suelen descubrir a un niño frío y desconcentrado que afirma, después de haber conocido artistas, políticos y reinas de belleza, que la persona más importante con la que ha charlado es con David Beckham.
Su padre no solo le inculcó la pasión por el fútbol sino por los negocios. Detrás de su imagen hay un grupo de 38 personas que calculan hasta el más mínimo detalle. Los ingresos que recibe por publicidad rozan los cincuenta millones de dólares. Un avión privado, para un magnate como él, puede solucionar problemas tan profundos como los que conlleva ir al cumpleaños de su hermana Rafaella en Sao Paulo en un día y regresar a otro, para disgusto de Bartomeu y de Luis Enrique. Igual tienen que comerse la rabia, Neymar Jr es un producto que cualquier equipo en el mundo quisiera tener, no sólo por los goles que convierte, sino por el dinero que genera.
Aunque dice que su comida preferida sigue siendo el arroz con bistec bañado en Coca-Cola, Neymar Junior cree que las mejores ciudades del mundo son Las Vegas, Mónaco y Dubai. El dinero, está claro, le obsesiona.
Como Rivaldo, Ronaldo, Ronaldinho y Romario, el ariete se ha sentido cómodo en Barcelona. Eso sí, espera que la noche catalana no termine traicionándolo como lo hizo con sus paisanos. A pesar de que ya le permite usar aretes, tatuajes y el peinado que se le dé la gana, privilegios que sólo obtuvo al cumplir 18 años, su padre sigue controlando hasta el más mínimo detalle de su vida y ya sabe que cuatro temporadas seguidas en Barcelona, para un brasileño, significan graduarse de rumbero inveterado.
Ahora en la Copa América es la máxima esperanza de su país para resarcirse de la humillación vivida en el mundial pasado. En el partido contra Colombia, en donde fue expulsado por darle un cabezazo a Jeison Murillo, demostró que es lo único diferente que tiene la fría y robotizada selección que ha armado para el torneo el técnico Dunga. Ahora, que se ha confirmado la sanción de cuatro fechas, Brasil no será más que un pesado acorazado a la deriva en lo que quede de copa.
