La afirmación rotunda ‘jugando con fuego’ es posible; lo que sucede, señoras y señores, es que lo que se analiza en Bogotá, desde los salones y puntos de opinión, ofrece un escenario de situación que se maximiza cuando se desconoce cuál ha sido la postura de inicio; volvamos a la historia de las conflagraciones o conflictos internos o internacionales de momentos recientes —no de los antiguos— que se deben transitar, como afirman los expertos, de la mano de los documentos multilaterales, específicamente, por el camino del Derecho Internacional Humanitario: (i) posee un conjunto de mínimos de protección y tutela, en concreto, para reducir al máximo —por lo menos— el impacto contra la población civil; (ii) el concepto de “parte”, que no es la parte en los documentos —los Estados—, sino las partes en el conflicto, sin que por ello, la subversión sea tenida como Estado —beligerancia—, ni las Fuerzas Militares del Estado se equiparen a las que no poseen la legalidad; (iii) los llamados acuerdos especiales u operativos, para que, en caso de desestructurarse la fuerza, es decir, una fuerza incontenible y que no respete el DIH, se busque volver por los umbrales de protección, pues el punto de encuentro final es evitar ser aún más cruento o, producir sinnúmero de víctimas.
Dentro de ese marco, se ha de observar que lo que se conoce, se ha avanzado frente a las minas antipersonales o denominado desminado humanitario, lo establecido como fórmula de Comisión de la Verdad son, sin duda, una aproximación al acuerdo o encuentro final; un pesar que se hubiera desaprovechado el cese unilateral ofrecido, entregado por las Farc-EP, que según observatorios de violencia, mostró un benéfico desescalamiento en el impacto de fuerza. Esos tres puntos, que pudieran ser de no retorno, para no considerar otros, se encuentran trabados, al parecer, por las novedades del reinicio de los bombardeos y la ruptura del cese unilateral. Reestructurarlos es necesario, pero en el fondo, más que tropiezos para La Habana, son puntos de decisión política que afectan la fuerza y, no lo contrario.
Y, miren ustedes: todo lo que sucede es coherente con la propuesta de llevar las conversaciones o el diálogo en medio del conflicto, pues allí sí la utilización de la fuerza y los ataques siguen, se supone que deben seguir, pues ni la fuerza pública puede parar los operativos, ni la subversión está en la necesidad de suspender los ataques, salvo al momento del cese unilateral; pero además, si lo aceptado o posiblemente pactado, no se hace en condición de no retorno, pues ‘nada está pactado hasta que todo esté pactado’, los avances no se observarán con facilidad: la fuerza sí está comandando los hechos; es imparable.
Insistimos: la fuerza y el diálogo son dos momentos en el proceso, como péndulo en movimiento que se acercará más al pacto total o a la destrucción del proceso, de acuerdo, no con la percepción de los hechos, sino de los hechos mismos y, por supuesto, el compromiso que sobre los acuerdos especiales u operativos se logre.
A todo lo anterior se ha de agregar una circunstancia que siempre se trata de esconder como vergonzante y que lleva a pensar que lo que pasó en las experiencias pasadas no sirve. Error garrafal. Desde Guillermo Valencia, pasando por Betancur, Barco y Pastrana, cada franja posee un especial tono, aprovechable, por una sencilla razón: el proceso es uno solo, con tonos de fuerza y de diálogo.
Se preguntará el espectador: ¿qué pasará cuando se hable de fondo sobre la Justicia y el cese definitivo de hostilidades?
A diferencia de los conflictos antiguos, en donde la regla la ponía el vencedor y, no existían los acuerdos multilaterales, la paz llegaba al final de la guerra —qué paradoja…—: al día siguiente, el posconflicto. En la hora actual del mundo, el estado de cosas no es el mismo: honrar los convenios, los mínimos de protección a la población civil y, la tutela a la víctima son exigibles.
Así las cosas: ¿entre más cerca, más lejos? ¿O, entre más lejos, más cerca? Una visión que solo resuelve la historia: cabalgar y decidir al lomo del conflicto es proclive a la doble visión.