Las apariencias sí engañan
Opinión

Las apariencias sí engañan

Por:
junio 14, 2015
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Tres historias. La escena sucede en una calle de París, adoquinada, con el Sena en el fondo, primavera o invierno poco importa, realmente no recuerdo cual, quienes lo filmaron nos lo podrán decir. Si, la escena es montada, no es real. El individuo, un hombre treintañero, ropa sucia, gris como su alma, barba de días, zapatos rotos, cae repentinamente en la acera y queda como inconsciente luego de algunos movimientos incontrolados. Los otros transeúntes lo miran de reojo, alguno que otro de frente, hacen caras incómodas por lo que está sucediendo, aceleran el paso o cambian de rumbo y se van. Lejos, tan lejos y rápido como puedan. Pasan los minutos y nadie se agacha, nadie lo toca, nadie ayuda, nadie saca el celular y pide ambulancia, nadie. Segunda escena, mismo sitio, mismo lugar unos minutos más tarde. El individuo, un hombre treintañero, ropa elegante, corte impecable —de su barba—, zapatos de marca, relucientes, cae repentinamente en la acera y queda como inconsciente luego de algunos movimientos incontrolados. Los transeúntes que están al lado de inmediato se acercan, auxilian, le colocan un saco bajo su cabeza, llaman ambulancia, se apresuran a estar con él. El actor se levanta, así como se levantó sucio y raido. El mismo actor hizo las dos escenas filmadas con cámara oculta. Nadie supo que era un ensayo sobre la bondad de las personas. Las apariencias engañaron, pero eso no es lo grave, fue el comportamiento ante las apariencias, tan diametralmente opuesto con un ser humano real en los dos casos. Vi ese video en las redes hace un tiempo. Qué impacto.

Segunda historia. Esta la oí, no la vi, fue un relato. Sucede en el metro de Londres. El hombre arriba a un pasillo del metro, saca el violín de su estuche que deja en el suelo, abierto por casualidad. Toma un tiempo, se acomoda, respira, se concentra y luego comienza a interpretar obras de Bach, Beethoven, Mozart. Los transeúntes pasan raudos, algunos miran por un instante, uno que otro se demora un minuto, para retomar luego la prisa de su vida. Unos pocos lanzan monedas al estuche abierto. Nadie se detiene largo rato, nadie le entabla conversación, nadie le pregunta por su vida. Nadie se da cuenta del Stradivarius, nadie. No hubo el disfrute de uno de los concertistas más famosos del mundo, con el mejor instrumento de todas las épocas. No, no se disfrutó ya que las apariencias engañan y nos dejamos llevar por los prejuicios. —el vago, el limosnero, el que apenas sabe tocar— no se reconoció la técnica impecable ni el alma puesta en la interpretación. Fue real, historia verdadera, otro experimento social, ¿con resultados …? Qué impacto.

Tercera, me sucedió a mí. La viví en carne propia. Mesa de restaurante en la terraza de un hotel, cerca al río Cali. Estamos sentados esperando unas compañeras. De repente la mesera rauda se acerca a alguien que va entrando y le dice que por favor se aleje, que no es sitio para limosna. Era nuestra compañera. Baja ella de estatura, que habitualmente vestía con modestia, ropas oscuras, de postura inclinada, pelo greñudo pero limpio. Profesional reconocido. Qué impacto.

No, no quiero concluir con moraleja, con juicio, con demanda. Cada quien sacará su conclusión y lo asimilará a hechos de su vida personal.

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