Vuelvo al Chocó por segunda vez en menos de un mes y de nuevo me toca repasar el largo y triste camino de la minería ilegal. Una actividad que contamina los ríos y destroza la selva, ese ecosistema tan rico en diversidad pero tan frágil frente a las actividades humanas de extracción.
La minería ilegal no se da en medio de la profunda selva, donde sería muy difícil atacarla. Se da siguiendo las curvas de los ríos y en especial de ese maravilloso río Atrato, que ahora parece una anaconda herida que se retuerce de dolor por los mordiscos de las dragas y el envenenamiento del mercurio. Las dragas están allí a la vista de todo el mundo. Sus huellas malditas, fácilmente detectables desde un simple avión comercial, son vox populi en todas las esquinas de los poblados chocoanos.
Se sabe también que detrás de este suculento negocio están todas las organizaciones armadas al margen de la ley que siguen fortaleciendo sus finanzas a costa del medio ambiente, mientras dejan a su paso violencia, pobreza y mujeres casi niñas utilizadas para satisfacer la lujuria de una horda de hombres que llegan a saquear todo lo que encuentran.
En otras regiones los daños también son ambientales, como en el Putumayo, donde la insensatez del conflicto se refugia en la extorsión y los atentados contra el oleoducto, con el consecuente derrame de crudo y los daños gravísimos a las fuentes de agua y los ecosistemas.
Devastar selva, contaminar ríos con mercurio o con petróleo y derrumbar torres de energía, tres actividades distintas igualmente insensatas en esta guerra que de tan larga nos ha ido acostumbrando a hechos y situaciones atroces, especialmente en regiones como el Chocó, el Putumayo, Tumaco o Buenaventura.
Los habitantes ya ni se quejan, sobreviven y se adaptan a las reglas de la ilegalidad. ¿Que estamos sin luz? Bueno será porque derrumbaron una torre, ¿que no se puede tomar agua?… ¡ah debe ser que sabe a petróleo! ¿Que no podemos ir a la escuela? Habrá que esperar que llegue el desminado.
Mientras tanto en La Habana las cosas van lentas, con anuncios leves como para recordarnos que ahí siguen sentados, apoltronados, desafiando la paciencia de un país que no conoce la paz pero que se ilusiona con la idea de que tal vez pueda ser mejor que lo que hoy tenemos.
Las Farc, siempre lo han dicho quienes las conocen, tiene otros tiempos y otras urgencias. Lo de la suspensión del glifosato les gustó y eso está bien, a mí también me gustó. Las fumigaciones eran otro daño ambiental que no remediaba nada. No lograba acabar con la coca, costaba un montón de plata y era un peligro para la salud y los cultivos lícitos. Sin embargo, todo parece indicar que las motivaciones de ellos son diferentes a las mías porque si les preocuparan tanto los daños al planeta, dejarían de provocarlos con sus acciones insensatas.
Lo que le gusta a las Farc de la suspensión de las fumigaciones parece estar relacionado más bien con proteger el negocio de la droga que con proteger la naturaleza. A no ser que la naturaleza que estén protegiendo sea la de sus comandantes, como ha quedado claro con el tema de la doble nacionalidad.
Ahora que son nicaragüenses o venezolanos, los Timochenkos estarán blindados y eso sí les gusta. Si el proceso fracasa tendrán más de un pasaporte para viajar a sus nuevas mejores patrias. Los demás, en cambio, tendremos que seguir aquí en medio del basurero contaminado que están dejando esos que dicen soñar con un mejor país.
Un testimonio gráfico desolador
En mi recorrido desde Quibdó a Istmina, encuentro este panorama desolador, confirmación de cuanto he afirmado. Hay dragas todo el camino, ríos contaminados, selva devastada. Dan ganas de llorar. Al llegar a Istmina, el segundo municipio del Chocó, el panorama es peor. Aquí se junta un río enorme que le dicen la Quebrada de San Francisco, con el inmenso Río San Juan. El primero desemboca con una carga de contaminación absurda. Sus aguas parecen cemento disuelto, grises y sucias y llegan al San Juan para que las transporte por todo el sur del Chocó hasta el Pacífico.
Istmina debió haber sido alguna vez un poblado privilegiado. Ahora es un basurero rodeado de minería ilegal y pobreza.
Estas fotos que tomé son una pequeña muestra de lo que vi.
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