PRIMER TIEMPO
Escribo esto mientras la vida me marca dos golazos. Uno olímpico. Otro como el que Aristizábal le anotó alguna vez a Chile. Era 1993 y yo tenía los dientes hechos un desastre. Mis jugadores favoritos de todos los tiempos son Oliver Atom y el Palomo Uzuriaga. No hay más. Me gustan los futbolistas feos y los equipos pobres. Soy hincha del A. B. y del Rayo Vallecano. No le voy al Necaxa. Decir que la vida imita al fútbol es un lugar común. Es fácil. Decir que el fútbol es el opio del pueblo es delicioso. Decir que la mejor posesión que puede tener un hombre en la vida es un autogol es poderoso. Escribo esto mientras las noticias hablan del peinado de James, de los talones de Armero, de los estudiantes que protestan en las calles de Chile mientras Messi oficia como maestro de ceremonias de una Copa que no tiene dueño. Escribo esto pensando en los dos partidos que he ganado y en los dos millones que he perdido. Davivienda acaba de lanzar una aplicación para aplaudir a la Selección y de paso abuchear al contrario. La vida es como el fútbol o como el voleibol playa pero con más ropa. Hay que pasar por encima del otro. Hay que demostrarle a todos que somos el país más unido del mundo así este país apeste. Así nuestra alegría dure lo que dura un partido en La Marte. Sé que no puedo explicar nada sin que parezca que estoy pidiendo ayuda. La vida también tiene sus árbitros pero a mí no me quieren. Soy el Pimentel del amor. Una cosa enferma que se sienta frente al televisor, sintoniza el Gol Caracol y aplaude como una foca herida. El fútbol no me quiere, el amor tampoco. El fútbol y el amor son la misma cosa. Nunca nadie pudo definir ese maldito deporte que tanto queremos como Camus cuando dijo que todo lo que sabía con certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debía al fútbol. Camus era un tipo rudo. El fútbol es como el amor, diría alguna vez mi viejo que es hincha del Cali y que está feliz por la novena estrella. El fútbol es una constelación de bienpeinados, digo cuando me miro al espejo y no veo a Cristiano en calzoncillos. Y me siento solo.
Lo malo de alguien que se ha sentido solo alguna vez es que ya ha aprendido a hacer sentir solos a los demás. Y así hasta el infinito. Pero cuando uno se reúne en las graderías con cientos de desocupados como uno cantando al unísono himnos a la derrota, todo cambia. Uno se siente vivo. Perder en grupo es más fácil. Escribo esto mientras Néstor Asencio repite la eliminación de la Sub- 20 en Nueva Zelanda. En Nueva Zelanda está mi hermano y lo extraño. A los reporteros del noticiero les da lo mismo servirte un café, cortarte el pelo, darte una noticia, o leerte las manos. El fútbol imita a la vida. La vida imita al fútbol. Una cosa es que la vida te sonría y otra que se ría de ti. Me gustaba Eduardo Galeano antes de que muriera. Era un tipo duro. El fútbol a sol y sombra es quizá uno de los mejores libros sobre fútbol de todos los tiempos. Galeano sabía lo que hacía. Las venas abiertas de América Latina es el libro favorito de mi viejo, pero nada se puede esperar de un bumangués que adora al Cali. En cambio, cuando Galeano escribe sobre goles y fracturas, la cosa cambia. El fútbol a sol y sombra es la máxima expresión de la palabra hecha goles. “La historia del fútbol es un viaje triste del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí”. Alguna vez le pedí a Dios que me regalara un balón, aun sabiendo que Dios no funciona así. Entonces robé un balón y le pedí perdón a Dios. Amar a once sujetos que corren detrás de una pelota es un acto de fe. “Por suerte aparece todavía en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival”. Como cuando el Tino le marcó tres al Barcelona. Cosas que pasan en los estadios. Que pasan en la vida. El fútbol a sol y sombra es un libro que acaba de cumplir cinco años, pero que recoge la experiencia de un escritor criado en la cancha. Un libro que habla del amor, un resumen acerca de toda la historia de las patadas, de la vida. Un libro sobre el jugador; el arquero, los ídolos de infancia, un libro sobre el hincha, un loco de manicomio, un libro sobre el gol, el árbitro, ese tirano que ejerce su dictadura sin oposición, un libro sobre el director técnico, el estadio, la gramilla y la pelota, ese universo que se sabe de memoria el viejo truco de no engañar a nadie.
SEGUNDO TIEMPO
A mí las patadas aún me duelen. Me gusta el fútbol y me gusta leer. No puedo más. Suena pretencioso pero es lo que tengo. Me gusta perder el tiempo. Hay que ver la de cosas bonitas que tiene que haber en el mundo para tener que enamorarse. Me gusta el amor porque es como el A. B., una sola pérdida y no importa. No se me ocurre una forma más bella de hacer las cosas que porque había que intentarlo. Que por amor. La mayor locura que puedes cometer por amor es acordarte de quien eras antes de que todo eso empezara. Y adorar el fútbol es tener que perder. Recordar que naciste perdiendo, recordar que perteneces a algo como si importara, que al ponerte la camiseta representas a tu patria; tal y como dice Galeano: “El fútbol y la patria están siempre atados; y con frecuencia los políticos y los dictadores especulan con esos vínculos de identidad”. Musolini y sus jugadores empezaban y terminaban cada partido vivando a Italia y saludando al público con la mano extendida. No me gustan esos hinchas que siempre ganan. Que se ufanan de sus jugadores caros y sus camisetas costosas. Cosas que pasan. Como en la vida. Para la derecha el fútbol siempre ha sido una cuestión de estado, afirma Galeano con algo de nostalgia. Con algo de resistencia, porque amar un deporte donde un montón de sujetos se patean las bolas por amor a una camiseta también es grande. Es digno. Como los jugadores del Dinamo de Kiev que le ganaron un partido a los nazis y los fusilaron. Como aquel 14 de diciembre del 97 cuando el Fantasma Ballesteros le anotó aquel gol agónico al Deportes Quindío. Corría el minuto 46 del segundo tiempo. Estábamos eliminados. Y al final el 1-1 nos puso en la final que perdimos contra el América. Como los goles del Pirata Ferrer narrados por Juan Manuel González que yo escuchaba siendo un niño acostado en el pecho de mi padre mientras él me hablaba de Willington Ortíz y de las viejas glorias del fútbol colombiano. Fue mi viejo quien me enseñó a amar la derrota y fue Galeano quien me dijo que “"No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie". Y así es la vida, una soledad demasiado ruidosa, una banca, un par de amigos, unas cervezas y el grito de un hombre triste por la ausencia. De goles, de vida, de amor, de patadas en la cara. De todo eso que constituye la verdadera humanidad. Gracias Galeano por tu libro, gracias Dios por la pelota.
Gracias Oliver Atom por no dejarme solo.