El fútbol es un deporte que se mantiene humilde, le teme a la tecnología y se juega casi igual que hace unos 20 años (la innovación es el spray en la cancha). Sus más grandes expresiones de unidad y categoría cuestan miles de millones de dólares.
Porque un mundial de fútbol o una Copa América les cuesta a sus países organizadores cifras ridículas de dinero. ¿Que ha pasado? 1.100 millones de dólares en estadios en Brasil… ¿es esto lógico? Creo que no.
El nuevo presidente de la FIFA debe darle la vuelta al concepto del fútbol en el mundo y la tecnología debe ayudar a evitar las “interpretaciones” de los árbitros, a hacer un juego de profesionales, a castigar a los futbolistas que confunden una grama con un teatro; las acciones agresivas y despectivas en la cancha deben ser castigadas de verdad.
Las inversiones no deben ser en estadios que se convierten en monumentos vacíos para la corrupción y la ineptitud que poco o nada aportan al deporte de las regiones.
El fútbol de hoy no es más que la incitación a la violencia (jugadores agresivos), la mentira (decisiones al azar), la ineficiencia (no hay institución que controle o corrija) y una pobreza mental que consume la masa.
Las comparaciones son odiosas pero hay que hacerlas: ¿cuándo han visto en un partido de Rugby insultos entre los jugadores? En un partido de la NBA si hay una conducta inapropiada, y con intención de agredir (falta flagrante 1 y 2), el jugador es expulsado multado con miles de dólares. Y las sanciones pueden ser tomadas incluso en las repeticiones.
Entonces, ¿dónde está el jogo bonito? La calidad moral de los cuerpos técnicos, dirigentes y jugadores es pobre, y se convirtió el fútbol que tanto amo en un nido de ratas rodeados de hinchas armados y peligrosos.
Me gustaría volver a ver niños en un estadio, que el fútbol inspire valores, ejemplos de vida y de honestidad. El fútbol de hoy da tristeza gracias a Blatter y sus seguidores que ojalá paguen.