Otros 8 y 9 de junio. Unos días como hoy, hace 61 años, el país se llenó de luto por la sangre juvenil vertida en las calles de la capital.
Primero fue Uriel Gutiérrez, un fornido y juicioso estudiante de provincia, de Aranzazu, Caldas, estudiante de dos carreras: medicina y filosofía de la Nacional, asesinado el 8 de junio a las exactas 3:45 de tarde en la entrada principal de Alma Mater sobre la calle 26.
Recibió un fulminante disparo de fusil en la cabeza cuando los universitarios protestaban por el asalto policial tras las provocaciones en el Día del Estudiante, el 8 de junio, instaurado en conmemoración del crimen contra otro estudiante, Gonzalo Bravo Pérez, acribillado el 7 de ese mes de 1929 por la dictadura de Abadía Méndez y cuyo entierro masivo el día siguiente, marcó el fin de la hegemonía conservadora.
Después vendrían otros nueve en la gigantesca protesta del 9, que se tomó toda la carrera sétima, menos de veinticuatro horas después del fusilamiento de Uriel.
“Eran veinte cuadras de pañuelos blancos”, como dice el himno de los estudiantes. Más de diez mil universitarios y alumnos de colegios salieron a marchar contra el gobierno del dictador Rojas Pinilla. Su meta era llegar al Palacio de Nariño.
Convocados solo por la sabiduría reparadora que trae la ira popular, lejos de las no imaginadas redes sociales, solo con el Facebock del compromiso, se expandió el voz a voz por toda la ciudad herida. “Todos a las 10 en la Nacional”, fue la consigna.
Y después de aquella toma de la rebeldía exigiendo justicia, las tropas del Batallón Colombia, integrado por los mismos soldados que pocos meses antes habían regresado de Corea, con la amargura de la derrota en una guerra que no era de Colombia, acribillaron a la inerme manifestación.
Descargas de fusilería se oirían en la calle 12 con carrera séptima, hoy costado norte del edificio Murillo Toro, a las exactas 11:45 de la mañana.
Los nombres de los mártires que salieron a la protesta aquel 9 de junio, quedaron grabados para siempre en la placa esquinera del edificio de comunicaciones, en aquel entonces solo un lote enladrillado.
Ellos son: Hernando Ospina López, Álvaro Gutiérrez Góngora, Jaime Pacheco Mora, Hugo León Velázquez, Hernando Morales, Jaime Moore Ramírez, Rafael Chávez Matallana, Carlos J. Grisales, Helmo Gómez Lucich.
Éste último un estudiante peruano, ex piloto de la aviación militar del Perú, exilado en Colombia donde cursaba estudios de Derecho en la Nacional. Joven comunista, participó en la rebelión de militares patriotas contra la dictadura de Odría.
La jornada sangrienta dejaría también más de medio millar de heridos, todos de bala. Una masacre que demostraba que esta práctica no solo ocurría en el campo cuando se trataba de acallar la protesta.
De aquellas jornadas de junio, sobreviven varios dirigentes estudiantiles que encabezaban la heroica Federación de Estudiantes Colombianos FEC, como Eduardo Suescún, quien fuera ministro de Justicia y Eduardo Gómez, crítico de arte.
Crispín Villazón de Armas, quien fuera presidente de la FEC y ardiente orador que presidiera las honras fúnebres de Uriel Gutiérrez, moría este 5 de junio de 20015 en Valledupar.
Con todos ellos el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación mantiene desde su creación, un diálogo sobre estas jornadas como la del año pasado al cumplirse 60 años de una de las peores ofensas contra el movimiento estudiantil y que sigue en la impunidad.
Resalta la connivencia del establecimiento político con el crimen. El mismo día de la masacre, unas orondas direcciones de los dos partidos tradicionales, el liberal y conservador, fueron a Palacio a saludar al dictador a quien le expresaron su solidaridad y acompañamiento.
Encabezaron el aquelarre gobiernista, Julio César Turbay Ayala, quien fuera presidente en 1978 y Guillermo León Valencia, elegido como jefe de Estado en 1962 y quien no tuvo inconveniente alguno el presidir una manifestación en gratitud a los estudiantes pocos días después del 10 de mayo de 1957 tras la caída del oprobio rojista. Nadie se encargó en hacerle memoria de su comportamiento aquel 9 de junio.
Hacían suyas las palabras del ministro de Gobierno, Lucio Pabón Núñez, bautizado por el pueblo como Lucio “Pavor”, de que todo obedeció a un complot del comunismo y de Laureano Gómez, el presidente conservador defenestrado por Rojas Pinilla y a quien conservadores y liberales llamaron “el segundo Libertador”.
La infamia para rehuir a los verdaderos responsables del crimen contra los indefensos estudiantes que aquel 8 y 9 de junio su fervor por la justicia los lleno de gloria y a los asesinos de oprobio. El duelo insomne.