En este nuevo mundo, la masculinidad ha sido replanteada y renovada. Los estereotipos machistas que antaño permitían creer que el hombre tenía derecho a múltiples amantes, a traicionar a su pareja y a ejercer control sobre la mujer, han sido desmantelados. Ya no se considera aceptable que el hombre sea el único proveedor y que la mujer se encargue exclusivamente del cuidado de los hijos. Tampoco se acepta que la mujer esté obligada a satisfacer las necesidades sexuales del hombre sin considerar sus propios deseos y necesidades. Esas ideas son obsoletas, anacrónicas y han sido superadas por una visión más igualitaria y respetuosa de la relación entre hombres y mujeres.
Aunque hemos avanzado en la lucha contra la discriminación de género, todavía persisten muchos estereotipos machistas, algunos de los cuales han sido normalizados y pasan desapercibidos. Por ejemplo, cuando se cuestiona o se minimiza la capacidad laboral de una mujer sin fundamento, cuando un jefe la grita o la interrumpe constantemente impidiéndole hacer observaciones o críticas, cuando se le hace quedar en ridículo o se resaltan sus errores para humillarla, o cuando se le exige que guarde silencio y obedezca sin cuestionar.
Todos esos comportamientos, aunque pueden parecer insignificantes, contribuyen a perpetuar la discriminación y la cosificación de las mujeres. Si hay algo que hace daño dentro de tanto machismo solapado y que siempre termina ayudando al victimario, es la vergüenza de la víctima.
Sí, me refiero a ese desafortunado sentimiento de las familias y especialmente las mujeres que han sufrido violencia intrafamiliar o cualquier forma de violencia de género. Para una víctima, que la sociedad o la familia se entere de que han sido objeto de un abuso por violencia intrafamiliar o sexual, es algo que las hace sentir desnudas, inermes, indefensas y destruidas.
Muchas mujeres que han sido abusadas sexualmente sienten vergüenza y callan su dolor porque no quieren sufrir los estigmas de víctima, o las críticas indolentes de aquellos que todo lo justifican o todo lo cuestionan con falacias o juicios a priori: ¿Quién la manda a tomar licor?, ¿Por qué no se vestía más tapadita?, ¿para qué le lleva la contraría si estaba borracho?, ¡El hombre propone y la mujer dispone!, ¡una mujer de su casa no anda por ahí brinconiando a esas horas!, ¿no ve que es el esposo?, ¿para qué se metía con ese tipo?, ¡pero es el jefe!, ¡quien la manda, para qué lo perdonó!
Si hay algo que le ha hecho daño a este nuevo mundo es la vergüenza por el temor a ser criticado. Convertir el abuso sufrido en un secreto para evitar la vergüenza no protege la dignidad de la víctima, por el contrario, es algo que solo beneficia al agresor y pone en riesgo a más personas. El temor de sentirse señalado, el “qué dirán”, resulta ser el más poderoso némesis de la justicia. Ese temor es lo que permitió, por ejemplo, que tanto cura violador posara de angelical por décadas entre nuestros niños.
Convertir el abuso sufrido en un secreto para evitar la vergüenza no protege la dignidad de la víctima, por el contrario, es algo que solo beneficia al agresor
El secreto de una violación o mantener en reserva la violencia intrafamiliar “porque los trapitos sucios se lavan en casa”, es algo que debemos desterrar despojados de cualquier timidez. Aclaremos esto, cualquier evento victimizante por violencia intrafamiliar o violencia sexual, sin importar hace cuanto sucedió, no es algo que debamos conservar solo para nosotros mismos, eso no es algo que forzosamente deba ser guardado como algo íntimo, pues ese secreto solo mantiene a flote la impunidad, mientras la víctima, con el paso del tiempo, se va ahogando solitaria en su propio dolor.
Por ello quiero hablarles de Gisèle Pelicot, una francesa que, durante casi diez años, fue sometida en secreto a abusos sexuales y físicos por su esposo, Dominique Pelicot. La violencia y el abuso comenzaron cuando Dominique empezó a drogar a Gisèle sin su conocimiento, para lo cual, reclutó a más de 50 hombres para que abusaran de Gisèle, en su propia casa, en su propia cama nupcial, mientras él, alimentaba sus demonios tomando un diabólico registro fílmico y fotográfico de cada escena de horror.
Los hechos salieron a la luz cuando un guardia de seguridad descubrió la conducta de Dominique que fotografiaba por debajo de sus faldas a mujeres desprevenidas en el supermercado, entonces, el celular de Pelicot fue examinado por las autoridades y se encontraron con las fotos y los rastros de cómo ella “fue sacrificada en el altar del vicio”. Obviamente, esto llevó a la apertura de un juicio que duró casi cuatro meses y que terminó ayer con una sentencia.
Finalmente, un tribunal francés sentenció a Dominique Pelicot a 20 años de cárcel mientras que los 51 hombres involucrados en la materialización de la violación recibieron condenas de 3 a 15 años. El caso destapó un oscuro secreto detrás de una apariencia que normalidad de todos los condenados conservaban, todos parecían ser “buenas personas”.
Gracias Gisèle por tu ejemplo para todas las mujeres del mundo, aunque sabemos, es algo que no te proponías, nadie quisiera ser una heroína en circunstancias tan dolorosas. Sin embargo, durante el juicio, comenzaste a alejarte de los estigmas que rodean a las víctimas de abuso sexual y un día proclamaste algo que nos debe liberar a todos: "la vergüenza debe cambiar de bando"
Ninguna mujer debe soportar el abuso, de ninguna índole, mucho menos deben estar condenadas en silencio a soportar esa vergüenza que solo las enferma y las hace sentir mal. Ese sentimiento de culpa y de encogimiento solo debe ser cargado y para siempre, por los victimarios, no por las víctimas. A todas aquellas que estén guardando ese “secreto” les digo: Declárense libres de la vergüenza, denuncien sin temor, no estarán solas. ¡La vergüenza debe cambiar de bando!
Del mismo autor: Los derechos de las víctimas en Colombia
@HombreJurista